4. Juan Cruz

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Pozo ciego es la neblina que me arranca de la cama,
y con el hilo de mis sueños te rescato del aljibe inundado.
Pozo ciego es tu garganta roja bañada en cenizas,
mientras el rojo de tus piernas brilla bajo la espuma.
Si suelto el hilo te caes y mis sueños explotan,
y con tu pelo de fuego los arrastro y los ato,
les hago un nudo, te los meto en la boca,
quiero que el sabor de la carne te burbujee en la lengua.
Quiero tu lengua enroscada en la mía,
quiero tu espina dorsal pinchando el colchón de plumas.
Pozo ciego es la palabra que brilla en tus labios
y que flota en tu copa si le digo ¿por qué no me bebes?
Pozo ciego es la última vértebra en tu cuello blanco, acariciada por mis dedos como a un animal salvaje.
Salvaje te encuentro dormida en la esquina, te busco pero te quiero ahora salvaje...
Si me miras salvaje te llamo, si me miras salvaje vienes conmigo...
Pozo ciego es mi billetera que miras con tus dos pozos ciegos,
pozo ciego es la noche sucia que nos aplasta esta noche.
Quiero lamerte y chuparte tus dos pozos ciegos,
quiero que finjas que te ahogas si no te rescato.
Busco en tu pecho el manual de instrucciones, solo encuentro en tu axila el olor del verano,
busco en tu espalda la estructura de algo más simple,
tus piernas celestes me abrazan al más infinito...
Infinita es la función de tu cintura inconclusa,

y si busco en tu profundidad encuentro un río infinito.

Y si me ahogo me lanzas al mar

y si te ahogas en mí te invento una almohada...
Pozo ciego es tu risa de mil pozos ciegos,

que llegó hasta a mi orilla para arrastrarte conmigo.

Cuando Sebastián terminó de leer, todos nos quedamos callados. Demasiado perturbados como para emitir palabra. Hasta Narda se veía un poquito incómoda.

—¿Como dijiste que se llamaba el poeta?

—Pablo de Sagastizábal —respondió mi amigo—. Es argentino. Y joven. Este es su primer libro. —Sebas hizo circular un pequeño libro de tapas negras titulado El espejo desordenado—. Todos los poemas son así, medio tétricos y góticos. Muchos tienen contenido sexual. Pablo fue alumno de mi mamá, es licenciado en Letras.

Narda se puso los anteojos y leyó el texto de la contratapa.

—¿Lo conocés en persona?

—No, pero me gustaría. Quisiera usar algún poema suyo para alguna canción.

Era el primer encuentro del taller de lectura y Sebas se había robado todo el protagonismo con el sádico poema que había leído. Estábamos en un salón de primaria, porque a esas horas casi todos los salones del secundario estaban ocupados. Ningún ruido ni grito perturbaba nuestra lectura y nuestras reflexiones.

—Bueno, ¿qué es lo que interpretan de este poema? —preguntó Narda.

Sebas sonrío y miró a nuestros compañeros de taller, expectante. En total éramos seis, dos chicas de quinto y una chica y un chico de tercero. Narda era profesora de tercero a quinto; primero y segundo tenían a un profesor. A diferencia de las clases, donde la profesora tenía su escritorio prudentemente alejado de nosotros, ahora Narda estaba sentada frente a nosotros. Habíamos dispuesto las mesas formando una L.

—Es muy sexual —exclamé—, como dijo Sebastián. Trata de un acto sexual. Para mí, ¿no? —me apresuré a aclarar.

—Me da la sensación de que hay un poco de contenido sadomasoquista o de sadismo. No sé, como que el yo poético es un sádico.

—Para mí es un asesino —intervino una de las chicas de quinto—. Y la mujer, porque en un momento se aclara que es una mujer, es una prostituta. Porque dice lo de la billetera y después dice «si vienes conmigo». Entonces para mí trata de un asesino sádico que busca prostitutas para que sean sus víctimas.

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