8. Clave de sol

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Eran las cuatro de la mañana cuando Juan Cruz estacionó el auto junto al edificio de Sebastián.

—¿No te quedás? —le pregunté cuando se despidió.

—No, mi viejo necesita el auto ahora en un rato.

Ah, conque el auto no era suyo, pensé. Saberlo me puso de buen humor. Yo qué sé.

Sebas se despidió de su novio con un profundo beso en la boca y aparté la mirada. ¿Por qué? Nunca había sido homofóbico. Había crecido sabiendo que la mayoría de los ayudantes de mi mamá eran gays. ¿Por qué Juan Cruz me caía tan mal?

Lenny estaba dormida en la sala, acostada sobre un sofá y con la televisión prendida. Hasta dormida se veía elegante, pensé al ver a su largo pelo negro volcado sobre los almohadones. Vestía un camisón corto de seda azul y unas medias de corazoncitos. La gata dormía a su lado, hecha un ovillo.

Al verla, Sebastián dejó caer una risita suave y se acercó a ella despacio. Se inclinó sobre su cuerpo como el príncipe de La bella durmiente y la besó en la mejilla. Al ver que no se despertaba, la besó en la otra. Nada. Le besó la punta de la nariz.

«Somos los dos solos —me contestó él cuando le había preguntado por la estrecha relación que tenía con su madre—. Imposible no tener una relación así».

Lenny se despertó y sonrió al ver a Sebastián frente a ella.

—Hola, amor. ¿Qué hora es? —susurró frotándose los ojos—. Me quedé dormida. 

En el National Geographic pasaban un documental de ballenas. Lenny agarró el control remoto, apagó el televisor, se puso de pie y bostezó. Entonces nos vio a nosotros: a Roxana, a Yamila y mí.

—Ah, hola, chicos. Se nos pobló el rancho. 

Fuimos besando su mejilla por turnos.

Dormiríamos las cuatro en la habitación de Sebastián. Lenny llevó un pequeño colchón hasta el dormitorio y nos alcanzó sábanas y una frazada, aunque no había más almohadas que los almohadones del sofá. La temperatura en el dormitorio era bastante agradable.

—¡Pedimos la cama! —dijo Roxana.

Sebas se encogió de hombros.

—¿Dormimos en el piso, Johnny?

Me puse tenso. ¿Dormiríamos los dos juntos?

Roxana soltó una carcajada y luego bostezó.

—No, boludo, es una joda, ¿cómo vamos a dormir en tu cama?

—No hay drama, duerman en la cama si quieren.

—Qué caballero.

Aparté la mirada avergonzado cuando las chicas se quitaron los abrigos y sus trapos negros. Parecía algo normal para Sebastián. Él se quitó toda la ropa y se puso una remera vieja de Metallica.

—¿Querés una remera para dormir, Johnny?

—No, gracias...

Sebas encogió de hombros otra vez y dijo que se iba a lavar los dientes.

Bueno, tendría que quitarme los jeans si no quería morirme de calor...Por suerte, nadie pareció demasiado interesado por mi desnudez. Me metí rápido debajo de las sábanas.

Las chicas se besaban en su cama (es decir, en la cama de Sebastián) y yo no entendía por qué me sentía tan incómodo. Tal vez se debía a que nunca había dormido en una habitación junto a más personas. Éramos cuatro en ese pequeño dormitorio, contemplados por los multicolores ojos de los músicos de las bandas de metal más importantes del mundo. Tarja parecía una virgen en medio de un campo de batalla: era el video de Sleeping Sun. Junto a ella, la silueta de Anette Ozon se desplegaba sobre un piano de cola: era el video de Slow Love Slow. Había docenas de Ville Valos, desde fotos de cuando apenas rondaba la veintena hasta fotos más recientes en las que ya había cumplido los cuarenta. Me daba risa advertir que mi amigo había elegido las fotos en las que Ville se veía más atractivo; en muchas estaba con el pecho desnudo y sonría seductor; en otras permanecía serio y desafiante, pero igual de provocativo...

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