7. Improvisando en el Bar Talamasca

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—¿Dónde dejaste el auto? —le preguntó Sebas a Juan Cruz mientras salíamos rumbo a la calle.

Creí haber escuchado mal hasta que comenzamos a acercarnos a un Ford Focus plateado. Juan Cruz, como todo un caballero, les abrió la puerta a las chicas. Me acomodé junto a ellas en los asientos traseros, mientras que Sebastián se sentó adelante, junto a su novio.

»Tengo que aprender a manejar», pensé.

—Hoy deben estar tocando los chicos de Les Bijoux —dijo Juan Cruz, acoplándose al volante.

—¿Les Bijoux? ¿Como el poema de Baudelaire?

—Sí —respondió él sorprendido, mirándome por el espejo retrovisor.

Se creía que no conocía a Baudelaire. ¡Ja!

Pasamos por el Parque Centenario y después Juan Cruz agarró Rivadavia. Era casi la una de la madrugada y por la avenida todavía había personas y un tránsito considerable.

—¿Qué toca Les Bijoux? —pregunté.

—Metal sinfónico, como nosotros —respondió Sebas—. Y rock gótico. Pero ellos tienen temas originales también. Nosotros por ahora somos una banda de covers. Y todavía no tenemos nombre tampoco...

—¡Sí que tenemos nombre! —replicó Juan Cruz.

—¡No, no tenemos! —insistió Sebastián.

Fruncí las cejas. Sebastián me había dicho que Juan Cruz era solo un invitado en la banda. Al parecer ahora era un miembro efectivo.

—Con su permiso, voy a poner música —anunció el conductor.

Puso Wicked Game, de HIM.

Qué temazo.

—Primer acto —exclamó Juan Cruz por encima de la música—: Ville Valo durmiendo en el sofá. Segundo acto: Ville Valo durmiendo en la cama. Tercer acto: Ville Valo durmiendo en un banco de la plaza. ¿Cómo se llama la obra?

—¿Cómo?

—¡Ville Vago!

Se rieron y me descubrí a mí mismo riendo también. ¿En serio? ¿De un chiste tan pelotudo? Al parecer la marihuana ya me había hecho efecto.

De repente, cuando miré por la ventanilla y solo vi oscuridad, me di cuenta de lo extraño que era para mí estar en una situación como esa. Era la primera vez que estaba en un auto con un grupo de amigos. Sebastián era mi amigo. Yamila y Roxana estaban en proceso de serlo. ¿Y Juan Cruz? ¿Era o sería mi amigo? No tenía ningún interés en que lo fuera.

Advertí que habíamos llegado al centro. Juan cruz dobló en una calle y a los pocos minutos nos encontramos en la 9 de Julio. A lo lejos alcancé a ver el obelisco, plenamente iluminado. El centro al parecer no dormía los sábados. Juan Cruz dobló de nuevo en una de las calles que cortaban la 9 de Julio.

—Esperemos que haya lugar en el estacionamiento —dijo por encima de los celestiales agudos de Tarja Turunen en su versión de Passion And The Opera.

El bar se llamaba Talamasca y estaba ubicado en el subsuelo de una galería. Era un salón de techo bajo, un poco oscuro, ambientado con motivos góticos y celtas. Del techo colgaban elaboradas arañas cuyas lámparas simulaban ser velas y, un detalle que me gustó: el suelo era baldosas negras y blancas, como si todo el bar fuera un enorme tablero de ajedrez y nosotros fuéramos las piezas.

Sebastián era la reina (ya había demostrado sus dotes femeninas).

Juan Cruz, el rey.

¿Las chicas? Las dos torres, quizá. O los alfiles.

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