Capítulo 48 - Breathe

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Esta vez el ": )" viene SIN MALAS INTENCIONES ASÍ QUE: ¡Respirad & disfrutad! (:

Canción en multimedia: Save me (McKenna Breinholt)

Canción en multimedia: Save me (McKenna Breinholt)

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Capítulo cuarenta y ocho: Breathe

Martes, 18 de diciembre.

Danielle Ilsen:

Nadie tiene por qué saberlo. Puedo hacer vida normal en el instituto sin tener que dar explicación alguna. Puedo sonreír y mantener una conversación ajena a mi realidad. Puedo desviar temas, asentir y encaminar hacia otro lado la conversación para que no vaya hacia donde no debe. Puedo hacerlo. Nadie tiene por qué saber.

Aquí, sólo yo sé por qué falté ayer.

En casa, ese ya es otro cantar.

Me siento tan avergonzada.

Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta acolchada para que nadie vea que no puedo dejar de moverlas. Al principio creía que era por los nervios, que movía las manos como otras personas mueven la pierna por un tic nervioso, pero luego empecé a hacerlo no sólo sin darme cuenta sino que más de una vez no me daba cuenta de lo que hacía. Ahora las palmas de mis manos tienen pequeñas heridas porque, cuando me dejo llevar por mis pensamientos, cierro las manos de forma que las uñas se claven contra mi piel. Casi como en una pesadilla, espero que el dolor me despierte, supongo, pero nunca lo noto a tiempo. Otras veces, me quito las pulseras que llevo y las dejo en algún otro lado. Todas las que solía llevar, ya las he perdido.

Dentro de los bolsillos de mi chaqueta, estoy frotando los dedos.

Hay mucha gente por el pasillo, lo que es normal porque voy bastante justa de tiempo, y eso quiere decir que también hay mucho movimiento, colores y ruido. Aunque el más mínimo ruido ha conseguido hacerme saltar más de una vez, ahora eso no es capaz de distraerme lo suficiente. Desearía poder borrar la mirada que mi madre me dio, o que mi padre no fuera capaz de pronunciar palabra y dejar que mamá fuera la intermediaria. Quisiera poder borrar cada frase que ella me dijo porque ahora me siguen haciendo demasiado daño.

Ella sólo quería ayudar, lo sé, pero eso no lo hace más fácil.

El domingo por la tarde tuve otra crisis y mis padres estaban ya en casa. No recuerdo qué la causó aunque, teniendo en cuenta cómo van las cosas, pudo haber sido cualquier cosa. Pudieron haber sido los pasos de mi hermano por el pasillo, el viento golpeando el cristal o simplemente el color oscuro de mi armario. Cualquier cosa. Sólo sé que un minuto estaba, bueno, como siempre y que lo siguiente es todo un gran borrón. Si recuerdo con fuerza, puedo ver a mi madre en mi habitación o a mi padre en la puerta, puedo oír frases que ahora ya no tienen sentido para mí pero, sobre todo, puedo sentir esa angustia que todavía me oprime el pecho.

Cada vez es más difícil controlar los malos momentos. La carga es la misma, pero me siento demasiado quemada y, aunque finja no estarlo, mi mente sufre las repercusiones.

Compañeros de delitosWhere stories live. Discover now