Capítulo 34 - Límite

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Canción en multimedia: Graveyard [Halsey]

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Capítulo treinta y cuatro: Límite

 Jueves, 28 de noviembre

Danielle Ilsen:

—¿Queréis un café? —pregunto.

El salón de mi casa se ha llenado de personas esta mañana. Hay tres agentes de policía haciendo preguntas, incluyendo el padre de Jayden quien, cuidadosamente, mide cada palabra antes de preguntar. Están, también, la hermana de mamá, la tía Enriqueta, y su marido, Eugene.

Nuestros padres se han tomado el día libre, pero papá ha llevado a Arthur a clases hoy, creo que sólo quiere que él se distraiga y no entienda lo que está pasando, que no se asuste. Yo he preferido quedarme también porque, aunque haya poco que pueda hacer, ir a clases no es algo que sienta que pueda ayudarme. Así que me quedo cerca mientras hablan y ofrezco aperitivos. Trato de calmar los nervios, supongo.

En su mayoría hay negativas hacia mi pregunta, salvo por el tío Eugene, que acepta un café y mamá, que me pide que le prepare otro té. Es el quinto de esta mañana. El último lo ha acompañado con un par de valerianas.

Les preparo la bebida mientras escucho, desde la cocina, cómo les piden todos los detalles que puedan recordar. Incluyendo cómo iba vestido Tim, su altura, su peso, su color de ojos, si había pasado más veces... Es mamá la que responde a la mayoría de preguntas, clara y concisa, ella también acepta el té con una sonrisa cuando se lo ofrezco. El tío Eugene hace lo mismo con su café antes de hacerme un hueco a su lado, al borde del sofá. Somos las únicas personas, además de papá, que están sentadas. Papá está en una de las sillas de la mesa grande del salón, mirando la conversación con incomodidad. Él era el que estaba aquí cuando pasó, más cerca de la puerta, y no oyó nada. Es eso lo que nos lleva a pensar que Tim se fue por su cuenta, que, con o rebelde que es, si alguien hubiera tratado de ponerle una mano encima, él hubiera pateado y gritado. Le hubieran escuchado hasta los vecinos más lejanos, y papá el primero.

El tío Eugene, con quien tampoco se podría decir que haya tenido mucho contacto a lo largo de los años, trata de decirme algo en voz baja, primero estoy demasiado distraída, pero, a la segunda, lo escucho.

—¿Por qué no vas a descansar? —me propone.

Y entiendo que, a sus ojos, soy todavía una niña, una para quien esta conversación no es lugar. Empiezo a preguntarme si lo es. Me pongo en pie y vuelvo a la cocina para darles espacio, desde ahí puedo oír bastante bien y, la verdad, es que creo que sí será más cómodo para mis padres hablar sin mí ahí.

Me quedo sentada un rato, más bien otra hora más en la que trasteo con la comida. Me preparo un par de tostadas que dejo en la encimera cuando me desaparecen las ganas de comer. Me preparo un sandwich de nutella que, también, dejo nada más termino de preparar. Ni siquiera creo tener hambre realmente, sólo necesito hacer algo, no estar quieta. Asi sigo hasta que escucho despedidas y hay pasos acercándose a la cocina. La tía Enriqueta viene a dejar las tazas y vuelve a irse pronto, con eso me acerco a la entrada para despedirme también.

Compañeros de delitosWhere stories live. Discover now