Epílogo

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 Estuve más de un día inconsciente. O eso es lo que me dijeron cuando abrí los ojos de nuevo. Sentía mi cuerpo entero dormido y veía todo como envuelto en una neblina. Poco después me volví a dormir. La siguiente vez que desperté me fastidiaron las fuertes luces blancas. Intenté incorporarme y sentí un dolor horrible que nacía de donde estaba la herida. Casi al instante se armó un alboroto a mi alrededor y varias manos me empujaron suavemente hacia el colchón. Sin darme cuenta me derrumbé de nuevo.

 -¿Nada? –oí una voz cargada de tristeza.

 Quise despertar pero mi cuerpo no respondía. ¿Mamá? ¡Ma! Esa voz era inconfundible. ¡Estaba vivo! Un fuerte alivio y alegría inundaron mi pecho ¡Vivo! ¿Y ahora cómo hacía para moverme? ¡Ma, estoy vivo! ¡Mami! Mi mente gritaba como un niño pequeño, pero en ese momento solo quería estar en sus brazos, que supiera que estaba bien.

 -Nada –contestó otra voz que hizo que mi corazón diera un brinco.

 -Deberías ir a casa y descansar. ¿Dónde está mi esposo?

 Miranda rió con amargura.

 -Casa… -susurró adolorida –mi mamá casi enloquece, señora. Mi piso está manchado con la sangre de Chris –se le quebró la voz –no puedo volver ahí… su esposo está en el cuarto del lado. Ya no aguantaba consigo mismo. Me costó convencerlo, pero finalmente accedió a echarse a dormir un rato. Le prometí que lo despertaría en media hora… o… bueno… si Chris reaccionaba.

 -Mi pobre niña. Eres un ángel.

 -Por mi culpa su hijo casi muere. Todavía ni despierta.

 -Tú salvaste a mi hijo. Detuviste a… -su voz tambaleó dudosa.

 -¿A mi papá? ¿A un asesino?

 -Tampoco es su culpa, linda. Él no eligió tener doble personalidad.

 -Pero sí eligió no tomar sus pastillas.

 -No digas eso…

 -¿No lo odia usted acaso?

 Se hizo un silencio.

 -Quizás se mi hijo hubiera muerto. Pero no, no lo odio. No llores… Mira, te traje un café con leche y un sándwich. Llevas muchas horas aquí encerrada. Voy a ver a mi esposo ¿si? Iré a visitar a tu mamá ni bien tenga más noticias del estado de Chris. Te prometo que ella se pondrá bien.

 -Se lo agradezco –pude imaginar la sonrisa triste que estaría en su rostro e intenté con más ganas aún despertar o dar señales de vida.

 -Más bien… avísanos si…

 -Lo haré.

 Escuché el conocido sonido de los pasos de mi mamá alejarse. ¡Abre los ojos! ¡Vive! ¡Habla! ¡Muévete! ¡Has algo! Mi mente le gritaba sin descanso a mi cuerpo pero este ganó la batalla de nuevo noqueándome.

 Lo siguiente que recuerdo fue una fuerte carga de adrenalina inundándome la sangre, dándome la fuerza necesaria para abrir una pizca los ojos. Parecían estar cubiertos de legaña o algo por el estilo. Tenía que moverme… pensé en enderezarme, pero era inútil. “Algo” me dije “lo que sea”. Descubrí que mis dedos sí respondían a mi mente y empecé a tamborilear sobre las sábanas rogando que alguien lo notara. Ya estaba por rendirme cuando sentí que alguien tomaba mi mano entre las suyas y la besaba con adoración. Unas manos que reconocí perfectamente pues las conocía casi como las mías. Cuando me di cuenta, estaba sonriendo. ¿Podía mover la boca? La persona me besó emocionada ambas mejillas y sus lágrimas me cayeron a la cara. Al sentir sus labios presionarse contra los míos, mi desesperación por despertar aumentó. Intenté decir su nombre pero mi garganta y boca estaban tan secas que solo emití un gruñido. Me esforcé un poco más en abrir los ojos y divisar algo hasta que finalmente lo logré. En el instante en el que separé por fin mis párpados sentí que se alejaba y como reacción, una especie de ansiedad me alborotó. Pestañé con fuerza para acostumbrarme a la luz y la vi parada junto a la puerta llamando con la voz cortada por la emoción a mis papás y a las enfermeras.

La Ventana de CementoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora