40: Propuestas imperativas

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19 de diciembre, 2018

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19 de diciembre, 2018.

Mantengo mi mirada sobre el libro de química abierto frente a mis narices y repaso por cuarta vez el segundo párrafo de la página en la que me encuentro. Por primera vez no es el tema a estudiar ni su complejidad lo que me dificulta concentrarme, sino el hecho de que Arthur, a mi lado, lleva alrededor de quince minutos en silencio y nunca me había sentido tan incómoda.

No quiero entrometerme porque no parece muy animado a hablar conmigo, o con nadie, pero tampoco puedo mantenerme callada.

Vuelvo mi vista hacia el libro, donde una serie de ejercicios sobre los coeficientes estequiométricos me esperan, pero no puedo concentrarme en ellos.

— ¿Entiendes algo?

Alzo la vista de inmediato ante la voz del castaño.

—No. —Miento—. Quiero decir... sí entiendo, pero los ejercicios... estoy perdida.

Él esboza una diminuta sonrisa, y arrastra su silla hasta quedar a mi lado. Su mano derecha toma mi lápiz, y comienza a señalas los elementos del primer ejercicio.

—En esta reacción, tienes la misma cantidad de oxígenos en ambos lados, dos; y también la misma cantidad de balios. Pero no la misma cantidad de hidrógenos... En los reactivos tienes uno, y en el producto dos. Tienes que encontrar un número que tengan en común. Entonces puedes poner un dos aquí... —Con el lápiz, dibuja un gran dos a la izquierda de la «H»—, y listo. Tienes los hidrógenos igualados, ahora tienes que hacer lo mismo con los demás elementos.

Tomo una profunda respiración y alzo la cabeza hacia atrás, para poder observarlo aunque sea un poco. Desde mi posición, su rostro se ve al revés, pero aun así puedo distinguir la forma en que sus comisuras se alzan hacia el cielo.

—Gracias —murmuro.

En cuanto su vista sube a la mía, y una de sus manos se pasea por mi frente, quitando un par de mechones, contengo la respiración. Pero de la misma forma, no puedo pedirle a mi corazón que desacelere el ritmo de mis latidos, por más que lo intente.

—Si lo habías entendido —responde, con esa mirada divertida y traviesa instalándose en su rostro.

«Uy».

Asiento despacio con la cabeza, sintiéndome acorralada.

—Sí.

—Eso comprueba que en realidad solo fingiste necesitar mi ayuda en química.

Suelto un suspiro, mientras juego con mis manos sobre mi regazo. Yo misma me he metido en este lío, pero ahora tengo que explicarle por qué le mentí con algo tan sencillo como que no comprendía un ejercicio.

—No... Sí lo hago —aclaro—. Solo que no ahora.

Las manos del castaño abandonan mi rostro, y en un parpadeo, se encuentra girando la silla para que quedemos frente a frente. Eso solo me pone aún más nerviosa.

Desastrosa perfección (AD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora