2. Cien copias e invitados extraños

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Solo podía sentir miedo. Un miedo abrumador recorría cada rincón de mi cuerpo y me hacía querer echar a correr. Salir de allí.

Especialmente aquel día era muy importante para la familia Stale.

Aquel 26 de febrero, Mia cumpliría su primer año en la familia. ¡Debían celebrarlo a lo grande!

La casa estaba adornada de globos de colores y un montón de serpentinas brillantes.

Colgadas de la habitación de la niña, colgaban sus iniciales escritas en papel seguidas de un Felicidades a todo color.

Aunque la niña no se avispara de mucho, para Guy y Tea era un día demasiado importante en sus vidas como para no recordarlo.

Se sentían orgullosos de haber cuidado a la pequeña sin muchos problemas durante todo un año.

Al fin y al cabo, dentro de poco comenzaría a andar y, para cuando se dieran cuenta, Mia se habría convertido en una jovencita hecha y derecha.

Un año. Solo un año. Pero cuan alegres estaban los dos. Celebrando el primer cumpleaños de su hija.

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La sala de castigo parecía más pequeña y nauseabunda que nunca.

Mia no la recordaba así en la última reunión de sus padres con el director Huges.

Claro que en aquel momento solo dijeron cosas agradables de ella, y, ahora, en cambio, recibía un buen castigo.

Dorothy no había aparecido por el momento. Se suponía que el castigo comenzaba a las cinco de la tarde, y, ya habían pasado de las seis.

Se había ausentado por demasiado tiempo. ¿Y si no se presentara? ¿Y si se le había olvidado su castigo por haber pasado una loca tarde de amor con Fregoneti?

Sinceramente, su amiga era capaz de cualquier cosa. Tanto era así, que, alguien abrió precipitadamente la puerta y entró al despacho jadeando.

- Holaaa...

- Señorita Dorothy, usted se ha retrasado demasiado...

El director Huges no parecía muy contento por la aparición de Dorothy en su despacho.

Es más, ni siquiera sonreía falsamente como lo hacía otras veces. Eso implicaba que esta vez estaba realmente enojado.

- Lo siento mucho, director. Se me... Pasó la hora.

Dorothy se llevó las manos a su rizado cabello intentando recordar por qué había sido tan tonta.

- Mañana volverá a ser castigada. No hay más que hablar.

El director se volvió a centrar en sus archivos, y, Dorothy se sentó junto a Mia.

- Qué boba...

- Hey, ¿bromeas? He tenido bastantes más cosas en las que pensar que en un simple castigo.

- Sí, claro. Fregoneti te hace irte a otro planeta.

Dorothy le propinó un buen taconazo en la rodilla por debajo de la mesa.

- ¡Auuuuch! ¿Qué haces?

- Intento que comprendas que es difícil compaginar una relación con esto.

- ¿El qué?

Dorothy miró al techo con un gesto de exasperación.

- El instituto, las notas, los castigos...

-Ya, claro...

Dorothy sacó una hoja de su cuaderno y comenzó a escribir las copias que debían de ser cien.

"No volveré a correr por los pasillos." "No volveré a correr por los pasillos." "No volveré a correr por los pasillos." (...)

¡Así hasta cien veces!

Se alegraba al menos de poder estar junto a Mia durante tan pesado castigo.

De lo contrario, acabaría muriendo de aburrimiento.

•••••••••••••••••••••••••••••••

Ya era sábado por la mañana y alguien llamó a la puerta haciendo resonar el timbre.

El sonido del aparato, resonó por toda la casa, haciendo despertar a Mia.

Curiosamente, no se esperaban la visita tan temprano.

Mia oyó cómo los pasos de su madre se aproximaban hacia la puerta de entrada. Seguramente llevaría sus zapatos de tacón, que tanto ruido hacían por el pasillo.

Sin duda, nada más abrir la puerta saludó a los invitados.

Mia no sabía qué hacer. Acababa de levantarse y en esos momentos, lo que menos le apetecía era encontrarse en su casa con desconocidos.

Se aseó un poco, se lavó la cara, y, se vistió con unos pantalones azules y una sudadera negra.

Se hizo un recogido rápido y, salió precipitadamente de su cuarto, dispuesta a conocer a los invitados.

Mia se sorprendió mucho al ver que se trataba de una pareja, de la edad de sus padres, que traían consigo a un chico de unos diecisiete años.

Era un joven muy atractivo. Era alto, rubio y tenía unos ojos azules intensos.

En ese momento, Mia incluso se arrepintió de haber besado a James. Al fin y al cabo, había sido el primer beso de la chica, y, podría haber sido de otro chico tan sexy como el que estaba en frente suyo.

¡Menos mal que le había dado tiempo de arreglarse pronto!

De lo contrario, habría causado muy mala impresión ante aquel joven.

- Mia, te presento a Fígaro, a Gabriella y, a su hijo Wale.

Wale. Un nombre precioso. Un nombre sexy. Un nombre misterioso. Jamás había oído un nombre tan original para un chico.

- Encantado- el joven se acercó a Mia y, le tomó la mano, besándosela, como buen caballero.

Ese gesto estremeció a Mia. Y en ese momento, Wale le parecía el chico más increíble del mundo. Qué mono.

- Lo mismo digo...

Mia solo podía sonrojarse. ¿Qué roja se habría puesto ante los ojos del chico rubio?

- Bien, ¿os apetece tomar algo?

Tea, tan educada como siempre, acompañó a los invitados al salón que había adornado con una gran mesa de comedor cubierta por un mantel azul violáceo.

Éstos, obedientes, se sentaron en torno a la gran mesa.

Wale se sentó justo al lado de Mia.

Sin duda. Hoy iba a ser un gran día en la vida de la chica.

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