6 - Orgullo

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Corría la víspera de la Navidad en el 221 B de Baker Street y todo era silencio. La noche anterior había sido realmente dura, aunque muy satisfactoria. Habían resuelto un nuevo caso y se habían acostado muy entrada la madrugada, sudados y jadeantes, ¿qué más podía pedir Sherlock Holmes?

Durmió como un bebé abrazado al doctor Watson y adormilado sintió que su libido despertaba. Se había vuelto muy lascivo en esos últimos años y sabía que John nunca se negaba a un revolcón después de una buena siesta tras el deber recién cumplido. En el fondo a ambos les gustaban las mismas cosas.

Sherlock luchó por meter su mano entre la camisa de John, que tenía el chaleco desabrochado y aún seguía roncando. Jadeó al rozar su pezón, que enseguida se puso duro a su contacto. Sherlock sonrió aunque seguía teniendo los ojos cerrados. Estaba bien, no le importaba que los dos fingiesen estar durmiendo, no era la primera vez que lo hacían de ese modo y la verdad es que le complacía bastante.

Estaban ya enredados y muy dispuestos, cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Unos pies descalzos tronaron y antes de que pudieran abrir los ojos alguien saltó y cayó sobre ellos. La cama chirrió y ellos gritaron, pero no tan fuerte como su hija Ella.

-¡¡Ya sé cómo se resuelve el caso!! - anunció Ella muy emocionada. Se agitaba como una anguila fuera del agua y sus rizos dorados, recogidos en rulos con cintas, le golpeaban a Sherlock en la cara. El detective gimió, le molestaba mucho más que la mejilla o el pelo en la cara. John le había dado una patada para apartarle y sentía el muslo caliente y el resto del cuerpo de repente muy frío. Adiós a la diversión.

-¿Otra vez descalza, Ella? - le preguntó ya dispuesto a reprenderla John mientras se sentaba, restregándose la cara con una mano una y otra vez, buscando despejarse. Necesitaba un café, y algo más que eso, pero imaginaba que tendría que esperar.

Ella lo ignoró y siguió narrando su gran hazaña.

-¡Lo he estado pensando toda la noche! No es el asesino sino la asesina. Esto segura de que... - se quedó callada de repente, los miró y frunció con fuerza el ceño. Después se acercó, los olfateó y arrugó la nariz. - ¡¡Traidores!!

-¡Ella! - le chistó John frunciendo el ceño pero su hija se sentó muy enfadada, cruzada de brazos, y viendo a sus padres con una mirada feroz. A cada año que pasaba su genio aumentaba, si es que eso era posible, y ya tenía diez años nada menos.

-¡Habéis ido al parque de Sant James y lo habéis resuelto sin mí! ¡Oléis a narcisos y apestáis a tierra húmeda!

John chascó la lengua y maldijo el estúpido olfato de sabueso que su hija había heredado de su padre. Era prácticamente imposible ocultarle nada.

-Querida, ¿por qué no bajas y le pides a la señora Hudson que traiga el desayuno? - dijo finalmente Sherlock mientras se sentaba en el borde de la cama, echando una mirada discreta entre sus piernas para asegurarse de que los pantalones no delataban su excitación anterior.

Aquello la enfureció todavía más. Su padre ni siquiera le estaba prestando la debida atención y encima en un día como aquel. Se levantó resoplando y se marchó tronando de la habitación.

Ya solos, Sherlock miró de reojo a John. Tenía la ropa hecha un desastre, toda arrugada, con la bragueta bajada y la camiseta medio desabrochada. Su pelo estaba erizado y una de sus mejillas rojas por dormir sobre ella. Fuera como fuese, estaba tremendamente atractivo, como siempre.

-John, ¿podríamos...?

-¿No ves que no es el momento, Holmes? - fue su respuesta y aquello le dejó bastante claro que no dejaría que lo tocase aunque le suplicase. Suspiró con pesadumbre. Había sido una noche increíble pero podía aventurar que iba a ser un día insufrible. No podía ser de otro modo con una fiesta navideña esa misma tarde.

Pide un deseo [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora