—Y me duele lastimarla —continúo—. Porque ahora que sabe de lo nuestro, pese al tiempo que llevamos separados, de alguna manera siente que la engañé.

—¿Sabe de lo nuestro? —musita Ivanna, desconcertada.

—Sí. ¿Tenerlo en cuenta hubiera cambiado tu forma de hablarle?

—Por supuesto.

—¿En serio? —Me sorprende.

—Sí —Ivanna me empuja y se vuelve a dirigir a Pru—: ¡MUUUUUUUUUUU!

—¡Ivanna, yo no le fui infiel!

—Pero dijiste que ella no lo siente así y con eso me basta —sonríe—. ¡MUUUUUUUUU! —vuelve a gritar y niego con la cabeza.

—¡Y luego dices que soy yo el de las actitudes infantiles!

—Ay, solo me estoy divirtiendo —se queja.

—Nunca había estado tan de acuerdo con todos los apodos que te dicen.

—¡Ella empezó! —asegura.

—¿Cómo?

De nuevo extiende su mano hacia Pru:

—Está parada ahí.

Porque Pru no se retira. Aún me espera con la calma y paciencia que acostumbra.

—Pero no tienes por qué avergonzarla —protesto.

—No se siente avergonzada.

—Y solo porque tú jamás me cantarías una canción así.

—Por supuesto que no. A mí no me tiraron de cabeza de chiquita.

Miro hacia otro lado cansado.

—O tratándose de ella, puede que la dejaran mucho tiempo dentro de la pileta de bautizo. Glú, glú, glú.

Con Ivanna nunca gano.

—¿Ya? —demando, de todos modos, de nuevo volviéndome hacia ella.

Y como siempre, y porque sí, me regala una de esas miradas que no tienen comparación. Una cargada de palabras. Ivanna Rojo es los barrotes de la prisión y la llave.

El frío y el calor.

Templanza y gula.

De nuevo reparo en la ventana. Pipo aún se muestra avergonzado, pero a Ivanna, como siempre, eso le tiene sin cuidado.

—El problema es que me ama —digo, molesto, a partir de ahora llevando hacia donde necesito esta conversación.

—No te ama. Te ve como su juguete. ¡La oíste! —Ivanna vuelve a señalar a Pru—. Eres su «oso».

—¿Y tú no me ves como un juguete?

Se endereza digna. Casi puedo anticipar qué dirá.

—Sí, pero uno sexual, un vibrador.

—Ivanna...

—Y tu prefieres ser un juguete sexual —mueve hacia un lado su cabello—, no digas que no.

—Pero ese no es el punto.

Me ve girar de un lado a otro.

Ese no es el punto —repito, por segunda vez dejando salir aire de mí.

Y no lo quiero decir.

Porque decirlo abriría la caja de pandora, sería un riesgo, jugar con fuego, pero necesito saberlo.

El asistente ©Where stories live. Discover now