1. Castigos, besos y tuberías

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Mia soltó una risita a lo que Dorothy le devolvió una mirada fulminante.

- Hey, princesita, no te enfades con tu amiga.

Fregoneti posó los labios en el cuello de Dorothy y la besó.

En aquellos momentos Mia habría preferido estar en otro lugar.

Dorothy se dejó besar y después volvió al mundo real.

- Bien, pues. Nos vemos en el castigo, Mia. Cuídate.

Fregoneti la cogió de la mano y los dos marcharon juntos para seguir lo que habían comenzado ante los ojos de Mia.

Otra vez. Dorothy volvía a querer estar a solas con Fregoneti. Su amiga era muy indecisa. Si un día lo odiaba, al siguiente lo amaba.

En fin...

Mia estaba sola y alguien se aproximó hacia ella para darle compañía hasta que su amiga regresara.

Era James. El chico más atractivo y sexy de la escuela. Era alto, musculoso. Su pelo era castaño claro y sus ojos azules como el mar. ¿A quién no podría gustarle?

Solo de sentir su respiración al lado de ella, Mia sintió un cosquilleo.

- Hola, Mia. ¿Tu primer día en la sala de castigo?

Mia desconocía el motivo por el que James había ido a saludarla.

Tal vez le daría una charla informativa sobre las reglas que debía seguir en uno de los castigos del director Huges para salir vivo y coleando.

- Sí. Por desgracia nos vio a mi amiga Dorothy y a mí correteando por las escaleras del cuarto piso.

¡Dios! Se podía desmayar en ese mismo momento. James la miraba con sus fulminantes ojos azules que parecía que iban a atravesar los suyos con una sola mirada.

¿Cómo se podía ser tan irresistible?

- Sois unas gamberras. Pero me gustan las chicas gamberras...

¿Estaba insinuando que quería salir conmigo tan solo por haber hecho una simple travesura?

Gamberra. Estaba claro que si era ese el estereotipo de chica que James buscaba, lo tenía muy crudo conmigo. Porque no había chica más santa en todo el instituto que yo: Mia Stale.

Sin duda.

- Bueno, yo... No sé que decir...

Y mientras me ponía a cien por hora intentando decir una frase coherente, él fue acercando sus labios a los míos.

Y, para cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, me encontré besando a James.

Justo como Fregoneti había besado a Dorothy hace cinco minutos, en aquel mismo lugar.

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- ¡Lo tengo!

Las palabras salían de la boca del fontanero. Se había tenido que subir a una escalera metálica para alcanzar el agujero que seguía estando en el tejado, sobre mi habitación.

- El problema está en las tuberías.

Guy aprobó las palabras del hombre con un asentimiento conforme.

- Necesito la llave de Agua para arreglarlo.

Guy salió un momento del cuarto, dejándole sola a su hija con aquel hombre bajito y calvo.

- Hola, guapa.

¡Ejem! Mia quería salir corriendo de la habitación.

¿¡Cómo se había atrevido a decirle eso!?

- Hola- respondió Mia, por ser educada, más que otra cosa.

Su padre volvió, por fin. Ofreció la llave que le había pedido el señor fontanero.

Éste fue bajando la escalera y, pegó un pequeño saltito para regresar al suelo.

- Descuiden. No tardaré mucho.

Se marchó con paso solemne. Seguro que se sentía feliz a fin de cuentas, de ser un fontanero que arregla tuberías.

Guy miró con gesto divertido a su hija.

- A ver si no nos inunda la casa...

Mia sonrió ante el comentario de su padre. Le hacía mucha gracia que pensara esas cosas cuando sabía que no iba a pasar. O al menos eso esperaba Mia.

- ¿Tienes exámenes esta semana?

- No. Los hice la semana pasada.

Mia sentía que su padre ignoraba bastante lo que hacía en el instituto. Nunca le había dado mucha importancia a los estudios de su hija. Ni siquiera le había preguntado jamás lo que quería ser de mayor.

Prefería que fuese ella quién decidiera su camino.

- Bueno, ¿y qué tal te salieron?

- Bastante bien, la verdad.

Mia siempre había sido una de las mejores alumnas de la clase. Y no por ser una empollona.

Mia era lista. Muy inteligente. Y no necesitaba estudiar demasiado para sacar sobresalientes en todas las asignaturas. Lo que para Dorothy, era una misión imposible.

Ella prefería llevar las asignaturas al día. Y estudiaba mucho más que Mia. Aún así, Mia era quien ganaba en resultados.

- Ya me alegro. Oye, te quería decir que este fin de semana, vienen unos amigos de tu madre a casa. Me gustaría que recogieras un poco tu habitación, ¿vale?

Mia asintió. Sus padres siempre querían tener todo perfecto cuando llegaban invitados a casa.

- Siempre que arreglen las goteras, claro...

Guy besó a su hija en la mejilla. Le revolvió el cabello, y, salió de la habitación con paso decidido.

Mia comenzó a recoger su cuarto. ¿Por dónde debía empezar?

Empezaría recogiendo sus peluches y muñecas infantiles que conservaba en las estanterías.

Fue recogiéndolos uno a uno, guardándolos en una bolsa que acabaría subiendo al desván. Sintió tristeza. Los peluches y las Barbies le miraban con ojos tristes. Les debía dar mucha pena que ya Mia no los necesitara.

Y, al mismo tiempo, Mia sintió que acababa de hacerse mayor, dejando atrás por completo su niñez.

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