cuarenta y uno

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Joanne            

El bullicio producido por los mellizos al descubrir los regalos que habían sido dejados para ellos bajo el árbol de navidad incitó a que ese 25 de diciembre el desayuno tuviera lugar tan pronto como el alba hubiese arribado en la residencia Van Aller. Cedric y Conrad ignoraron con alevosía los llamados de su madre para que se sentaran a la mesa y en su lugar corrían por el living, aún vestidos con el piyama y llevando lagañas en los ojos. Personalmente, había dormido tan sólo unas pocas horas la noche anterior, en gran parte debido a que por primera vez en mucho tiempo lograba sentirme tan feliz como para que mi realidad resultara mucho más apacible que cualquier tipo de sueño, de modo que detrás de mis ojeras pronunciadas guardaba un sincero buen humor.

—He enviado algunos de tus diseños a la editorial. —comento mi hermana como al pasar mientras untaba una tostada con manteca, llamando mi atención aunque no la de mi padre, quien sentado frente a ella no levantó la vista de su enorme taza de café—. Espero que no te moleste.

En primera instancia me llamó sorprendió descubrir que la propuesta de trabajo que me había hecho la noche anterior era seria y relevante. Al hallarme inmersa en cuestiones que se me presentaban momentáneamente de mayor importancia siquiera me había detenido por un instante a pensar en ello. En segundo lugar, me sentí algo invadida.

—¿De dónde tomaste mis diseños?

—Por alguna razón había una carpeta de archivos en mi computadora que llevaba tu nombre y contenía unos cuantos.

—Alina, por favor. Ninguno de esos trabajos valía la pena. —

Ella pasó de mi gesto reprobatorio.

—A mí me parecieron bastante buenos.

Por fortuna resultó ser que la opinión de los miembros de la editorial en relación a los archivos que Alina les había enviado distaba de ser condescendiente como la mía, y se asemejaba a la de mi hermana. El lunes siguiente, al regresar a mi departamento en Múnich, me hallé con un mail mediante el cual se efectuaba una propuesta de trabajo formal, denominando mi labor como 'de sublime calidad' y asegurando que les resultaría un placer verme dispuesta a ser entrevistada para el puesto. Esperaban mi respuesta a más tardar en 72 horas y en caso de que estuviese interesada, tendría que viajar a España en los días siguientes.

Busqué el nombre de la editorial en Google al tiempo en que me inquiría si aquella oportunidad se me había sido dada con el fin de acrecentar mi dicha o de dar otro rumbo a mi bienestar. No obstante, al conseguir algunas referencias de la empresa, así como trabajos editoriales en los que se había involucrado, y en cuanto aprecié la calidad de aquellos artistas a los que podría considerar colegas en caso de que decidiera aceptar la oferta, conclusioné que me hallaba frente a una oportunidad excepcional.

Mientras vacilaba acerca de la posibilidad de mudarme a Madrid, recibí un mensaje de Manuel en el cual me proponía encontrarnos luego de que hubiese acabado el entrenamiento. Le respondí que sí, ansiaba verlo. Sin embargo, a continuación se me presentó no sólo como un motivo de júbilo en mi vida, sino como un ancla que me hacía ver la posibilidad de mudarme y trabajar como superflua. ¿Quería alejarme de él ahora, cuando por primera vez nos encontrábamos verdaderamente juntos? Daba por descontado que Manuel estuviera dispuesto a marcharse conmigo; hasta donde yo sabía, él se sentía verdaderamente cómodo en su puesto de arquero del Bayern Múnich. Por otra parte, y si bien estaba convencida de que podríamos sostener una relación a distancia durante al menos un tiempo (tanto como a él le llevase divorciarse de Kathrin y hacer caso a los deseos reales de su corazón, temporada que yo temía se prolongara demasiado tras el nacimiento de nuestro hijo), anhelaba que tuviéramos la oportunidad de criarlo juntos como una verdadera familia, ya fuese en Múnich o Madrid.

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora