treinta y tres

1.2K 79 21
                                    

Joanne

Solía pensar con total seguridad que rara vez las relaciones formadas durante la adolescencia pueden durar para toda la vida, como solemos prometerle a nuestros amigos. Los tiempos cambian, nos volvemos mayores y nuestras vidas comienzan a tomar rumbos diferentes que quizás nunca más se entrelacen. Motivo por el cual, era más bien partidaria de no dar mi palabra sólo por no saber qué pasaría después. 

En lo que a Mats respectaba, en cambio, era totalmente consciente de que ninguno de los dos necesitaba prometerle un para siempre al otro, ya que éste simplemente existía. Se erguía alrededor de nosotros como un muro infranqueable que nos protegía de los demás, al tiempo que, encerrados ambos allí, afianzaba nuestra relación. 

Sin embargo, en el último tiempo, las piedras que conformaban aquella pared habían comenzado a despedazarse muy lentamente, en fragmentos casi invisibles. Y temía con demasiada fuerza que acabara por desmoronarse, ya que él había sabido convertirse en una de las personas fundamentales para hacer de mi vida lo que era. 

Sabía que muchas de mis decisiones eran juzgadas como erróneas a través de sus ojos, pero aún así me aceptaba. Incontables eran las veces en las que no nos habíamos puesto de acuerdo, pero acabábamos llegando a una tregua, porque sin importar los errores que pudiéramos cometer, el otro siempre estaría para juntar los pedazos de un corazón roto, para regalar un abrazo y prestar un hombro en el cual llorar. Un oído en el cual desahogarse. Lo que fuera que resultara necesario. 

No se me hubiera ocurrido pensar que algún día, todo sería distinto. 
—Te he llamado porque me he enterado de algo. —dijo en un tono distante a través del teléfono. Desde hacía ya algunos días, la incomodidad se hacía presente en cada unas de nuestras conversaciones telefónicas. No nos encontrábamos ni teníamos intenciones de hacerlo, pero aún así, esperaba una próxima reconciliación mucho más que un compendio de reproches provenientes de él—. ¿Estás saliendo con Sven Bender? 

Suspiré. ¿Por qué no se lo había confesado? Una parte de mí sabía que al hacerlo, él me juzgaría. Y simplemente no quería que lo hiciera, me aterraba perder el apoyo de mi mejor amigo de aquella manera y simplificaba el resquemor que sentía omitiendo su participación en algunos aspectos de mi vida por entonces.

—Sí, es cierto... 

—¿Por qué no me has dicho nada? —No me había dejado terminar. Su voz guardaba rencor. Rencor por todas las cosas en las que no estábamos de acuerdo y tampoco buscábamos la manera de solucionarlo, quedándonos callados y ahogándonos en un conjunto de sentimientos amargos que finalmente acabarían por salir de la peor manera. 

—Mats... 

—Mirá Joanne. —sentenció con firmeza. Era extraño que me llamara por mi nombre completo—. Si lo quieres, está perfecto, pero no te equivoques... 

—¿Por qué nunca confías en mis decisiones? —cuestioné, aunque en realidad prefería que no me respondiera. Sabía que sus justificaciones eran fuertes y dolorosas, porque en cierto punto, me resultarían también certeras—. No me lo digas, no me interesa. Sólo me gustaría que una vez, mis elecciones te parecieran correctas. 

—Ojalá pudiera, Jo. —suspiró, resignado—. ¡Tengo miedo de que te lastimes! Sabes que no puedo evitar preocuparme por lo que sientes. 

—Me siento bien con Sven, no debes que temer por eso. Él me cuida, me quiere y está siempre conmigo... 

—Pero él no es Manuel. - Soltó de pronto. - Por mucho que intentes pretender que lo es, o que se parece al menos, nada tienen que ver. Sven te quiere de verdad, pero tú no a él. 

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora