diecinueve

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Manuel.

Con el transcurso de los días, noté qué tan pocas noticias había recibido de mi esposa. Francamente nulas. Supuse que su vida continuaba de mil maravillas, como suele ser en Ibiza, y sobre todo, que me había engañado, aunque hubiera sido un descaro de mi parte proferir una queja al respecto. No obstante, dado el modo en que se había comportado durante los últimos días que habíamos estado juntos, hacía cerca de un mes, me resultaba muy sencillo compadecerme del pobre imbécil que tuviera el deseo y la valentía de acercarse a ella.

Mientras tanto, mi rutina permanecía implausible. Los entrenamientos se habían vuelto más exhaustivos a medida que la Champions League tomaba su curso y los rivales eran cada vez más duros, si bien nosotros teníamos fe en nuestras propias habilidades. Por mi parte, poseía la sensación de que aquel era mi año, y que todo funcionaría según lo planeado si me esforzaba para que sucediera. Por eso, durante las tardes libres, cuando no me veía involucrado en ninguna publicidad de Paulaner, Mercedes Benz o Coca-Cola, concurría al gimnasio para obtener mayor fuerza y destreza en los músculos, o simplemente salía a correr.

Por las noches, cuando no caía extenuado, solía reunirme con algunos de mis compañeros para divertirnos. Dada la libertad en que mi vida se sumía desde que me hallaba viviendo solo, mi casa hacía de sede en la mayoría de los encuentros, que en ocasiones acababan siendo fiestas de mediano tamaño, cuando no concurríamos a ninguna otra organizada previamente.
Sin embargo, la mayoría de las noches no poseía la energía que requiere una reunión social, por lo que una vez me hubiera recostado, Joanne volvía a mí. Era inevitable pensar en ella luego de que todas las razones para distraerme se hubiesen diseminado. Un par de días a la semana decidía llamarla antes de dormir; durante el resto de los mismos, mi orgullo me lo impedía ¿Cómo me sentiría en caso de que diera rienda suelta a mis sentimientos por ella antes de notar que mis expectativas permanecían lejanas a la realidad? ¿Devastado? Tal vez sí, y volvería incluso a buscar cobijo entre los fríos brazos de mi mujer. Prefería evitarlo.

Mi relación con Joanne se había vuelto un poco más confusa, aunque de un modo agradable, y ya necesitaba una pequeña dosis de valor antes de acabar de marcar su número, despertándose en mí una fiera que en ocasiones me hacía cosquillas en el estómago o me producía súbitas e incipientes tristezas que me eran impropias.

Al cabo de aquellos días, comencé a percibir un cambio en su forma de hablar. Me gustaban esos modos tímidos y risueños que había adoptado, además de los pequeños silencios que entre nosotros se creaban, otorgándome la oportunidad de escuchar su respiración. Entonces sabía que Joanne estaba pensando en mí tanto como yo en ella. Se molestaba con frecuencia por mis comentarios egocéntricos que se habían vuelto más habituales. Creí que buscaba un motivo para vanagloriarme, como si debiera demostrarle algo distinto de mí. Pero a pesar de sus enojos y malas contestaciones, no era capaz de cortar nuestras llamadas y casi siempre acababa haciéndolo yo, con cierta dificultad, para luego pensar durante varios minutos en cómo sería tenerla acostada a mi lado, acurrucándose sobre mi pecho. Quería acariciar su cabello y decirle cuánto la adoraba. Aunque resultara una tontería, teniendo en cuenta que hacía tan solo cuatro meses desde que la hubiera visto por primera vez, al besarla me había parecido haber encontrado a la mujer que había estado esperando, sensación que se repetía cada vez que nos mirábamos a los ojos.

Esa noche, el otoño no estaba siendo del todo frío. Me encontraba solo en casa, y no había decidido aún si llamaría a Joanne o no, ya que hacía un par de días que no hablábamos. No obstante, Bastian, Philipp y Mats llegaron a casa sin previo aviso, festejando con dos cajones de cerveza que tanto el Bayern Múnich como el Borussia Dortmund habían ganado en aquella fecha y preveíamos un fin de semana libre de obligaciones.
Bastian se pavoneaba con su aspecto severo habitual, que no dejaba de ser una armazón tras la cual se guarecía un ánimo relajado y divertido la mayoría del tiempo, mientras mascullaba entre dientes una canción en bávaro que estaba de moda. Philipp se notaba bastante cansado; seguramente se sentía un poco más presionado que el resto de nosotros, pero aun así estaba alegre. Mats, por su parte, frecuentaba Múnich como si fuera su hogar; considerando la posibilidad de adquirir un departamento allí, a pesar de que le resultaba natural viajar casi constantemente.
Me alegré de verlos. Pronto nos vimos enzarzados en conversaciones acaloradas y torneos de Play Station. Nunca se me había dado del todo bien aquel juego, y casi siempre acababa enojado por la frustración que eso producía en mi alma competitiva, pero sin embargo, acepté disputar un campeonato.

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora