cuarenta y siete

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Manuel

Joanne se rió cuando le dije que el Bayern perdió la semifinal de la Champions League porque yo me pasé los noventa minutos distraído, pensando en ella y el bebé. Fue la única persona a quien se lo confesé, y si alguien de mi entorno lo asumió con el pasar de los días, nadie me culpó por habernos causado la derrota. Muy poco podía importarme tras haber recibido la mejor y más emocionante noticia de mi vida.

Cuando respondí su llamada, la voz de Joanne no denotaba rencor. Asumí que se debía al sentir propio del evento movilizante que se había apoderado de ella, puesto que ya había pasado un largo tiempo desde que hubiera escrito la carta que fuera mi último intento por recuperar su amor y el deseo de formar una familia junto a mí. Me enteré con el paso de los días a qué se había debido aquel silencio que derivó en la única conclusión posible que podía formular dadas las circunstancias: Joanne no tenía nada más que decir, y prefería mantener distancia entre los dos. Imaginar aquello me dolió sobremanera, había perdido mi oportunidad de ser feliz por ser un cobarde, y entonces sólo quedaba acostumbrarme y mirar hacia delante.

—Ambas estamos bien. Ella está tan exhausta como yo, durmiendo sobre mi pecho. —me contó. A continuación, procuró un instante de silencio, y luego agregó—: Hay mucho de lo que debemos hablar.

—Sí. Demasiadas cosas. —asentí— Iré apenas el partido haya acabado.

Al oír que Philipp se hallaba apremiándome, respondió deseándome suerte, aunque en vano: yo ya era el hombre más bendecido del mundo.

Cuando llegué a la clínica, tres horas después, Joanne estaba dormida. En el pasillo que conducía a las habitaciones de internación por maternidad, me encontré con Mats y Alina; la cabeza de ella permanecía apoyada sobre hombro de él. Hummels, el primero en percatarse de mi presencia, sonrió con la mitad de la boca y me dijo que había sido una lástima que el Bayern perdiera 1-0 cuando no habían jugado tan mal, a excepción de su arquero, quien parecía tener la cabeza en las nubes, y que él lo lamentaría si no estuviese alentando al Madrid en las etapas finales, luego de que el Borussia Dortmund fuera eliminado. Me detuve a un par de pasos de ellos y lo oí hablar mientras me miraba desde su lugar. Luego se puso de pie y nos abrazamos. Palmeó mi espalda de manera cordial y yo sonreí. En un gesto tan simple nos perdonábamos tácitamente y volvíamos a ser amigos. Alina nos miraba algo adormilada desde su lugar.

—¿De qué me perdí? —preguntó Mats. Me senté al lado de ambos y pretendí contar novedades con los dedos. Reímos, cómplices.

—A ver...—Me pareció saber qué quería oír y opté por no dejarlo en ascuas— Kathrin firmó el divorcio. Me costó una gran cantidad de dinero convencerla, pero ¿Qué más da el precio por estar por la mujer que amas?

—¡Al fin te das cuenta, hombre! —Alina exclamó con sarcasmo. Pensé que tal vez me guardara rencor por todas las idas y vueltas que habían existido entre su hermana y yo, y francamente no podía echárselo en cara—. Si vuelves a hacerla sufrir, a ella o a la bebé, te arrancaré el rostro a tiras.

—Lo dice en serio. —aseveró Mats—. He tenido que contenerla durante todo este tiempo para que no fuera a buscarte.

—¿Así que ustedes dos están juntos? —Mats asintió mientras sostenía la mano de su novia entre las suyas, y al mirarnos ambos hallamos entendimiento en el otro. Las sensaciones provocadas por aquellas hermanas eran tan inexplicables como profundas, pero ambos las conocíamos y por ello nos bastaba no decir nada—. ¿Qué hacen aquí fuera? ¿Por qué no se han ido a casa?

—Tranquilo. —Alina se puso de pie, parándose a mi lado— Sabíamos que vendrías y nos quedamos a esperarte, dado que Joanne estaba agotada. Imagino que no pretendes despertarla, ¿o me equivoco?

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora