veintisiete

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Joanne.

La siguiente semana, Alina se instaló en uno de los departamentos de Dortmund que nuestros padres habían comprado como inversión para el futuro de ambas, los cuales habían acabado deshabitados desde que habíamos caído en la tentación de trasladarnos a la ciudad más grande y llena de sueños que parecía ser Múnich. Sin embargo, ella aseveraba haberse cansado de la inmensidad de aquel lugar, y prefirió volver a su ciudad de origen, mucho más apacible.

Como había comenzado a nevar, los turistas llegaban en caravana y Múnich se atiborraba de personas cada vez más. Y aunque al comienzo de la temporada resultaba divertido encontrarse con algún que otro personaje extravagante proveniente del exterior, con el pasar de los días era inevitable desear poder entrar a un bar sin que estuviera repleto de gente.

Entonces acepté su invitación de viajar a aquella ciudad y quedarme con ella un par de días. Prometió que no existiría una razón por la cual debiera encontrarme con nuestra madre, que aún se hallaba reticente ante cualquier mención de mí y todo lo que eso conllevara.

Pasaría tiempo con mis sobrinos, más propensos que nunca a irritar a su madre, y con ella, quien se había tomado unas vacaciones de su trabajo, cansada de viajar. Sin embargo, aunque asegurara estar un poco alejada de la mayoría de las cosas que hacían de su vida lo que era y que generalmente disfrutaba, más que harta parecía feliz. No pregunté por qué y me alegré por ella, ya que ella tampoco se inmiscuía demasiado en mi vida personal.

Por otro lado, luego de aquella noche que habíamos pasado juntos, Manuel no había vuelto a llamar. Yo tampoco lo había hecho, por timidez y a la espera de que él fuera quien me buscara. Su amor estaba calándome hasta los huesos irremediablemente. No tenía idea entonces cuánto me costaría quitarme de encima todo aquel cariño. Esa mañana de noviembre, sin embargo, no existía nada que quisiera menos.

Realmente hacía frío. Me hallaba de pie frente a la ventana de la habitación de huéspedes donde había estado durmiendo durante aquellos días y contemplaba la nieve acumulándose sobre la cornisa mientras oía a Conrad y a Cedric jugando a la lucha encima de la cama de Alina. Pensaba en Manuel, me preguntaba qué estaría haciendo. Imaginaba su voz susurrándome al oído cosas que aún no me había dicho, cuando el contacto más cercano que habíamos tenido en los últimos días había sido a través de la pantalla del televisor, mientras mi hermana se cansaba de reírse de mí, que ya no tenía vergüenza de mirar los partidos del Bayern Múnich aunque detestara dicho equipo. Quería verlo, necesitaba saber qué era de su vida luego de aquellas dos semanas que no nos habíamos encontrado.

Y entonces no supe por qué. Tal vez fuera casualidad o quizás le gustara sentirme pensando en su padre, el hecho es que percibí a nuestro bebé dentro de mí. En un movimiento suave, una melodía apenas perceptible que no era capaz de oír, pero me resultaba por demás de mágica. Esperé que volviera a hacerlo, pero fue en vano, si bien resultó suficiente aquel instante para darme cuenta que tan inconsciente había sido hasta esos momentos del hecho inexorable de convertirme en madre. Y supe también, que no había vivido jamás cosa más maravillosa.

¡Qué me importaba el error! ¿Por qué tendría que pensar en Manuel, en su esposa, y en que todo lo que estaba sucediéndome desde hacía cinco meses como una equivocación garrafal de la cual tenía que arrepentirme? Quizás en otro momento pude hacerlo, pero ya no me encontraba mirando mi vida desde el margen, recordándome todo lo que podría haber hecho si aquella noche de agosto no me hubiera acostado con Manuel. Me sentí orgullosa de haber sido inconsciente y reafirmé mi teoría de que todos los acontecimientos tienen una razón de ser. Y yo estaba esperando un hijo del hombre que amaba. ¿Cómo podría aquello salir mal?

Me encaminé a la cocina con una sonrisa tonta en mi rostro mientras acariciaba mi vientre con parsimonia. Estaba enamorada de aquel bebé, y de mi vida en su totalidad. Alina levantó la mirada de la revista que había estado leyendo hasta entonces y sonrió también al verme.

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora