nueve

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Joanne

La lluvia caía copiosamente sobre el pavimento, por lo que aunque no viviese en el piso inferior de aquel edificio, podía oír el amortiguado sonido de las gotas al estrellarse en los adoquines. Disfrutaba de aquel pequeño detalle que no resultaba demasiado frecuente, y si bien siempre me habían gustado las noches de lluvia, desde que me había mudado sola no me resultaban igualmente apacibles.

Mats volvió a Dortmund aquella misma tarde, ya que al día siguiente debía estar listo para comenzar los entrenamientos, de primordial importancia desde que la Champions League había dado comienzo. Luego de acompañarlo hasta la terminal volví a pie a mi departamento, tras haber comprado un par de abrigos que vi de oferta en una vidriera así como un helado que devoré en el camino, a modo de mimarme.

Por entonces, Manuel regresaba a mi mente con una asiduidad recriminable que comencé a repudiar una vez decidido que ya no mezclaría los asuntos indebidamente. El retoño que nos unía sería el único nexo que tendríamos en común durante el resto de nuestras vidas. Más tarde, su silencio me llevaría a reafirmar que había hecho una acertada elección y en algún momento acabaría por olvidarme de mis incipientes sentimientos hacia él.

Fue por ello que no pude evitar mostrarme desconcertada cuando tuve que dejar de preparar la cena para abrir la puerta. Allí estaba Manuel, con el rostro humedecido por las pequeñas gotas de lluvia que provenían de su rubio cabello empapado. La ropa que llevaba había corrido exactamente la misma suerte, y la expresión en su perfil me llevaba a creer que algo no estaba bien. Quise saber si me habría visto involucrada en este último hecho, o con qué propósito acudía esa noche a mí.

—Manuel, ¿Cómo estás? —pregunté. Él besó mi mejilla con suavidad al tiempo que yo realizaba un ademán delicado para invitarlo a pasar. Acarició despreocupadamente su propio cabello, desordenándolo aún más— ¿Ha sucedido algo?

—Perdón por haber venido sin avisar. —Comenzó, mientras se quitaba el pulóver humedecido y lo sostenía en sus manos— Sé que no debería haberlo hecho...

—¿Qué necesitas? —Lo interrumpí debido al tono urgente de su voz, que insinuaba cierta angustia. Con movimientos dóciles le quité el pulóver de las manos para llevarlo a secar, entonces me miró a los ojos.

—Un lugar donde refugiarme. —Suspiró, mientras sus manos encontraban las mías en medio de la tela. A pesar de mi sorpresa, y de la sensación de no estar siendo fiel a mí misma en caso de que decidiera permitirle quedarse junto a mí, no me alejé. Incluso siendo incapaz de olvidar el nebuloso desenlace de la noche anterior, provocado por un propio descuido al dejar mis pensamientos a la deriva antes de que éstos tomaran caminos sinuosos. No obstante, fue inevitable perderme durante un instante en aquel contacto visual del cual, parecía, ninguno de los dos quería deshacerse.

—Voy a buscar una toalla. —mascullé, teniendo así una excusa para alejarme de él. Sentí mis mejillas enrojecer ante el contacto de sus brillantes ojos, más oscuros que de costumbre. Manuel asintió casi imperceptiblemente, con una mínima sonrisa dibujada en su rostro, que sin embargo no tenía la fuerza de ninguna otra que hubiese contemplado con anterioridad.

—Qué rico huele. —Señaló como al pasar sin verme, mientras yo me dirigía al baño—. ¿Qué estás cocinando?

—Es lasagna recalentada, nada especial. —respondí, incapaz de vanagloriarme como chef. Le llevé entonces un toallón blanco y él comenzó a secar su cabello— ¿Quieres que busque algo de ropa para cambiarte? Te vas a enfermar.

En seguida noté que tan maternal había sonado esa frase. Él me miró con cierta ternura, habiendo advertido exactamente lo mismo. Entonces reí.

Tren a BavieraWhere stories live. Discover now