Prefacio. La druida.

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❛LA DRUIDA❜

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❛LA DRUIDA❜

                         El hombre de cabellos cual ciervo rojizo se alza del suelo terroso y frío; poco ágil, poco ávido. Algo en el ambiente ha sido removido, y su falta de ánimo no le impide pasar por alto aquello, pues las señales son claras. En el cielo teñido de arrebol, pronto un cálido cerúleo aparece como manchas en el horizonte, en sustituto del azul blanquecino que parecía ser eterno distintivo de las tierras altas y, en general, de Escocia. Pero no es el cielo, inusualmente bello y familiar a lo que está acostumbrado, lo que se roba su suspiro y completa atención, a la vez que se renuevan sus sentidos y percepción, con tal de guardar cada detalle de lo que no puede explicar.

James Mackenzie Fraser deja pasar la señal grande, la evidente, para abrirse paso en el gran patio de entrada del Castillo Leoch. Abandona su posición de resguardo preventivo para seguir el instinto, que se evidencia en él con forma de un injustificado pero suave sonrojo en los pómulos y las mejillas antes claras y, además, en el sudor frío que empapa su fuerte mandíbula y el contorno de la nariz larga y recta. No se detiene al escuchar el golpe de los casquillos del enorme caballo negro contra la tierra ni por el relinchar constante de éste; él sigue su andar, entre ansioso y precavido.

Las botas de cuero se le hunden en el barro, dificultando un camino que antes sería atravesado con destreza. Va por la derecha, percibiendo una brisa embriagante con aroma a bayas y una sola cosa que no es capaz de identificar, pero que hace gritar la señal en su cabeza de que se enfrenta a algo o alguien de otro lado, a un extranjero. Pronto se ve envuelto por el jardín que cuida la señora FitzGibbons y él puede pisar sin mucha dificultad, aún así, evadiendo los tramos estrechos entre surcos para no tentar la suerte a la que al parecer, ya debe recurrir.

Nunca le pareció que el Castillo Leoch fuera un laberinto; pero ahora él se siente en uno donde con cada paso que da es un paso menos para el momento en que ese algo que lo atrae tenga que salir.

El dulce aroma se intensifica cuando se acerca a una entrada de arco, que al ver con detenimiento, hace que se detenga abruptamente. Una mujer se encuentra fuera de los límites: está semidesnuda, con una enagua color rosa tan pálido pero brillante que, por un momento, le hace pensar que nada la resguarda del crudo clima; una bata de un tono más oscuro cubre sus brazos al igual que un velo blanco su rostro, evitando que vea algún distintivo de la mujer más allá del cabello castaño suelto a ambos lados de la cabeza.

—¿Se encuentra bien, señorita? —dice en voz fuerte y clara, tras balbucear y pensar, por un instante, que su voz se perdió debido a la sorpresa—, ¿Está perdida?

Aparta la vista de ella y se fija en su tartán, sintiéndose pecaminoso por la insistencia de sus ojos sobre ella, como si pudiera adivinar así la razón de su presencia. El tartán es oscuro, para la caza, pero es usado por él éste día para camuflarse del enemigo; decide quitárselo, con sumo cuidado, y se acerca lentamente a la mujer, ofreciéndoselo.

Si Broc lo viera, dudoso pero con una curiosidad inmensa, se reiría hasta que de eso no quedara nada, mientras aprovecha aquella actitud para hacerse cargo él mismo de la dama. Mas Broc no se encuentra ahí y él puede formular sus ideas con tiempo suficiente para no dejarla esperando; piensa, tras pocos segundos, que se trata de una druida, por la vestimenta de colores claros y puros y, además, la lejanía que tiene con respecto de todo. Es ella, sin embargo, una druida muy alejada de sus hermanos y hermanas.

—Puedo ayudarla, druida —La mujer permanece estática y lo toma como la señal de que no se moverá. Aún así, le extiende la mano derecha mientras que con la otra sostiene el tartán, evitando ser brusco y dar a entender una intención errónea—, ¿Me permite?

No hay respuesta negativa o afirmativa, más allá del amago de la druida por acercarse; y el escandaloso grito que Broc Mackenzie profiere a la lejanía, probablemente en donde su caballo abandonado descansa, evita cualquier futura respuesta suya, puesto que durante el mínimo movimiento que hace para ver detrás suyo y verificar que no lo están buscando aún, el aroma a bayas desaparece lentamente y él, sin necesidad de voltear de nuevo, sabe que ella también se ha ido.

Mientras el joven hombre vuelve sobre sus pasos para no retrasarlos, la druida no espera para evidenciar su confusión. El hombre al que quería ayudar ha desaparecido y ahora está sola, rodeada de las ruinas de un castillo que debió ser majestuoso, sin saber dónde está su madre o su hermana y, en general, del grupo que está ahí para una visita guiada.

MON MANÈGE À MOI ━━ OutlanderWhere stories live. Discover now