40. Una noche tranquila

2.7K 213 230
                                    

Habían pasado más de dos semanas desde la última vez que lo vi. Aún seguía el recuerdo latente de nuestra primera y última cita, el momento en el que nos caímos y permanecimos tumbados sobre la pista de hielo mientras los copos de nieve embadurnaban nuestros rostros con sus diminutas motas. Su verdosa mirada clavada en la mía, sus labios rosados y algo agrietados por los bajos grados que oscilaban aquella fría noche de invierno. 


Se sentía como si hubieran pasado meses, años, y al mismo tiempo dolía como si hubiera sido apenas unas horas atrás. 

La imagen de Gala sacando aquel conjunto lencero seguía rondando mi mente, sin intención de abandonarme, torturándome en silencio mientras a ojos de los demás fingía que todo estaba bien y nada me afectaba, cuando en realidad, por dentro, estaba rota en mil pedazos. 

Jamás me había sentido tan dolida como hasta entonces. Jamás había experimentado la sensación de sentir mi corazón envuelto en un puño, y cuanto más pasaban los días más se intensificaba su agarre, estrujándolo hasta tal extremo de hacerlo añicos. Berlín había jugado con mi corazón, yo se lo había puesto en bandeja, se lo había entregado, mientras que él lo utilizó, jugó con él para después despedazarlo sin reparo alguno. 

Me odiaba a mi misma por pensar en él, por seguir torturándome cuando tenía motivos más que suficientes para seguir adelante. Había pasado por cosas peores y aún así había salido a flote cuando pensaba que jamás lo conseguiría. Había perdido a mi madre, había pillado la infidelidad de mi pareja, había sido rehén en un atraco y Steve había recibido un balazo por hacer su trabajo, y todo esto en apenas un año, visto así, parecía tener una vida de mierda, pero lo cierto era que aún me quedaban motivos para sonreír y querer seguir adelante, lo único que no conseguía entender, era el por qué no podía aplicar esa misma filosofía a la hora de olvidar a Berlín. Si, me había utilizado, me había hecho daño y había jugado conmigo como si de una muñeca se tratase, pero al fin y al cabo, eso era de lo más light que me había pasado, por llamarlo de algún modo. 

Entonces, ¿por qué me estaba costando tanto esta vez salir a flote y resurgir de las cenizas cual ave fénix?

Había días en los que mi subconsciente me reprendía por haber permitido que todo esto pasase. Me culpaba por haber dejado que Berlín entrase en mi vida y lo pusiera todo patas arriba. Siempre me había considerado una persona fuerte, con principios, incapaz de ceder a la primera de cambio ante los encantos de alguien como él, quien lo único que buscaba era una víctima más para añadir a la interminable lista de sus conquistas. Pero al parecer, hasta la persona más fuerte tenía una debilidad, y la mía tenía nombre y apellidos, Heiner Ross. 

—¿Cómo van los exámenes?—preguntó Steve sacándome de mis cavilaciones. Alcé la vista del libro que sujetaba entre mis manos y del que apenas estaba prestando atención y lo miré a los ojos. 

—Bien—Le regalé media sonrisa y cerré el libro metiéndolo en la mochila—. Van a empezar los exámenes finales y la verdad es que estoy un poco estresada—suspiré mientras volvía a dejarme caer sobre el sillón de cuero. 

Steve trató de incorporarse. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, hacía apenas unos días que le habían vuelto a operar y la herida aún no estaba sanada del todo. Me levanté tan pronto como pude y tomé su brazo para ayudarlo. Este se quejaba y mascullaba acerca de lo cansado que estaba de esta situación mientras se colocaba en la postura correcta.

—No seas bruto.

—No quiero ser un cargo para nadie— refunfuño mientras exhalaba un suspiro cansado. Cualquier mínimo esfuerzo para él suponía un esfuerzo mayor—. Estoy aburrido de estar aquí. Me van a salir más canas de las que ya tengo. 

BERLIN  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora