La Escudera

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  Emma había entrado a su casa con un miedo que no podía describir, se sentía como una adolescente que había escapado de su casa y regresaba a hurtadillas, pero... ¿Por qué? Ming Tiang no era su hijo y ella no estaba haciendo nada malo al traerlo a vivir con su familia. Quizás estaba sintiendo una especie de empatía por su hermana, o quizás estaba subestimando el nivel de comprensión de su padre y madre, de cualquier forma se sentía incómoda con lo que estaba haciendo; a diferencia de cuándo le presentó el niño a Adrien. Había una especie de seguridad a su lado, casi pudo creerle aquel extraño amor incondicional que juraba a su hermana. A veces las cosas no son lo que parecen, de hecho, todo el mundo festejaba la perfecta relación que ella tenía con Matsuo pero, finalmente, el amor que él había jurado todo esta tiempo no era más que una ilusión tétrica. 

  Siempre había escuchado en su casa, una y otra vez, "Ese desgraciado hombre, ese enfermo, se metió con Louisa al no haber podido estar con tu madre". A Emma siempre le había parecido una locura, a pesar de tener una gemela aquello le seguía pareciendo demasiado extremo; primero, el estar tan obsesionado con alguien como para ello, y segundo, el no percibir la esencia de la otra persona al punto de extrapolar ese "amor" a otro objetivo sin importarte su edad, sus diferencias o cualquier otra cosa que forme parte del tercero en disputa. A la joven le parecía hasta casi ridículo imaginar a un hombre adulto y aparentemente centrado ligar con una niña solo porque su madre no aceptó dejar a su familia e irse junto a él... Aquel pensamiento que poseía desde joven fue lo que alimentó su teoría (y culpa) de que en realidad Adrien Agreste solo tuvo la mala suerte de ser receptor del intenso amor que su hermana había sentido por él. Claro que a estas alturas no lo defendía, después de todo había vuelto muchos años después comprometido con su hermana y hasta por tener un hijo juntos, pero, aún así, ya no le parecían mentiras las que había dicho tras su regreso. Claramente él no había escapado con Louisa, ella sí había sido secuestrada y Ming Tiang era prueba de ello, también era cierto que pasó todos esos años culpandose y buscándola. Quizás Adrien nunca fue el príncipe azul de su hermana o de nadie, pero si fue, al menos, metafóricamente hablando, su caballero salvador.

  Emma hizo una mueca y levantó los hombros al pensar ello, su madre la mataría si se lo dijera pero ya no estaba tan negada a la idea de que Louisa viva junto a Adrien. Las cosas se habían dado así, qué más daba poner tanta resistencia en esa unión, ellos eran felices juntos. Puede que Louisa le haya pedido a una estrella fugaz el deseo de tener una familia con aquel Agreste  y tuvo que vivir todo lo sucedido para estar con él, quien sabe. La jovencita sonrió entretenida, le pareció raro hacer ese tipo de broma para sí misma con un tema tan delicado y no sentirse culpable por ello, quizás ya se estaba acostumbrando a la extraña vida que le había tocado.

— ¡Emma! Me tuviste muy preocupada ¡¿Dond-

  Marinette quedó en silencio y bajó la mirada para ver al niño que abrasaba la pierna de su hija. Antes de que pudiese relacionar la etnia del niño con los sucesos en su vida, Emma tomó al pequeño de los hombros y comenzó a hablar.

— Mamá... —Dijo ya con seguridad, sus pensamientos de alguna forma habían borrado el miedo o dudas en su interior, sentía como si fuese la única persona con los ojos abiertos en la casa. Era su deber proteger a Ming y a Adam de los ojos que juzgaban a su padre, ellos debían permanecer ajenos a los problemas familiares. Emma miró a Hugo acercarse curioso, lo incluyó en su presentación casi formal— Él es Ming Tiang, es hijo de Louisa, tu nieto —Mencionó mirando a su madre, luego volteó a su hermano— tu sobrino. Solo habla chino, pero puedes intentar entenderte con él, mostrarle la casa.

  Marinette, aterrada, retrocedió una de sus piernas estabilizando su postura, tomó inconscientemente una posición defensiva. Hugo, por su parte, miró curioso y sonriente al niño frente a él, era apenas unos años más joven y creía que por fin iba a tener a un compañero de cuarto con el que divertirse, enseñarle a tocar instrumentos y componer canciones. Básicamente el hermano menor que siempre había querido, pero no tan menor como Adam con quien tendría que esperar muchos años hasta poder hacer algo de ese estilo juntos. 

— Mucho gusto, soy Hugo.

  Dijo el adolescente sonriente mientras se acercaba a estrechar la mano de Ming, él siquiera pensó en de dónde había salido, por qué sus rasgos eran orientales o quien fue su padre, realmente nada le daba más igual que eso. Estaba allí y era su nuevo sobrino, cuidaría de él como un buen hermano mayor. Repentinamente sintió una mano en el hombro, era su madre interrumpiendo su presentación con una sonrisa.

— Hugo... ¿No crees que sería bueno que vayas a tu cuarto mientras hablo con tu hermana?

LouisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora