32. Totalmente Segura

302 11 0
                                    

A pesar de toda la responsabilidad que representaba para Artemis sentirse la ama de casa, secretamente disfrutaba algunos días de paz encerrada en la silenciosa y atemporal vivienda. Había descubierto que el silencio, algunas veces, podía ser ensordecedor en sus oídos. De esa forma, y dadas las circunstancias que le impedían correr cuando esos momentos llegaban, había dedicado parte de su contado tiempo a construir un pequeño y colorido jardín en dónde podías hallarla luego de un prolongado silencio insostenible.

Con el correr del tiempo, cuando los retoños de peonías y alelíes comenzaron a florecer, Andromeda se sentaba a admirarlas aunque Artemis continuamente la regañaba; "No salgas sin un sombrero", "está haciendo demasiado sol", "entra antes de que puedas sofocarte" y pare usted de contar. Amaba a su nieta y su instinto de protección, pero pedirle no caminar en dirección al jardín durante la hora en que más hermosas están y más percibes su olor cuando la brisa las mueve, era tan imposible como decirle que dejara de sostener la mano de Helena cuando esta cruzaba la calle.

Aquel espacio le otorgaba una paz inefable. Venían de la mano de Artemis. Por ende, eran solo pureza y amor.

Desde la salida de aquel consultorio médico, Andrómeda no solo se sentaba a admirar el pequeño e íntimo jardín, sino que también caminaba constantemente a su alrededor y acariciaba con la punta de sus dedos a cada pequeña y tranquila flor. 

—¿Otra vez aquí, abuela? —la sorprendió Artemis apoyada en el marco de la entrada al jardín. 

Bajo sus distinguidos ojos se apreciaban círculos oscuros de un mal descanso por las noches. La había escuchado caminar a altas horas de la madrugada por los espacios de la casa. No había comentado nada al respecto, asumía que todo era consecuencia de los exámenes finales. Su niña era inteligente y sumamente aplicada.

—Son realmente hermosas a esta hora —respondió sonriendo en su dirección.

—Lo sé. He estado pensando en agregar tulipanes a la familia, ¿qué te parece? —se sentó a su lado bajo el cálido sol.

Se sentía cansada, sumamente exhausta, Mery había contraído una gripe inofensiva para todo el mundo menos para su madre y su abuela. Por lo cual, se encontraba en reposo obligatorio. Artemis se negaba a pensar que había sido contagiada. Según su calendario electrónico, estaba próxima a tener su periodo y quizás a eso se debía el dolor pélvico que ahora la molestaba al dormir.

—Me encantaría ayudarte, angelito —un suspiro cansado brotó de sus labios.

—¿Cómo te sientes?

—Supongo que bien —se sacudió la tierra de su falda de algodón y caminó hasta Artemis con una pequeña sonrisa— ¿Duermes conmigo esta noche?

Esta última la observó con asombro y curiosidad, pero no dijo nada. Había aprendido a entender con pocas palabras lo que otros necesitaban decir.

Si había algo que aquella enfermedad le había enseñado con los años, era eso: no solo estar cuando se necesita, sino en todo momento y por gusto. Si su abuela quería dormir con ella, no podía, ni quería, negarse. Nunca se sabe cuándo será la última vez de algo hasta que sucede.

—Por supuesto —contestó. 

Dejó un beso en su pálida y arrugada frente antes de entrar a la silenciosa casa.

-

—No digo que sea una mala película, el libro es realmente bueno, pero hay cosas que es mejor dejarlas en las páginas del libro —refuté mirando la contraportada de El Resplandor con el ceño fruncido, mi abuela tiene unos gustos particulares a la hora de ver películas.

#1 | Boulevard de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora