Dieciocho

1.6K 139 61
                                    

Los días no comienzan como los pintan en las películas. No despertamos con el cabello perfectamente arreglado y la cara limpia, mucho menos recibimos las caricias del sol matutino o escuchamos el canto de las aves mientras hacemos la cama con una sonrisa y tarareando una canción; aunque esto último depende, en gran parte, del humor con el que despiertes. Eso le sucedía a Miharu. Se había quedado despierta hasta tarde hablando por videollamada con Masahiro, quien llamaba bajo la excusa de agradecerle por el obsequio de navidad, después, lo único que hicieron durante una hora fue debatir sobre si Taylor Davies era mejor que The Piano Guys o no, mas lo que provocó en Miharu esa sonrisa de mejillas rosadas fue lo que aquel niño dijo antes de despedirse: Ya quiero que toquemos juntos otra canción. Años después esa llamada sería una anécdota que contarían en las reuniones de la escuela donde todos hablan sobre lo que ha sido de sus vidas luego de terminar sus estudios. Miharu siempre había destacado en la música y el arte, por eso soñaba con convertirse en una violinista reconocida mundialmente, deseaba que su música llenara los corazones de alegría, sobre todo el de su padre, pero no sabía que él ya se sentía orgulloso de ella y que siempre fue su motivación para sonreír. Arregló su cama, lavó su cabello y escogió su vestido favorito porque sabía que después de la escuela irían a un lugar elegante por el cumpleaños de Baaya y quería lucir lo más presentable posible. Un broche con forma de margarita dio el toque final a su vestuario.

Se coló en la habitación de la mujer con Yuki en brazos y comenzó a cantar en voz baja una canción de cumpleaños en su idioma natal; Baaya despertó con mirada perezosa y una débil sonrisa que iluminó sus ojos arrugados. Yuki saltó a su regazo recibiendo caricias en su cabecita blanca y de suave pelaje blanco, le agradeció a la niña y terminó por levantarse de la cama para encontrarse con otra sorpresa en el comedor, un típico desayuno japonés decorado al centro con sus flores favoritas dando un toque femenino al apartamento con sus tonalidades magentas y rosadas. James sabía que en este día Baaya acostumbraba a hablar con su hijo, por lo que adecuó un espacio para ello. Pronto el aroma de la comida se desvaneció en el aire a la vez que los inciensos se consumían y una charla maternal se llevaba a cabo.

—Será mejor dejarla sola. —Cerraron la puerta del apartamento para dar pie a sus actividades diarias.

Miharu recibió elogios porsu vestido de parte de sus amigos y la profesora. Extrañaba a Elizabeth, perosabía que estaba mejor viviendo con su padre en Washington. No la vio llorarpor la muerte de su madre. O eso es lo que recuerda. Todo en ese día se volvióborroso luego de su doceavo cumpleaños, tampoco volvió a hablar con Elizabethlo que la puso triste pues la niña de cabellera rubia era muy talentosa y llegóa ser una persona agradable con el tiempo. Ahora, lo único que recuerda de ellaes su vestido azul y las marcas en sus brazos. «Ojalá vuelva a encontrarme conella», pensaba en las noches luego de terminar sus clases de música. Sin embargo,todo recuerdo puede llegar a desvanecerse en el tiempo y eso fue lo que comenzó a pasar de una manera lenta e imperceptible. El recuerdo de la niña rubia de vestido azul se transformó en una canción que llamó Vestido Azul, pues era lo único que recordaba de Elizabeth Hayes. Ni sus lágrimas, ni el sonido de su guitarra, ni el timbre de su voz sobrevivieron a las fauces del tiempo, criatura que carece de forma y color, que nos persigue en las sombras y nos observa por las noches, esperando el día en que no queden más recuerdos por robar. Baaya quería que el recuerdo de su hijo fuera lo último que el tiempo le quitara antes de reunirse con él en la colina donde acostumbraban hacer días de campo y volar cometas en primavera, cuando los árboles se teñían de rosa y el viento danzaba con los pétalos de tan hermosas flores. Aun recordaba su sonrisa y el timbre de su voz. El tiempo no había sido tan cruel con ella a comparación de con Blake; era tan joven y su cabellera seguía manteniéndose tan oscura como la noche y sus ojos conservaban el brillo de un millón de zafiros, pero ¿de qué le servía aquello cuando intentaba recordar el sabor de las galletas que su abuela horneaba? Recordaba su perfume, mas no el color de sus ojos. Recordaba su voz cuando cantaba, pero no su caligrafía. Pero lo que más lamentaba era que no recordaba la última vez que le dijo «Te Amo». La vieja fotografía que mantenía en su oficina era lo único que le impedía al tiempo robarse ese recuerdo.

el chico de ojos verdesWhere stories live. Discover now