Quince

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El queso cubría los nachos y los trozos de jalapeño, las burbujas de la cerveza en los tarros, el hielo derritiéndose en los vasos de refresco y el sonido de los pinos marcando una chuza. Era lo que ambientaba comúnmente el bolerama acompañado de expresiones de emoción o molestia cuando la bola se iba por el lateral de la línea, así ha estado Owen los últimos tres tiros y una expresión de fastidio al ver la sonrisa burlona del equipo contrario, y no era para más, iban ganando por diez puntos y era el último tiro.

—¿Qué pasa, Burke, mal día? —se mofó Jim a lo que el moreno respondió con el dedo medio y una sonrisa sarcástica.

Roy era uno de los chicos más fuertes del equipo, tenía un poco de mal carácter cuando las cosas no pintaban bien para él o su equipo, eso lo volvía alguien competitivo, y en cierto modo peligroso para los rivales, por eso era el mediocampista estrella y el dolor de cabeza para el entrenador. Tomó la bola de color rojo, una de las más pesadas, su vista se centró en los pinos al final de la línea que en un segundo ya no estaban. Una equis apareció en el tablero. Los puntajes se habían invertido, Sassy Bears estaba perdiendo ahora.

—Vamos, Thiago, confiamos en ti —dijo Jeremy suplicante.

El castaño tomó la bola en sus manos, sentía las miradas de los demás clavadas sobre él, era el mejor del equipo y no quería fallarles... mucho menos comprarle la cena a Owen. Soltó un gruñido al ver cómo la bola naranja derribaba solamente dos pinos. La risa de Roy no faltó y la mirada severa que el castaño le lanzó al tomar nuevamente la bola. Sus ojos se encontraron rápidamente con la bonita sonrisa de Lucas que logró relajarlo un poco, como siempre. Exhaló. Y la maldita bola se fue chueco. Seguían perdiendo por diez puntos pues el tiro del siguiente jugador del Equipo Maravilla había aumentado esa brecha.

—¡Vayan pensando lo que querrán para cenar, muchachos! —exclamó Roy petulante.

Lucas caminó hacia Thiago, el haló de los cordones de su jersey y le dijo al oído con voz calmada y a la vez demandante «Muéstrales». Lucas se sonrojó al sentir el calor de Thiago junto a él; tomó la bola de color verdoso entre sus delicadas manos y en su cabeza comenzaron a aparecer cálculos matemáticos, confiándose de ellos, tiró y en segundos un vitoreo se hizo presente en los sofás de cuero rojo. Una sonrisa estaba en los rostros de sus compañeros, Thiago se acercó a abrazarlo, los demás hicieron lo mismo, en medio del festejo se escuchaban agradecimientos para el menor por haber salvado su estabilidad financiera. Owen se acercó a felicitarlo, revolviendo sus cabellos.

—¡HORA DE COMER! —exclamó Jeremy sonriente mientras su brazo rodeaba los hombros de Roy, quien tenía una pequeña sonrisa.

El grupo de chicos regresaron los zapatos, pagaron por las últimas bebidas que pidieron y se dirigieron a la pizzería más cercana. El cielo estaba forrado de hermosas estrellas, constelaciones se formaban discretamente y la luna era su vigilante en el firmamento; el aroma a lluvia que desprendía la acera; el sonido de los grillos escondidos en la hierba; las luces de los automóviles que iban y venían al igual que los transeúntes cubiertos por el frío y las suaves corrientes que revolvían sus abrigos y cabelleras, o que los hacían estornudar. La mayoría de los jóvenes iba un par de pasos por delante del trío, hacían chistes burdos y carcajeaban; mientras que Thiago y Owen debatían con Lucas sobre por qué es ilegal lamer picaportes en otros planetas, el menor iba ganando, hasta que una ventisca les llegó por sorpresa, haciendo estornudar al más joven. Thiago se quitó su chaqueta y la extendió hacia Lucas, aquello era normal a sus ojos pero no tenía idea de las grietas que se formaban y profundizaban en el corazón de aquel que era su mejor amigo, el mismo que se puso a la par de los otros chicos dejándolo solo con Owen; se viró hacia él como si le preguntara con la mirada si conocía el motivo de por qué se había distanciado tanto de él, el moreno sólo se encogió de hombros y siguieron caminando; sus delicados dedos acariciaban la suave tela de la chaqueta que aún conservaba el aroma a colonia, aroma que perduró con él hasta que fue ligeramente opacado por el de la masa recién salida del horno con el dorado del queso en la circunferencia; los gabinetes marrones a juego con las baldosas blancas y carmesís, el llamativo menú que te recibe al entrar, las sillas altas apiladas junto a las máquinas de refresco y las conversaciones indistintas de la clientela. Se dividieron el costo total de las pizzas y enviaron a uno con billetes y monedas en las manos mientras los demás acaparaban dos gabinetes y una mesa de junto. El azabache no podía evitar verlo, se veía tan adorable con esa chaqueta y sus anteojos de pasta gruesa, aunque no pasó por alto las miradas que le lanzaban un grupo de amigas que estaban a pocas mesas de distancia, murmurando cosas entre sí seguido de pequeñas risas agudas y mejillas rosadas que lo hicieron poner los ojos en blanco, «Parecen niñas de secundaria» pensó sintiéndose un poco fastidiado y molesto porque una de ellas no paraba de señalar a Lucas.

el chico de ojos verdesWhere stories live. Discover now