Doce

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El sol estaba en ese punto donde su luz da color a todo lo que abraza; el cielo azulado con nubes de apariencia esponjosa; el verde del césped era brillante y las copas de los árboles eran acariciadas por el viento. En el patio trasero de la casa de los Smith se escuchaban risas infantiles, chapoteos en el agua fresca de la piscina que contrastaba con el calor del clima. Los flotadores de colores vibrantes y formas divertidas hacían aquella escena digna de una postal de verano, a pesar de estar en plena primavera. El asador soltaba un aroma delicioso de la carne cocinándose y la hielera conservaba frías las bebidas, sodas; jugos; limonada recién hecha; y licor para los adultos.

En la terraza tenían una larga mesa hecha de madera y sillas a juego, que resaltaban de la herrería negra pero no opacaban la gran chimenea de ladrillos rojos. Scott y James terminaban de poner los cubiertos, vasos y el resto de la vajilla que usarían; Suzie y Annie jugaban con los niños en la piscina mientras Brian y Sarah cocinaban los últimos trozos de carne y salchichas en el asador.

—¿Alguien ha visto a Baaya? —preguntó James buscando a la mujer en los alrededores.

—Oh, la noté algo cansada y le mostré dónde estaba la habitación de huéspedes, debe seguir dormida —respondió Brian con espátula en mano, James le agradeció y entró a buscarla para que comieran todos juntos.

La planta alta de la casa tenía igual o mayor cantidad de decoraciones rústicas, el castaño incluso creyó haber visto una matrioshka con forma de gallina. Las puertas eran de un blanco desgastado que contrastaban con los muebles marrones y muros de un blanco más pulcro. Siguiendo las indicaciones de Brian, James encontró la habitación en uno de los pasillos a mano izquierda subiendo las escaleras. Un sonido hizo que se sobresaltara sólo para encontrarse con una cabellera rubia y una sonrisa burlona.

—Hey, tranquilo, no soy un fantasma —dijo Sarah riéndose—. Debiste ver tu cara, fue tan divertida.

—No me asusté... sólo me sorprendiste, Sarah, es todo.

—¿Buscas algo acá arriba?

—Uh, sí, Brian me dijo que Baaya estaba dormida y vine a despertarla para que comiéramos juntos.

Aww eso es tan lindo de tu parte, cariño —la mujer dio un paso hacia adelante acercándose provocadoramente al castaño—. Eres un hombre tan tierno, James Auclair. Tu esposa debe ser la mujer más afortunada del mundo.

—Yo... uh... —comenzó a ponerse nervioso, Sarah aprovechó ese instante para acorralarlo contra la puerta— Sarah... ¿Qu-Qué estás haciendo?

—No lo sé, tú dime qué quieres que haga y lo haré —dijo susurrándole sensualmente al oído.

—Debo buscar a Baaya...

—Después —juntó sus labios en un movimiento rápido, tenían sabor a cereza y alcohol, James no sabía qué hacer. La mujer tomó de la perilla, y aprovechando el control que tenía, condujo al castaño hacia la cama poniéndose encima de él.

—Sarah... no deberíamos hacer esto.

—Hay muchas cosas que no deberíamos hacer, cariño.

Puso ambas manos al lado del castaño y uniendo sus labios nuevamente comenzó a frotar lentamente su entrepierna contra el cuerpo de James haciéndola gemir por lo bajo; sus ojos se encontraron con las esmeraldas de James y con una sonrisa juguetona en el rostro tomó una de sus manos colocándola sobre la parte superior de su bikini, moviéndola lentamente en círculos que incrementaban el sonrojo de la rubia. El miembro de James comenzaba a reaccionar por los movimientos de Sarah, sus intimidades estaban separadas únicamente por las delgadas telas de sus trajes por lo que la rubia sentía cómo aquello comenzaba a crecer. Tomó la otra mano del castaño y la colocó en su cadera, el roce de sus partes íntimas excitaba notablemente a la mujer.

el chico de ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora