26. Acuerdos Telefónicos

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Aquel edificio era imponente, impoluto y sumamente aburrido.

Incluso la música del ascensor se sentía anticuado y nada atractivo, pensé.

Cuando era niña, tuve la mala suerte acompañar a papá al trabajo un par de veces, y digo mala suerte porque ningún niño, a ninguna edad, disfruta una oficina gris y llena de papeles, mucho menos con una secretaria obstinada cumpliendo el papel de niñera mientras tu padre asiste a reuniones o citas con clientes. Después de todo, la vida de un abogado no es tan divertida como la pintan en las telenovelas de la abuela.

Para Bastián Soto aquello era su vida y el único medio en el que se desenvolvía expertamente.

Cuando era joven nunca pudo imaginarse estar donde está hoy, lo que incluía, pero no se limitaba, a su larga y experimentada carrera en el derecho y su rol de padre de familia, por más ausente que estuviera. No fue ningún galán o patán cuando niño, siempre tuvo metas que lo apartaban de considerarlo: Bastián siempre soñó con viajar al espacio.

Más pronto que tarde comprendió que a veces los sueños no están hechos para ser cumplidos, pues sus destrezas en el debate eran incalculables en comparación con su escasa habilidad para cambiar el neumático del auto.

Helena y Bastián se conocieron en la universidad, ambos eran jóvenes y sumamente estúpidos. Él estudiaba derechos por la presión de su padre y ella una licenciatura en administración.

¿Saben qué es lo primero que recuerda Bastián al evocar aquella épica? Lo rápido que se enamoró de Helena; la hermosa y joven Helena de cabello oscuro y sonrisa llena.

Fueron explosivos, asfixiantes, intensos y muy, pero muy, tóxicos.

Contra todo pronóstico, y bajo lo excitante de una relación no aprobada por sus padres, terminaron casados a escondidas; jóvenes, sin un lugar a dónde ir y sin necesidad de sufrir lo que pasaron a continuación. No fue fácil, pero ellos lo hicieron. Construyeron un lindo hogar para dos. No obstante, también descubrieron lo difícil que es callar lo que te molesta por tanto tiempo, pues nadie te explica lo duro que es vivir casado, mucho menos con aquellos volátiles temperamentos.

No hace falta decirles que Artemis fue un desesperado intento por recuperar lo excitante de aquella relación cuando se conocieron. La amaban, ambos amaban a Artemis de una forma en la que jamás ella podría entenderlo, pero a veces los padres se equivocan; a veces se confunden, se pierden y los dejan.

Nunca quiso herirla. Jamás, en toda su historia, Bastián había engañado a Helena. Entonces pasó, conoció a Eleanor y eso los arruinó.

Aquella pasante del Bufete era todo lo que Helena no: tímida, tranquila, romántica y sumamente servicial. Nunca tuvo una verdadera oportunidad de no caer por ella. No era, ni por asomo, parecido a todo lo que vivió y sintió con su esposa.

Estar con Eleanor le mostró a Bastián que existían más formas de amar.

Sin embargo, él estaba enamorado de su esposa, solo que para cuando quiso dar marcha atrás fue muy tarde. Terminó por caer en cuenta de que su curiosidad por conocer todo lo que se perdió al casarse tan prematuramente, dio como resultado una esposa que no lo dejaba tocarla, ni abrazarla, mucho menos decirle que la amaba.

Dolía, saberla enferma sin nada que él pudiera hacer, dolía. Desde entonces, ahí podías encontrarlo escondido de su realidad: en una oficina gris llena de papeles que lo recluían de pensar en todo el daño que le había causado a la única mujer que nunca comprendió su sueño de viajar al espacio, pero se lo ofreció en ella.

Su vida con Helena había sido su viaje espacial, con ella había construido su cohete y conocido planetas que jamás pensó explorar.

Sabía que contra toda lógica se amaban. Helena y Bastián tenían un amor que difícilmente podría ser roto a pesar de que lo intentaran. No querían que nadie los entendieran, solo que los aceptaran.

#1 | Boulevard de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora