Capítulo 94: "Las diosas también tienen sueño"

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- ¿Si? - pregunta la mujer arqueando una ceja, invitandome hablar.

La observo fijamente. Su largo cabello negro azabache ligeramente ondulado adornado con flores plateadas. Su delicada y perfecta tez; blanca como la nieve. Sus llamativos ojos amarillos, que me miran con curiosidad y diversión. Sus gruesas y abundantes pestañas que los enmarcan. Sus finos y delineados labios, que esbozan una pequeña sonrisa ladeada.

El vestido sencillo de color blanco que usa, junto con unas pocas joyas de oro y bronce adornando sus brazos y tobillos. Sus manos de dedos largos y diestros, que sujetan el pomo de la puerta aún abierta.

Es demasiado hermosa para ser una simple mortal, incluso para ser una diosa. Su belleza me resulta vagamente conocida...

- Creí que éste era el palacio de Thánatos - murmuro avergonzado disculpándome ante ésta hermosa dama.

Su risa; musical y delicada me hace alzar la vista. Una gran sonrisa ilumina su bello y angelical rostro dejando a la vista una hilera de pequeños dientes blancos como pequeñas perlas.

- Si, James - dice - éste es su palacio. Adelante - se aparta para dejarme pasar - te estábamos esperando.

El vestido se le alza un segundo dejando a la vista sus pies descalzos, con unas pulseras de oro atadas alrededor de sus tobillos.

- Yo... - me aclaro la garganta - ¿Te conozco? Me resultas muy conocida.

La mujer sonríe.

- Estuve de visita por el Campamento unos días, creo que fue durante tus primeros días allí. De todos modos; soy Artemisa, diosa de la caza y los bosques.

Abro la boca asombrado.

La dulce y adorable niña de ocho años de pelo rojo recogido tras una diadema no puede ser está mujer de asombrosa belleza...

¿O si?

- Si, por supuesto que me acuerdo de ti - balbuceo - Es solo que estas...

- ¿Distinta? - Artemisa se encoge de hombros y me adelanta para indicarme el camino - Me sentía más cómoda con mi otra apariencia, pero era necesario que adoptara ésta.

Se mueve con elegancia delante mio, dando leves saltos en lugar de pasos. Sus joyas repiquetean suavemente al chocar unas con otras y su largo cabello negro se balancea de manera regular de un lado a otro, hipnotizante.

La sigo por laberínticos pasillos y recovecos enrevesados hasta dar con una gran estancia de color blanco con decoraciones en amarillo, verde y azul. La estancia es amplia, con unos cuantos sillones repartidos de forma adecuada por el espacio y una pequeña mesa en el centro de la sala.

De espaldas a nosotros, mirando a los Campos Elíseos, está la imponente figura de mi padre; con las alas extendidas y los brazos cruzados sobre el pecho.

- Thánatos - le llama con voz dulce Artemisa.

Mi padre se gira y nos mira alternativamente. Sus grandes y profundos ojos color miel se detienen en mi figura y lentamente una sonrisa se va extendiendo por su rostro.

- Hijo - se acerca a nosotros y señala con un movimiento de cabeza los sillones dispuestos de forma ordenada a pocos metros de nosotros - Vamos.

Le acompañamos hasta allí y nos sentamos. Thánatos solo en un sillón individual y Artemisa a mi lado en uno de los más grandes.

- Es un placer tenerte conmigo, James - me dice mi padre - Te hospedaras en la habitación contigua a la de Artemisa - ella sonríe - si tienes algún problema puedes avisarla a ella si quieres. Por si acaso mi habitación está subiendo las escaleras, girando a la derecha, última puerta.

Asiento nervioso y juntos mis manos en mi regazo.

- Supongo que ahora querrás saber porque estas aquí - dice.

- Si - musito.

- Veras - se reclina en el sillón - Hay... problemas. La cuestión es que el Tártaro...

- Espera - lo detengo - ¿El Tártaro?

- Si.

- ¿El dios primordial que es el espíritu del foso adonde arrojais a todas las criaturas inmortales que no queréis en la tierra y de donde esperais que no puedan salir? - pregunto con voz aguda.

- El mismo - dice.

Asiento.

- Bien, el caso es que como supongo que sabes cuando matas a un monstruo aparece en el Tártaro - asiento - y al poco tiempo reaparece en la tierra de nuevo; por eso los semidioses tenéis que estar matándolos de manera continua - vuelvo a asentir - Perfecto. Lo que ocurre es que ahora los monstruos no vuelven a aparecer en la tierra...

- ¿Y que tiene eso de malo? ¿No se suponía que era lo que se intentaba conseguir? Una tierra libre de monstruos...

- Lo sé. Pero las cosas tienen un orden lógico, y si ese orden se altera... las consecuencias podrían ser devastadoras.

- No comprendo - digo - es mejor que no vuelvan.

- James - mi padre me mira con severidad - usa tu cerebro. Los monstruos desean volver a la tierra, si no vuelven significa que están planeando algo; y miles de millones de monstruos juntos cooperando para planear algo no tiene buena pinta ¿No crees?

Me estremezco y al instante los delicados brazos de Artemisa me rodean.

- No pasa nada, James - me dice al oído - Solo estas aquí para que intentes averiguar toda la información posible. No te vamos a pedir que luches contra ningún monstruo o nada parecido.

Me relajo un poco y Artemisa se separa de mi con una sonrisa.

- Tu y Nico tenéis que conseguir toda la información que podáis - me dice mi padre - Es de absoluta importancia.

Asiento.

- Ahora a descansar - dice Artemisa bostezando - que debes de estar cansado...

Apoya su cabeza en mi hombro y cierra los ojos.

- ¿Cansada, Artemisa? - bromeo.

- ¿Yo? Nunca - dice con una sonrisa somnolienta.

- Pues lo pareces - la digo.

- ¿Que? - se defiende - Las diosas también tienen sueño.

- Iros a la cama - nos recomienda Thánatos - Tu habitación está al principio; pasillo dos, segunda habitación a la izquierda.

Asiento y me levanto del sillón. Me inclino hacia Artemisa.

- ¿Te llevo?

- En circunstancias normales te mandaría a la mierda y te diría que no necesito a ningún hombre para que haga las cosas por mi - dice - pero estoy demasiado cansada. Así que si no es molestia te agradecería que me llevaras.

Paso mi brazo por debajo de sus rodillas y con el otro la sujeto por la espalda. La alzo en volandas y salgo al pasillo. Artemisa apoya su cabeza en mi pecho y cierra los ojos.

Ando por los pasillos hasta dar con la que supongo que es su habitación y la abro con cuidado de no despertarla. Me acerco al centro de la estancia y la deposito en la suave cama.

- ¿James? - pregunta con voz empalagosa, aún medio dormida.

- ¿Si? - me paro en el umbral de la puerta.

- Creo que me caes bien - dice - sientete afortunado.

Me río entre dientes y cierro su puerta con cuidado.

- Lo tendré en cuenta - digo antes de entrar en mi propio cuarto.

El hijo de la muerte (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora