XVII. Puntos flacos.

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Unas oscuras ojeras decoraban sus ojos. Estos permanecían semi-cerrados pues el cansancio y el sueño suponían una carga demasiada pesada en esa mañana grisácea. Ya hacía un par de horas que había amanecido y sin embargo seguía con la sensación de encontrarse en mitad de la noche. El cielo estaba encapotado y el sol no brillaba entre las hojas del Árbol de los Cinco.
La noche anterior había tenido lugar el banquete en su honor y aún arrastraba el agotamiento que le produjo la velada.
Pese a que era temprano, la Jarra de Sauce ya era un hervidero de actividad. Los camareros servían los desayunos raudos y veloces y seguían las ordenes que Pamitha gritaba a pleno pulmón tras la barra.
Contemplaba el plato de huevos y panceta que tenía delante sin verlo realmente. Tenía muchísimo sueño y Azor, que comía a su lado lo notó.
—Se te va a helar el desayuno.—le advirtió.
—Me da a mí que mi estómago no se ha despertado aún.
—Ni tu estómago ni ninguna parte de tu cuerpo por lo que veo.
Kya bostezó.
—La velada fue muy pesada.—respondió apartando el plato y apoyando la cabeza en la mesa.— Aún me retumba la cabeza de todas las movidas que escuché anoche.
Azor soltó una leve risa.
—No me quiero ni imaginar lo aburrido que tiene que ser un banquete de esos. Casi que me alegro de que no me dejaran acompañarte.
—No te haces una idea de la suerte que tuviste. Además no me cayeron demasiado bien los miembros del Consejo.
—¿Y eso?—Azor estaba intrigado. Había escuchado rumores e historias sobre ellos pero nunca había tenido información suficiente para formarse una imagen mental.
Kya le resumió la velada. Le habló sobre el encontronazo con Ashqar y sobre las discusiones de Nanuq y Quetzal. También le comentó que había conocido al hermano de Dayle y por último le explicó que Crassus le había conseguido una plaza en la Academia.
Los ojos de Azor brillaron con cierto orgullo al escuchar como Kya había respondido ante el sultán.
—Bueno, no fue del todo mala la noche, ¿no?
La joven se encogió de hombros.
—Supongo que no. Pero no quiero repetir.
En ese momento Sazz tomó asiento junto a ellos. También se le veía cansado.
—Buenos días.—saludó con voz ronca.
Llevaba el pelo revuelto y en su cara aún eran visibles las marcas que las sábanas habían dejado en su piel.
Bajó la vista hacia el plato de Kya.
—¿Te lo vas a comer?—preguntó esperanzado.
—Aún estoy que reviento desde anoche.—respondió acercándole el plato.
Sazz dio buena cuenta de la panceta y los huevos.
El syyala aprovechó el desayuno para soltar todas las bromas y burlas que se había aguantado la noche anterior y a Kya le sentaron bien unas buenas carcajadas mañaneras.
Aún quedaban varias horas para el mediodía y Kya quería aprovecharlas. Tenía que reunirse con Crassus por la tarde, así que no perdería el tiempo por la mañana.
—Azor, me gustaría que siguieses enseñándome a luchar.
El cazador dejó la jarra de cerveza en la mesa y la miró.
—No creo que necesites luchar nunca más, ahora que estás en Ezestria.
—Me da igual.
Azor arqueó la ceja y le sostuvo la mirada a la joven. Podía ver la determinación en sus ojos.
—Está bien, como quieras.—aceptó finalmente.—pero déjame terminar de desayunar.

Minutos más tarde se encontraban en el patio trasero de la posada. Era un rincón tranquilo que Pamitha les había prestado con la condición de que luego cortasen la leña para caldear la posada.
Hacía bastante frio y el ambiente estaba cargado de una humedad que calaba los huesos.

Siguieron la misma rutina que cuando se encontraban de viaje. Lo primero era calentar. Azor nunca la dejaba entrenar si no se aseguraba antes de que su cuerpo estaba preparado para el entrenamiento.

Las lecciones podían resumirse en Kya lanzándose a bocajarro sobre Azor para terminar irremediablemente en el suelo. La joven confiaba en que en algún momento, su gran agilidad y velocidad le sirviesen para confundir o despistar al cazador. Sin embargo, nunca lo conseguía. Paciente como era, Azor esperaba a que Kya cometiese el mínimo error para tumbarla. Esto no solía tardar más que unos segundos en suceder. 

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