IV. Kya.

61 11 1
                                    

Los días transcurrían sin que le diese la sensación de que el tiempo pasaba. No solía estar ociosa ya que no dejaba de buscar comida o materiales con los que reforzar su choza. Realizaba recurrentes visitas al pueblo del que robaba todo tipo de cosas que necesitaba. Desde tejas para proteger su refugio de las comunes lluvias primaverales, pasando por comida de la basura, a veces encontraba alimentos en perfecto estado que no lograba entender por que la gente tiraba, hasta ropa que algún vecino dejaba desatendida mientras se secaba.
Tan solo cogía lo justo y necesario para sobrevivir. Seguía pasando hambre pero al menos ya no pasaba por la ansiedad del principio cuando no tenía absolutamente nada. Técnicamente seguía sin tener nada, su vida no podía ser más lamentable y humilde, pero poco a poco iba adquiriendo una cosa que siempre la ayudaría: experiencia.
Los pocos ratos muertos sucedían siempre por la noche. La calma y el silencio la ayudaban a planear la siguiente jornada y lo que haría durante esta.
Se organizaba y ordenaba sus tareas de forma que podía pasar la mayor parte del tiempo entretenida sin pensar demasiado. Odiaba quedarse quieta y simplemente dejar que su mente divagase, por que eso solía conllevar frustración y desasosiego. Su cabeza estaba llena de dudas a las que no encontraba respuesta. Además, en algún rincón de sus pensamientos una pequeña púa empezaba a pincharle y a torturarla: la soledad.
Y eso era lo peor, cuanto más tiempo pasaba más dolía esa púa que, poco a poco, se iba convirtiendo en una estaca.
Cuando terminaba de organizarse intentaba dormirse cuanto antes, pero ese dolor que sentía la solía dejar muchas noches sin descansar.
No era extraño que se sintiera ahogarse en un mar de lágrimas.
Y es que estaba completamente sola.
Las primeras semanas lo había sabido sobrellevar, sin embargo, su aguante estaba llegando al tope.
No tener a nadie con quien compartir sus inseguridades, sus sentimientos o sus dudas estaba empezando a hacer demasiada mella en su alma.
Pero, por suerte para ella, la fortuna estaba a punto de sonreirle.
Una noche la sorprendió una pequeña tormenta cuando estaba buscando entre la basura del pueblo. Se dispuso a volver rápidamente a su choza cuando una ráfaga de viento traicionera le quitó la capucha, dejando a la vista sus rasgos zorrunos.
Se la volvió a colocar rápidamente. Por suerte era bastante tarde y el pueblo en su totalidad dormía...o casi.
Unos ojitos que curioseaban la noche lluviosa la habían pillado.
Ella no se dio cuenta de esto hasta pasados un par de días.
Para sobrellevar un poco su tristeza, se había permitido el lujo de robar un salmón, su comida favorita. Observando a los humanos había aprendido a cocinarlo y comerlo y había descubierto un auténtico manjar.
Había encendido una pequeña hoguera en la que el pescado iba tostandose llenando los alrededores de un delicioso olor.
Le encantaba encender fuego por que le parecía incluso más precioso que las estrellas. Podía pasarse horas absorta contemplando el danzar de las llamas hasta que se tornaban brasas y, poco después, se consumían lentamente hasta desvanecerse en cenizas.
Además el fuego le producía una agradable sensación de seguridad y calidez que le resultaba en cierto modo familiar.
Ensimismada en la hoguera se encontraba cuando una voz a sus espaldas la hizo saltar del susto.
-¡Hola!
Gritó, poniéndose completamente tensa y erguida, con el pelaje de la cola erizado. Descubrió a sus espaldas un niño que debía tener unos diez u once años. Para su sorpresa en el rostro del chico no había ni rastro de miedo, odio o desprecio. Al contrario, sus labios estaban curvados hacia arriba formando una resplandeciente sonrisa de oreja a oreja.
No bajó la guardia pese a la expresión amigable del niño.
Este rió.
-Perdón,- se excusó.- no quería asustarse.
Siguió a la defensiva, con la mirada clavada en el.
-Me llamo Tack, ¿Y tú?
Aquélla pregunta la desmontó. ¿Qué se suponía que tenía que responder? Ni siquiera se había planteado cual era su nombre o si tenía uno. Estaba sumamente confusa en ese momento.
-¿No tienes nombre?-insistió el tal Tack.
Ella tan sólo se limitó a negar con la cabeza.
Su mente iba a mil por hora y un bombardeo de preguntas golpeaba su cabeza. ¿Por qué estaba ahí ese niño? ¿Por qué era tan amigable? ¿Cuál era su nombre? ¿Por qué hasta ese momento no había pensado en eso? ¿Por qué? ¿¡Por qué!?
-¿En serio? Que raro, hasta yo que no tengo padres tengo nombre.
El chaval hablaba con absoluta inocencia y sin una pizca de malvad.
Poco a poco, sus músculos se relajaron pero siguió manteniendo las distancias.
Tack se agachó, mostrándole las manos desnudas, intentando hacerle saber que no tenía intención de hacerle daño.
Golpeó el suelo repetidas veces con la cola, demostrando su inconformidad, pero lo dejó acercarse. En parte por que parecía inofensivo y por otro lado por que se moría por socializar con alguien.
-Tenía ganas de conocerte.-comentó Tack, dedicándole una agradable sonrisa. - Eres mucho más bonita de lo que decían los idiotas del pueblo.
Levantó las cejas, sorprendida de escuchar eso.
A el pareció hacerle gracia la expresión que puso.
-Decían que eras un monstruo medio lobo peludo.-le explicó, gesticulando de forma que daba a entender lo mucho que la gente había exagerado a la hora de describirla. También se ayudó de gestos con las manos para reforzar su explicación, imitando las garras de un lobo.- y resulta que pareces más un gato que un lobo.
Frunció el ceño. ¿Cómo que un gato? Se cruzó de brazos inconforme con la comparación.
Tack volvió a reír. Su voz aún era chillona y su risa parecía un gorgorito. Era muy pegadiza y le costó disimular la sonrisa que estaba esforzándose por formarse en sus labios.
-No te enfades, los gatos son bonitos.
Cada vez le costaba más sostener aquél muro de autodefensa que había construido a su alrededor. Tal vez era por lo sola que se sentía o tal vez se debía a las buenas vibraciones que desprendía el chico.
-Aunque por el color de tu pelo pareces más un zorro ahora que lo pienso.-se frotó el mentón, reflexionando sobre aquella posibilidad.
Esta vez a la que le hizo gracia su expresión fue a ella. Se tapó la boca con la mano, tapando la sonrisa que ya no era capaz de seguir ocultando.
El rostro de Tack se iluminó al verla sonreír.
-¡Lo sabía!-exclamó de pronto, sobresaltándola un poco.- ¡Sabía que no eras mala!
La seguridad con la que afirmó aquello caldeó su afligido corazón, emocionándola.
-Eres el único que piensa eso, creo...-murmuró finalmente.
Era la primera vez que hablaba con alguien y se le hizo sumamente extraño.
-Soy el único con dos dedos de frente, querrás decir. -la corrigió.
Ella tan sólo se encogió de hombros sin saber que responderle.
La conversación siguió, mientras el salmón terminaba de cocinarse. El hacía las preguntas y ella las respondía, o no.
-Me parece muy mal que no tengas nombre.
-¿Ah sí?
El asintió, con un gesto severo en el rostro. Los mechones de pelo castaño oscuro ondularon sobre su rostro moreno y repleto de pecas.
-Y tanto. Tu te mereces un nombre bonito. ¿Puedo ponerte uno?-sus ojos se llenaron de ilusión y su rostro adoptó una expresión de súplica.- Por favoooooooor.
Soltó una risita y asintió. Le llamaba la atención la idea de tener un nombre.
Tack lo meditó largo y tendido. Estaba buscando el nombre que más le pegase a su nueva amiga. Tenía que encontrar el nombre perfecto.
El mismo propuso y rechazó numerosos nombres hasta qué, de pronto, su rostro se iluminó.
-¡Ya sé!
Apoyó la cabeza sobre las manos y lo miró, esperando con una enorme intriga conocer el nombre que tanto parecía convencerle.
-Te llamarás Kya.-concluyó.
-¿Kya...?-repitió ella.
-Kya. Es perfecto, es el nombre de una princesa. Es la protagonista de una historia que leí.
-Kya...-repitió nuevamente. Sonaba muy bien en su boca, le gustaba. Sonrió de oreja a oreja, por primera vez sintiendo genuina felicidad.- me gusta mucho Tack, gracias.

Compartió de buen gusto la cena con su nuevo amigo. Le parecía curioso cómo todo había cambiado de repente. La noche anterior había estado llorando desconsoladamente, sola y abrumada por los problemas. Y ahora estaba disfrutando de la compañía de aquél niño tan jovial y vivaracho.
Había conseguido dos cosas hermosas ese día. Una identidad y una amistad.

Fox TearsWhere stories live. Discover now