Te llevo a casa Capítulo 9

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     Me ayudo a subir al auto y me sentí felíz de que estuviera sucediendo este momento, me era imposible dejar de mirarle pero me obligue a dejar de hacerlo, ya no era aquella jovencita para estar mirándola idiotizada, Elisa tampoco lo era y seguramente debía tener a alguien a su lado.

    Los primeros minutos del trayecto fueron en silencio, hasta que yo lo rompí con un estornudo y maldije la hora en que estornude porque ¡Dios mío! que dolor sentí, mis ojos se llenaron de lágrimas, me quedé como diez minutos completamente inmóvil.

-Salud – dijo Elisa cuando vio que se me pasó el dolor.

-Gracias, pero sinceramente no creo que tenga tanta salud – y sonreí de mi misma.

-¿Hace cuanto tienes diabetes? – me pregunto.

    No me sorprendió que me preguntará aquello ya que toda esa información estaban dentro de mi cartera junto a todos mis datos personales por si me sucedía algo ya que vivía sola y no había a quien reportarle algo sobre mi.

-Desde hace varios años.

-¿No te cuidas? Te ves muy delgada.

    Yo volví a sonreír, a diferencia de mi, Elisa era delgada pero no tanto como yo, tenía todo en su lugar y creo que hasta se veía más joven, además de que era más alta, antes o más bien años atrás no había mucha diferencia de altura entre nosotras , pero ahora era notoria.

-Si me cuido, es sólo qué… tuve una mala vida, no comía a mi horas o a veces ni lo hacía, así que mi estómago se fue haciendo pequeño y con la diabetes no puedo comer tantas cosas.

   Di un bostezo y sentí un poco de frío por el clima del auto así que me frote los brazos con mis manos, era debilucha y el mínimo aire me daba frío, cuando antes era capaz de soportarlo y a veces hasta podía andar sin un abrigo, pero todo eso era del pasado.

-¿Tienes frío? – dijo apagando el clima del auto.

-No, estoy bien – dije apenada – te dará calor.

-No hay problema sólo bajaré el cristal.

-¿A qué te dedicas? – me pregunto poco después de volver a estar unos minutos en silencio.

-Soy maestra y estoy enseñando en la primaria.

-Yo me convertí en doctora – dice sonriéndome orgullosa de si misma.

-Que bien, me da gustó – dije devolviéndole la sonrisa que seguramente no era igual de linda que la suya.

-Sigues igual que antes.

- No lo creó, tú si que sigues idéntica – y ella volvió a sonreírme pero esta vez con franqueza dejándome sin aliento.

- Yo me refería a que aún sigues siendo muy callada – sonrió de nuevo.

-Que te puedo decir.

-Lamento lo que pasó ese verano – se puso seria de pronto.

-Ya pasó – le respondí, pero sabía que esa respuesta no sería suficiente para ella.

-¿Qué te hizo tu padre?

-No quiero recordarlo ahora – dije resentida y con la voz apagada.

-Pero estas en ese pueblo ¿Dónde vives? ¿acaso no vives con ellos?

- Vivo en la casa que hay en la escuela para los maestros, mis padres murieron ya. Él acaba de morir hace unos meses y hace muchos años que no sabía nada de ellos hasta que regresé.

-Lo siento – dijo sincera - ¿Cuéntame que te pasó?

- Es una historia muy larga Elisa y no quiero recordarlo ahora.

-Perdóname.

- Quieres saber y lo sé, pero es muy larga está historia, el trayecto casi llega al final y no terminaría de contártelo, además no quiero hacerlo ahora – dije y mi voz se quebró – porque estoy feliz de volver a verte.

- Yo también – dijo torciendo una sonrisa en su rostro para mi, pero note su angustia – yo también me alegró de verte.

-¿Ya te has casado? – le pregunté cambiando de tema.

-No, aún no. Tengo una novia pero hasta ahí, sigo viviendo con mis padres ¿y tu?

-Apuradamente puedo conmigo misma – dije sonriendo.

    Poco después le recordé el camino que llevaba a la escuela, al llegar se estaciono en la acera, se bajó rápidamente del auto para abrirme de nuevo la puerta para ayudarme a bajar, la tuve muy cerca de mi que me fue imposible no poder respirar su aroma, una vez fuera del auto saque de mi cartera las llaves para abrir el portón de la escuela y la puerta de la casa.

-¿Me darías tu número? – me pregunto un tanto insegura.

-Si, claro.

    Una vez que guardo mi número en su celular, subió al auto y partió, yo permanecí mirándola hasta que perdí de vista su auto, hasta entonces abrí el portón y me dirigí a casa a pasó lento, a penas llegar fui al baño, fue toda una proeza pues sentía dolor a cada momento con cualquier movimiento así fuera cuidadoso, cuando estuve de pie nuevamente  me mire el rostro en un pequeño espejo, vi que tenía unas enormes ojeras y mi piel estaba más pálida de lo normal.

  Después de pensarlo unos minutos me decidí a ir a pedir ayuda a la vecina, la cual era una mujer entrada en los cuarenta y un poco mas, quería darme una ducha y no es que yo no pudiera bañarme sola, la cuestión era que alguien debía de ayudar a vendarme, lo demás podía hacerlo yo misma. Con un poco de vergüenza le pregunté si podía ayudarme por unos días y ella sin dudar aceptó, en cambio yo le prometí retribuirle monetariamente y aunque ella se negó, yo igualmente le agradecería.

   Cuando regrese comencé a desnudarme para darme una ducha y nuevamente fue una odisea quitarme la ropa y sobre todo lavarme el cuerpo, para quedar denuda completamente tuve que sentarme en el retrete y para lavarme de la cintura para a bajo igual, cuando casi terminaba tocaron a la puerta y enseguida escuche la voz de la señora llamándome, yo le grite que entrará que la puerta estaba abierta, cuando ella llego a mi cuarto, yo salí en bragas y enrollada en una toalla la cual me quite poco después para que doña Gris me vendara, cuando terminó le di las gracias y enseguida se marchó. Cuando estuve finalmente vestida salí del cuarto para cocinar un poco de arroz el cual freí muy poco tiempo para no estar tan expuesta al calor del fuego, una vez listo me dispuse a comer para tomar los medicamentos recetados para la infección y el dolor, para eso de las siete y media de la noche yo ya estaba tumbada en mi cama a punto de quedarme dormida.

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