La soledad no tiene antónimo

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Estás sentado en la hierba, en una colina encima del pueblo en el que vives, rodeado de pinos y robles, con un silencio casi mágico, solamente perturbado por algún que otro pajarillo comunicándose en su sonoro idioma monovocal. Dada la época del año se puede apreciar si uno se fija alguna frágil mariposa con sus grandes alas y sus colores vivos con los que se cree ella tan peligrosa.

El sol pega de lleno, iluminando el claro en el que te encuentras y todo el gran paisaje sobre el que te alzas, al sureste, se alcanza a ver una inmensa llanura, mayormente boscosa, interrumpida en el este por una cordillera colosal, de la que aún tiene nieve en la punta con el buen tiempo que hace. 


De repente te das cuenta de que todo es exactamente igual que antes, pero más bonito, el verde es más verde y la hierba nunca ha sido tan hierba y el paisaje, que por algún motivo te deja ahora hipnotizado a pesar de haberlo visto mil veces, es más inmenso de lo que nunca ha sido, más de lo que creías que podía llegar a ser. Y la cordillera a tu izquierda ahora parece elevarse lentamente hacia el cielo como si un titán tan grande como la Tierra misma se levantase perezosamente de una larga siesta.

No tardas en llegar a una conclusión obvia, algo que siempre ha estado delante de ti pero que nunca te habías parado a pensar: las cosas no son bellas, ni feas, ni buenas, ni malas, ni agradables... nos pasamos la vida pensando que estas son cualidades inherentes a las cosas, que si esto es bonito, que si esto no... pero en última instancia somos nosotros quienes otorgamos a estas dichas cosas las cualidades, dicho de otro modo, la belleza no es otra cosa que un sentimiento que surge en ti cuando algo es interpretado subconscientemente como bello.

Rápidamente llegas a otra pregunta, ¿según qué criterio se atribuyen estas cualidades? y, ¿Puede variar drásticamente el criterio de atribución de cualidades subjetivas
y subconscientes?. A lo primero no hayas una respuesta, pero imaginas que por motivos meramente evolutivos. A lo segundo le das vueltas por un rato que se hace eterno pero que contaría escasos minutos, supones que sí, pero que no de una manera consciente, y también recuerdas que eso es muy posiblemente lo que te está pasando. Pero entonces, si las cualidades que atribuimos a cualquier cosa pueden ser modificadas drásticamente bajo ciertas circunstancias, si el cielo estrellado puede dejar de resultar bonito y de repente resultar completamente aterrador, si el susurro de las hojas producido por el viento puede resultarnos como la naturaleza misma conspirando contra nosotros trazando una especie de plan infinitamente cruel, ¿que nos asegura cuál de las dos realidades es la más "real"?¿o ninguna es real en cierto modo? Si toda, absolutamente toda la realidad, depende del funcionamiento en determinado momento de nuestro cerebro, ¿no querría decir eso que toda realidad está "dentro" de éste?.

La sola idea te produce escalofríos y sientes como poco a poco todo el universo se mete en tu cabeza, no, no se mete, si no que siempre ha estado ahí y nunca te habías dado cuenta antes. Toda la realidad que jamás has conocido no es más que una simple y burda ilusión que tu cerebro ha creado a través de estímulos que jamás comprenderás pues nunca podrás vivirlos y experimentarlos sin tu cerebro y tu conciencia de por medio (a medida que le sigues dando vueltas a esto notas como todo es un poco más desagradable, el mundo entero resulta un poco peor).

Nunca verás el mundo tal y como es y eso, de nuevo, te produce cierta lástima, te sientes ciego, cegado por la subjetividad que nos envuelve y nos impide ver las cosas como son (ahora el paisaje que estabas viendo se ha vuelto incluso temible, decides dejar de mirarlo).

Poco a poco, esta idea tan egocentrista y a la vez tan cierta de que al depender la realidad de tu cerebro, tu cerebro está en un escalón superior a la realidad y por ende ésta está de cierto modo subordinado a tu conciencia, va dejando paso al sentimiento de soledad más profundo y más real que has experimentado nunca. El hecho de que siempre has sido tú el centro de todas tus experiencias, de que tus sentimientos y emociones son los únicos que puedes sentir directamente mientras que los ajenos tienen que ser comunicados para que tú los imágenes y puedas empatizar con ellos te hace pensar que creer que estos sentimientos, estas emociones, incluso todas las conciencias ajenas existen es casi como creer en un ser omnipotente y omnipresente o en la vida tras la muerte.

Dado que tú siempre has sido ateo y bien escéptico nunca has creído en lo que para ti siempre ha sido la estupidez de la existencia divina, ¿cómo alguien sería tan ingenuo para creer que hay un ser divino allí arriba, o que tiene que hacer lo que le ordena un libro antiguo para ir al cielo tras morir y dejar atrás su cuerpo material? pero ahora te das cuenta de que no eres un ápice menos ingenuo que cualquier creyente acérrimo, y es que toda tu cordura se basa en la creencia absolutamente infundamentada de la existencia de las conciencias ajenas, sin ésto, serías tú el único ser consciente existente. Es por ésto que toda persona cuerda toma como hecho que las demás personas sienten, y ésto no está mal, pero en el mismo momento en el que te das cuenta de que toda cordura está basada en una ilusión, y por un momento dejas de creer, todo se vuelve negro, estás en un planeta desértico en el que el único ser eres tu, en un universo desértico, en una realidad completamente solitaria, aunque estés viviendo algún tipo de simulación, fuera de ésta tampoco hay ninguna esperanza, la muerte no resulta esperanzadora, incluso aunque haya otra vida, el paraíso, el infierno o lo que te dé la gana, te das cuenta de que no hay paraíso posible que te pueda asegurar que no estás solo. Estás condenado a una pena perpetua, infinita, dentro de tu cabeza, de la que jamás, ni tras la muerte podrás salir, y deseas no haber pensado en esto nunca.

Sueños De Andar Por CasaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz