Capítulo 25

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Le dejé un mensaje a mamá en el que le avisaba que me quedaría en el departamento de Ross a pasar el día, que no intentara llamarme porque apagaría el celular, y que tampoco me regañase porque necesitaba estar con él.

No sabía si Doris entendería el porqué de mi falta al colegio por un chico del que le había negado sentir algo, pero no encontraba manera de que me importase lo que ella pensara en el momento que leyera mi mensaje.

Ross se había convertido inmediatamente en la persona que requería de mi atención antes de que se fuera. Él me había vuelto a hablar de su abuelo, una figura muy importante durante sus años de infancia y un ejemplo a seguir desde que falleció. Katia le había regalado todos los álbumes de viajes y relatos de su abuelo, y Ross empezó a leerlos y examinarlos, uno por uno, admirando la vida de un viajero que se encontró consigo mismo entre millones de culturas y paisajes que él también quería admirar.

—Lo admiro muchísimo—me confesó—, si lo hubieses conocido..., irradiaba felicidad, todo el tiempo, no era habitual verlo triste, siempre tenía una sonrisa.

—¿Y fue feliz cuando dejó de viajar? —pregunté, curiosa y temerosa. Si Ross me decía que su abuelo no se sintió a gusto cuando detuvo sus viajes, entonces probablemente él pretendería no detenerse.

—Sí, encontró esa felicidad en mi abuela y en su hija, aunque no siguió sus pasos.

—¿Tu madre nunca te habló de él?

—No, creo que nunca le gustó el estilo de vida que llevaba.

—¿Por qué?

—Bueno..., mi abuelo trabajaba en lo que fuera, no tenía un título universitario, solamente usaba el de secundario para que lo admitan en cafeterías, supermercados, lo que fuera. Nunca fueron una familia de dinero, por eso mi madre se casó con el tipo más rico que conoció.

—Es una lástima que no te hayan apoyado.

—Mi abuela me apoya, y me gustaría que vos también—me sonrió al mismo tiempo que me pellizcaba el mentón.

—Te apoyaré—le sonreí, inclinándome hacia él para darle un beso corto.

—Gracias—se inclinó él, buscando otro beso.

—Y te esperaré—le aseguré, rodeándole en cuello con mis brazos y plantándole otro beso en los labios.

—No quiero que pases los meses esperando por mí—dijo, ajustando sus manos detrás de mi cintura—, quiero que vivas tu vida, que la disfrutes.

—Pero yo te quiero a vos.

—¿Y si no vuelvo? —me miró a los ojos.

—¿No volverás?

—No sé, pero ¿qué pasaría?

—¿Qué pasaría? —repetí, esperando a que él respondiera la pregunta.

—¿Te quedarás esperando?

—¿Debería?

—No—negó con la cabeza—. No me importa que estés con otros; es decir, sí me importa, siempre me importó.

—¿Siempre? —sonreí, enternecida—, ¿Gonzalo cuenta?

—Cuenta—sonrió.

—No lo puedo creer, ¿por qué me hacías creer lo contrario?

—Siempre te hice creer lo contrario—se encogió de hombros.

—¿Lo de que no gustabas de mí también?

A dos caras | COMPLETAWhere stories live. Discover now