Capítulo 2

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Mi madre biológica era demasiado joven cuando se enteró que estaba embarazada, tenía quince años, la echaron de su casa y, cuando quiso buscar refugio en lo de mi padre, le dieron la espalda; él y su familia. No fue fácil para ella llegar a la puerta de su mejor amiga y rogarle que la dejasen entrar, ni tampoco le resultó sencillo confesarle que en nueve meses tendría una hija de la que no se sentía capaz de cuidar.

Tal vez por eso a veces me resultaba difícil no sentirme un error, un arma asesina, una carga para todos. Hasta para Doris, mi madre adoptiva.

Llegué a casa sobre las ocho de la noche con dos minutos extra. Era un récord, ya que generalmente me demoraba media hora más, considerando que tenía que recorrer alrededor de seis cuadras para llegar a la parada de colectivos, soportar el calor del sol consumiendo mi poca energía y luego mantenerme de pie sobre un bus lleno de personas que aparentemente no conocían la palabra higiene.

Una habitual tortura que aprendí a soportar con los años.

Doris no tenía auto, mejor dicho, no teníamos dinero para uno. Sin embargo, aunque lo tuviésemos, sería imposible poder coordinar nuestros horarios: mamá trabajaba desde las siete de la mañana en una fábrica de neumáticos y, cuando llegaba, yo ya estaba en el colegio intentando lidiar con mis profesores y compañeros.

Capaz se pregunten: ¿y tu padre? Bueno, probablemente tuviese dos, o ninguno, no estaba segura, pero lo único que sabía era que el primero no había querido saber de mi existencia, aunque fuese un feto en formación, y el segundo..., bueno, Doris me había confesado que él era un hombre maravilloso que se preocupaba por la seguridad de los ciudadanos desde sus siete años de edad y, por lo tanto, había decidido ser bombero. Fue un héroe, un salvador, una persona que no tuve el honor de conocer porque, lamentablemente, falleció en uno de los incendios más atroces de la ciudad.

"Estoy segura de que él te hubiese amado", me dijo ella con una sonrisa.

Pero yo no estaba segura de eso, ni tampoco quería armarme una nueva preocupación a partir de la muerte de la persona que podría haber sido mi padre legal. No me importaba, o tal vez no quería que me importase.

Doris sí me amaba, y lo veía en sus ojos cansados y brillantes cuando entraba a mi habitación por la noche para saludarme y darme mi habitual plato de frutas. Ella tenía un rechazo importante por las comidas chatarras, así que nuestra heladera se resumía en verduras, frutas, agua y alimentos que entraban en el esquema de lo saludable. No obstante, no fue suficiente, y no hablo del cariño y paciencia que Doris me tenía todos los días, hablo de nuestro estilo de vida, del cuidado de un cuerpo que nos falló, o al menos le falló a ella.

Mamá estaba enferma, le habían encontrado un tumor en su lóbulo frontal hacía casi un año. Los primeros meses en donde la noticia aun no era asimilada por ninguna de las dos la pasé realmente mal. Fueron los meses más angustiantes, desolados y oscuros que podría haber protagonizado. Tal vez yo misma los había tornado preocupantes y atemorizantes al evitarme contarle algo a Heather, Julen, o hasta el mismísimo profesor King. No quería que me miraran con pena, se lamentaran por mí o me tratasen diferente sólo por estar pasando por un mal momento. Ellos estaban pasando por el mejor; Heather estaba organizando la fiesta que tanto soñó, Julen había aprobado en su examen de matemáticas (lo que no parecía importante en aquel día, pero realmente lo era para él), y el profesor King me había anunciado que cumplía diez años de casado con su esposa y ¿quién quiere arruinar su segundo de felicidad contándole sus desgracias? O tal vez yo no quería ser la única que las vivía dentro del círculo. Necesitaba resaltar, hacer creer que todo marchaba bien para mí, que los malos momentos no era algo habitual en mi vida y, además, que Doris realmente era mi madre. ¿Estaba ocultando demasiado? Probablemente, pero la realidad era que nunca nadie preguntaba sobre mí. O no se interesaban en mí. O capaz yo evitaba que se interesaran lo suficiente, para evitar crear más mentiras y sentirme más culpable.

A dos caras | COMPLETAWhere stories live. Discover now