Capítulo 34

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Había leído las cartas de Renzo Gutiérrez más de diez veces junto a Julen. Vilma intentó comunicarse conmigo el total de veces que repasé las cortas líneas que aquel hombre escribió en su computadora, pero yo ignoré cada una de aquellas llamadas porque ni siquiera conseguía explicarme qué era lo que estaba pasando.

Estuve a punto de maldecir el hecho de mi madre me haya ocultado un secreto tan importante para la niña que fui, quien estaba desesperada por conocer de dónde venía, pero conseguí perdonar y entender a Doris, tal como ella perdonó y entendió mis errores.

Me fue difícil decirlo y reconocerlo, sonaba como una broma creada improvisadamente para el día de lo inocentes, pero esto era verdad: Renzo Gutiérrez, mi profesor de filosofía, era mi padre bilógico.

La llamada a la revista Tiffany había colaborado con el asunto: Gutiérrez escribiría el artículo final de su revista, pero me dio aquella responsabilidad a mí. King, el apodo que la mayoría de los alumnos del instituto utilizan para referirse a él, es Renzo Gutiérrez.

Había empezado a entender por qué desaprobé su materia, por qué fue tan amable conmigo cuando iba a sus clases de consultas y por qué se esforzó tanto por caerme bien. King lo sabía todo y probablemente había conseguido que mi madre le diera el permiso de acercarse a mí siempre y cuando evitara decirme quién es.

Doris no quería que supiera quién era mi padre, tal vez porque temía que me llevase con él, que lo perdonara y le diera la oportunidad de llamarlo por quien era, o que insistiera en verlo dejando de lado el rol que Doris quería cumplir en mi vida. Nunca sabría por qué mamá hizo lo que hizo, y reconociendo que ella estaba ocultándomelo para que no me enterase del asunto, entonces prefería no saberlo.

—¿Qué querés hacer ahora? —me preguntó Julen.

—Ver a mamá—contesté, agarrando el montón de cartas que había dejado esparcidas sobre la mesa de la cocina.

Coloqué las cartas dentro de una olla de sopa y, mientras tanto, Julen se ocupó de llamar a un taxi para que nos llevaran directo al cementerio.

Doris no quería que viera aquellas cartas, las había ocultado para evitar que sospechara de ella y de Renzo Gutiérrez, por eso necesitaba devolvérselas y apartarlas de mí.

—¿No las querés conservar? —me preguntó Julen una vez que llegamos al cementerio y bajamos del taxi.

—No me pertenecen—concluí, alejándome de él y caminando directo a la entrada del cementerio.

Ya no me quedaban lágrimas para lamentar que Doris me haya mentido junto a King, ni tampoco tenía tiempo para asimilar con profundidad todo lo que estaba pasando. Necesitaba deshacerme de aquella etapa de mi vida para iniciar una nueva. Doris nunca formaría parte de mis etapas pasadas, ella sí merecía una oportunidad, pero King no la merecía porque él nunca me la había dado.

Dejé la olla con las cartas enfrente de la tumba de mamá y quité de allí una caja de fósforos. Prendí cada sobre con una llama de fuego diferente y los fui dejando dentro de aquel vacío metálico que permitió que, una vez unidos, se convirtieran en un túnel de olvido vívido, ardiente y peligroso.

—Ya no más secretos—susurré, observando cómo el fuego se consumía entre las cenizas del papel quemado.

Además, se trataba de darle un punto final a aquel bucle de mentiras donde siempre me sentí sola. Doris, Julen, Heather, Ross y King, cada uno de ellos, a quien creí víctimas de mis engaños, también me había mentido y también eran parte del bucle. Mamá me ocultó quién era mi padre biológico, King se hizo pasar por un simple amigo, Julen escondió sus sentimientos por Ross, Ross resultó ser débil y Heather una prueba de que lo perfecto no existe.

A dos caras | COMPLETAWhere stories live. Discover now