Epílogo

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La alarma sonaba indicando que la paciente de la habitación 168 del hospital St. James había entrado en paro cardíaco. Jane, la enfermera, entró a la habitación lo más rápido que pudo, pero al llegar vio que el médico y tres enfermeras más, se habían adelantado. El hombre de mas o menos unos 40 años realizaba incansablemente una reanimación cardiopulmonar sobre el cuerpo de la mujer que había habitado durante un largo mes aquella habitación. La paciente era una mujer de alrededor de unos 70 años, cuya salud solo había empeorado desde el diagnóstico de su enfermedad. Poco o nada se pudo hacer para salvar su vida, y este hecho atormentaba a Jane, que había hecho buenas migas con Marie en su estancia hospitalaria. Se habían cogido cariño, pese a que la anciana era incapaz de mantener una conversación más extensa de cinco minutos, ya que se quedaba sin respiración de lo débil y enferma que estaba.

A Jane le solía chocar que dicha anciana todas las tardes que había pasado en el hospital escribía unas cuantas líneas en un cuaderno con una portada de cuero. A decir verdad, no le preguntó jamás a Marie de que se trataba lo que escribía, ni tampoco la anciana mencionaba nada sobre aquel pasatiempo.


-Es imposible, hemos hecho todo lo posible. -Dijo apenado el doctor, que ya hacía un par de segundos que se había apartado del cuerpo inmóvil de la paciente, que no respondía ya a ningún tipo de reanimación.

Las tres enfermeras y el médico salieron de la habitación en la que ya descansaba en paz el cuerpo de Marie, pero Jane no. Jane se quedó con lágrimas en los ojos mirando el rostro de aquella señora, la cual debió de ser hermosa años atrás, cuando la edad y la enfermedad aún no habían hecho mella en su delicada piel.

-Adiós Marie. -Susurró la enfermera para después coger la sábana que cubría el cuerpo de la anciana y subirla hasta su cabeza.

Justo en el momento en que iba a abandonar la habitación, Jane se percató de aquel cuaderno que descansaba en la mesita que se situaba junto a la camilla de la paciente, estaba abierto. Junto al cuaderno descansaba un bolígrafo de color verde, señal de que aquella tarde Marie, como de costumbre, había escrito algo en él.

Muerta de curiosidad, Jane lo cogió delicadamente y pudo apreciar con un solo vistazo que era una especie de diario. Comenzó a pasar las páginas hacia atrás, hasta que llegó a la primera hoja. Poco a poco, fue leyendo y pasando las hojas de una en una. En ellas se relataba una historia, una historia de amor que nunca pudo acabar bien. Era bonito y a la misma vez doloroso, tanto que acabó derramando un par de lágrimas al finalizar de leer la hoja número 39, la cual era la última y terminaba con una despedida. Durante las treinta y nueve páginas, Jane pudo apreciar que el diario le hablaba siempre a una misma persona, a un tal Dave.

Qué curioso, pensó, su abuelo también se llamaba así, y por lo que pudo leer, él también nació en la misma ciudad en la que ocurrían las líneas escritas por aquella anciana.

Tras estar unos segundos dándole vueltas a sus pensamientos, Jane decidió releer aquel diario, permitiéndole así fijarse en algunos detalles. Tras llegar otra vez a la última página del cuaderno, comprendió que ese libro le hablaba a su abuelo. Su abuelo era Dave, y aquella mujer que ya descansaba en paz era el viejo amor que su abuelo siempre le decía que había tenido. Marie era la chica de la cual su abuelo siempre había estado enamorado, y a la que había perdido demasiados años atrás.

Sin dudarlo por un solo segundo, Jane agarró el diario y lo guardó en el bolsillo de su uniforme. 

Cuando el gran reloj del pasillo de la planta de oncología del hospital St. James marcó las ocho de la tarde, Jane se cambió el uniforme, no sin antes guardar en su bolso el diario en el que hacía horas su dueña había escrito sus últimas palabras. Al traspasar las puertas de salida del hospital, Jane sabía a dónde iría y con qué propósito.


Un jeep de color negro aparcó al lado de la Casa Blanca en planta baja que habitaba Dave Monroe desde hace ya unos veinte años, tras separarse de su ya ex esposa. El anciano salió animadamente por la puerta de entrada hacia el exterior, había reconocido el jeep negro de su nieta Jane.

La joven saludó con énfasis a su abuelo, ya que hacía varios días que no se habían visto, y justo hoy tenía que mostrarle algo. Algo que le iba a marcar para siempre en su vida.

-Jane no esperaba que vinieras esta noche, podría haber preparado algo de cena para ti su hubieras avisado. -Lamentó el anciano al cual le había pillado por sorpresa la visita de su nieta. No era típico de ella aquel tipo de visitas, ya que siempre le llamaba para informar de que iba a pasar a hacerle una visita.

-Ya abuelo, he estado liada en el trabajo y la verdad que me apetecía mucho hablar contigo. -Le respondió la joven mientras ambos andaban por el pequeño camino de la entrada, rumbo hacia el interior de aquella casa pintada exteriormente de blanco.

Una vez dentro, la joven sacó un objeto de su bolso. Era un pequeño cuaderno.

-Tengo algo para ti.- Le enseñó Jane a su abuelo, el cual miró aquel cuaderno bastante extrañado, pues no se imaginaba para nada del mundo quién le había escrito todo el contenido del cuaderno que su nieta le estaba mostrando.

Jane sabía que por delante quedaba una larga noche de historias, y que su abuelo tenía muchas cosas que recordar y contarle.


Cartas a DaveWhere stories live. Discover now