44. Real

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Abrí los ojos despacio, con mucha calma. Por primera vez en mucho tiempo, mi corazón no latía frenético contra mis costillas, sino que apenas palpitaba a un ritmo lento y acompasado.

Y dolía con cada movimiento que realizaba dentro de mi pecho.

Siendo sincera, no quería levantarme. No lo hubiera hecho de no ser porque tenía necesidades biológicas y mi estómago, que estaba rugiendo desde bastante temprano, ya comenzaba a doler. Aun así, me esforcé por reprimir mi hambre por varias horas, sólo porque en verdad no tenía ganas de salir de esta habitación. No tenía ningún deseo de abandonar estas cuatro paredes de una casa que no era la mía, ni de enfrentar el mundo tal y como lo era ahora. No me sentía con el ánimo suficiente para ver a Nat y decirle todo... Ni de afrontar lo que había sucedido.

Lo que se terminó durante la madrugada. Igual que como empezó.

Me hubiera gustado salir invicta de la recámara. Me hubiera encantado haberme llenado de orgullo y haber ido al cuarto de Nat para decirle que en realidad no lloré; que no derramé ni una lágrima por él porque me mintió, me usó para satisfacer una estúpida curiosidad cruel y no le importó lo que pudiera pasar conmigo después. Pero no fue así.

En realidad, cuando me levanté con la velocidad de un caracol para ir al baño, pude comprobar que tenía los párpados hinchados, la parte blanca de los ojos enrojecida y unas bolsas oscurecidas debajo de los mismos. Mi propio reflejo me impactó, hundió mi ánimo más de lo que ya estaba y me arrepentí terriblemente de haber pasado lo que quedaba de la noche en vela, con el rostro hundido en la almohada mientras mis mejillas se mojaban por las lágrimas.

Pasé otro buen rato en ese espacio cuadrado resolviendo si de verdad estaba lista para afrontar lo que vendría ahora. El primero en despedirse, en romperme el corazón con la determinación de no vernos más, fue Azazziel. No quería ni siquiera pensar en lo que tendría que pasar ahora con Khaius y Akhliss. Mi mente me gritó que era una cobarde, porque, de todos modos, era algo que cierta parte de mí ya sabía, que ya tenía claro. Que en el momento en que él decidiera que esto se tenía que acabar, los otros dos harían lo mismo. Siempre fue así, durante todo este tiempo. Era algo que, me hiciera pedazos o no, debía enfrentar.

Así pues, finalmente, salí de la habitación.

Avancé por el pasillo y las escaleras en silencio, con cautelosa lentitud, teniendo en cuenta de que aún era muy temprano y que podía despertar a Nat. Con una mano encima de las vendas que cubrían mi costilla —ya no dolía, pero todavía no se sentía completamente sana— y cuidando de cada uno de mis pasos, al fin llegué al primer piso. En ese momento, pegué un salto y se me escapó un jadeo de pura sorpresa.

Nat estaba despierta, de pie, apoyada sobre la encimera de la cocina. No pude evitar torcer el gesto; hubiera preferido que ella estuviera durmiendo, puesto que sabía con exactitud lo que vendría ahora. Y no estaba lista aún para ello.

Sus ojos apenas se fijaron en mí, y eso me extrañó. Sólo entonces, cuando avancé un par de pasos en su dirección, me di cuenta de que la ausencia de maquillaje le daba un aspecto casi tan abatido como el que tenía yo en esos momentos. Estaba bebiendo algo caliente —café, supuse— que sostenía entre sus manos con bastante recelo, con los dedos muy apretados sobre la taza y me pregunté si acaso no se estaría quemando.

Volteé la cabeza hacia los lados, buscando a cualquiera de los otros dos demonios que estuviera echado o descansando por ahí. Sin embargo, vi con desilusión que las únicas que nos encontrábamos en esa estancia éramos Nat y yo. ¿Khaius estaría descansando arriba? ¿En dónde estaba Akhliss? ¿Acaso querían esperar un poco más para hacer esto?

En ese instante, justo cuando estuve a punto de abrir la boca para romper el silencio, ella me ganó.

—Naamáh te mintió —dijo con la vista clavada a lo lejos en dirección al ventanal, con la voz átona, sin destilar ninguna clase de emoción—. Azazziel no te engañaba con ella.

PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora