14. Frente a frente

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Aguardé un segundo, con el teléfono pegado a mi oreja, mientras mi abuela sopesaba mis palabras.

—Es un poco raro que me preguntes eso ahora. ­­—Ella sonó tanto divertida como extrañada a través del auricular. Parpadeé. En realidad, había pensado que se lo tomaría con más pasmo, hasta con molestia, no con ese tono tan relajado.

La había llamado porque esta mañana me desperté con un nudo en el estómago, con esa duda martilleando mi cabeza como si mi más reciente pesadilla se hubiera tratado de eso, aunque en realidad no fue así.

La verdad era que siempre viví interesada en ello, pero mi padre me crio con la idea de que a su madre no se le podía hablar de ese hombre. Era bastante estricto en ese sentido y era una de las pocas veces en que se le podía ver realmente enojado si se insistía en el tema.

—E-es que me dio esa curiosidad de repente —mentí—. Perdón si te molestó.

—Oh, linda, no veo a ese hombre desde hace casi cuarenta años. No me molesta hablar de él, ya no. —La dulzura y paciencia con la que replicó, consiguió relajarme y aminorar la culpa por querer saber sobre eso.

Susanne Kelley ­—Masters, de soltera—, la mujer que, después de que su pareja la abandonara una madrugada sin explicación alguna, salió adelante con sus dos hijos, mi padre y mi tía Hannah; un excelente abogado y una graduada de economía que convenció a Anthony de estudiar lo mismo que ella. Una mujer fuerte, dinámica, dispuesta a todo por su familia. Alguien a quien, desde pequeña, siempre había admirado.

Fruncí el ceño y agité la cabeza.

—¿Entonces... mis ojos no son como los de él? —pregunté de nuevo, solo para confirmar que la había escuchado bien.

—No, mi cielo —aseguró con esa gentileza que tanto me gustaba de ella—. Joseph..., él tenía ojos comunes. —Hizo una breve pausa, pero continuó antes de que yo dijera algo para llenar el silencio—. Tú tienes unos ojos hermosos, siempre te lo he dicho. No son como los de él, lo sé, estoy segura. Ahora bien, de su familia, eso es otro cuento. Eso sí no sabría decirte. No los conocí, y él tampoco... Creo que fue una de las cosas que me atrajo de él, que parecía tan solitario, ¿sabes? —Dio un ligero suspiro y soltó una risita—. Todo fue tan rápido. Siempre he pensado que tal vez eso lo asustó. ¿Qué esperaba? Quería formar una familia con alguien que no tenía idea de lo que era una familia.

Sesgué los labios. Me sentí ligeramente incómoda, medio confundida y abrumada porque no contaba con esa confesión. No esperaba que mi abuela se mostrara así de abierta con respecto a él.

Entonces no directamente de ese hombre, ¿pero quizá sí de un miembro de su familia? ¿Cómo podía investigar eso si nadie tenía idea del paradero de ese tipo desde hacía casi cuarenta años?

—Siempre te he considerado una mujer muy valiente —revelé en un murmullo­—. Estoy orgullosa de ser tu nieta.

—¡Oh, cariño! —exclamó riendo, con cierto dejo de bochorno de intensa emoción tan notorio que me hizo reír.

Mi abuela comenzó a preguntar con entusiasmo sobre cómo iba mi vida, y qué había cambiado desde la última vez que nos vimos, la pasada navidad. Pude haber hablado por horas sobre todo lo que me había pasado durante este último tiempo. Podría haberle dicho que dormía como la mierda, que tenía horribles pesadillas. Que descubrí que el Cielo y el Infierno existían, al igual que las criaturas que pertenecían a ellos. Que me había enterado de que las almas de los humanos eran visibles ante los ojos de esos seres; que despedían aroma y que la mía, en específico, atraía a los demonios y les resultaba tan irresistible que ya había conocido a tres que deseaban con ansias arrebatármela.

PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora