Capítulo Veintitrés

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23.


Todos los oficiales se escondieron detrás de sus cubículos cuando le vieron salir del ascensor. Las mangas de su camisa estaban dobladas arriba de sus codos, y aquella placa que le identificaba chocaba contra su pecho por su molesto caminar.

Se quitó los lentes de sol en un momento de supremacía, y allí en medio de la estación casi hizo derretir de miedo a todos cuando comenzó a reprochar.

—¿Alguien dentro de este maldito departamento podría explicarme cómo es que no pudieron capturar a un solo sospechoso?

—Señor, no estaba solo. Lo perdimos en la autopista.

—Lo perdimos, mis pelotas. Me tomé dos días libres por enfermedad y cuando regreso me encuentro con diez oficiales heridos por un auto, cinco denuncias por allanamiento de morada, y ninguno de ustedes pudo ser capaz de detener a Jeon.

Uno de los uniformados se animó a responder.

—No debe estar muy lejos, lo atraparemos pronto. Solo es un pequeño contratiempo.

—Ah, lo olvidaba. También me encontré con un tiroteo dentro de un club nocturno del centro y dos hombres muertos en el baño. No tenemos sospechosos, testigos, nada. ¿¡Qué jodidos hicieron estos dos días!?

—Señor Hansol...

—Si no se sienten comprometidos con la estación, son libres de entregar su placa —dijo antes de entrar a su oficina y azotar la puerta detrás de él.

Estaban a punto de colgarlo. Se dejó caer en su silla y presionó el puente de su nariz con sus dedos pulgar e índice.

Los federales estaban sobre su trasero jodiendole para pedir resultados, los jefes de aduanas y el comisionado de puerto de Los Ángeles le estaban exigiendo la cabeza de Jeon Jungkook en bandeja de plata. Y ya no sabía qué más hacer.

Hace un par de semanas una anciana, dueña de un pequeño recinto en las afueras de Las Vegas, reportó que uno de sus huéspedes tenía en su poder armas y dinero en efectivo, además de que había algo extraño en su pasaporte.

Como una buena anciana metiche, se acercó lo suficiente al muchacho como para darse cuenta de que las personas que estaba viviendo allí no eran precisamente legales, y los delató.

Vernon Hansol solo quería un ascenso, pero se había metido en algo demasiado grande.

Investigó el nombre de las identificaciones que la mujer le entregó solo para darse cuenta de que esas personas no existían. Hizo trabajo de inteligencia, revisó los boletines internacionales creyendo que lo que encontró le haría acreedor a una medalla, y de hecho, así fue. O bueno, pronto lo sería.

Había descubierto a un fugitivo coreano, un criminal cuyo nombre fue noticia en su país desde hace meses escondiéndose en su jurisdicción, y ahora tenía las pruebas y los motivos suficientes para arrestarlo.

Pero no contaba con que sus alergias le traicionan de tal  forma haciéndole terminar en el hospital el día del allanamiento, tampoco contaba con que sus oficiales fueran lo suficientemente ineptos como para dejar escapar al objetivo. Además, él no se esperaba que el chico tuviera refuerzos.

—En lugar de a pasarte  todo el día reprochándole tus fracasos a los muchachos—la morena entró en la habitación lanzándole un expediente sobre el escritorio—, deberías ver esto.

Levantó la cabeza para encararla. —¿El club de anoche? ¿Qué hay con esto? —Comenzó a hojear los papeles.

—Interrogué a un grupo de chicas que estuvieron en la escena ayer. Una de ellas dijo ver dos hombres salir al baño antes del incidente. —El otro le vio sin comprender mucho—. ¿Adivina con quién concuerda la descripción física?

TRAFICANTE. 《KookV》Where stories live. Discover now