40. Ajuste de cuentas

Start from the beginning
                                    

Lo que se suponía que debía hacer, era estar aterrada hasta la mierda.

—Por favor, relájate —invitó, haciendo un leve ademán con la mano. Me dio la espalda para caminar en dirección al horrible trono. Entretanto lo hacía, vi con los ojos muy abiertos cómo a un costado de este, desde el suelo, comenzó a emerger una pequeña mesa de compleja y poco estética forma de color grisáceo, que desde mi distancia la base, tipo velador, daba le impresión de ser la silueta de un diminuto cuerpo. Fue desconcertante, como visualizar un acto de magia.

Desgraciadamente, esto era real.

En la parte plana superior, con la velocidad de un parpadeo, apareció encima una de esas bonitas licoreras de cristal con un líquido ambarino oscuro, junto a un par de vasos.

—¿Deseas un trago? Quizás así te sueltes un poco —sugirió, sirviéndose.

Apreté los puños con fuerza, esforzándome por disminuir la cólera que ardía en mi pecho.

—No quiero... —Fue todo lo que salió de mis labios temblorosos.

Él se dio la vuelta para mirarme y alzó ligeramente las oscuras cejas.

—No me digas que no bebes. No quiero creer que eres así de casta, por favor —replicó, con la mirada relumbrando de un modo curioso, casi como si lo hubiera ofendido—. Además, tengo la impresión de que en el fondo escondes mucho más de lo que tu actitud dócil y tu inocente rostro demuestran.

Fruncí el entrecejo, apreciando cómo crecía esa rabia inexplicable hacia él. Entonces, sin poder contener por más tiempo dentro de mí esa incertidumbre con la que llevaba tantos días cargando, respiré hondo.

—¿En dónde está Azazziel?

El entrecejo de Asmodeo se hundió un poco mientras volvía a servirse otro trago, como si contara con toda la calma del mundo, casi como si quisiera provocarme. Y tenía la certeza de que, de no haber estado tan asustada, lo habría conseguido.

Otra punzada de rabia me surcó, porque sabía que no era posible que no oyera. Él simplemente me estaba ignorando.

Lo observé fijo, con el corazón latiéndome a toda marcha, esperando a que bebiera un largo sorbo del vaso entre sus dedos. Finalmente, dejó escapar un suspiro profundo.

—Ha estado realizando unos cuantos encargos para mí —respondió con serenidad, y su mirada carmesí regresó a mi rostro—. Necesitaba mantenerlo ocupado.

Bajé la vista, soltando un diminuto jadeo. La comprensión se hizo cargo de que sintiera una oleada de alivio; pero, al mismo tiempo, de que me torturara con el remordimiento. Con el arrepentimiento de haber aceptado estar aquí, de haber pasado por toda esa mierda para llegar a ellos.

—Entonces..., ninguno de ellos corre peligro —musité, mirando mi lamentable reflejo en la superficie lisa, limpia y negra del suelo.

Una clavada dolorosa de pura lástima me atravesó en el centro del pecho. Lástima por mí misma, porque si en verdad era así, eso significaba que me había adentrado en un laberinto de pasillos y habitaciones extrañas, para terminar en una cueva subterránea, dentro de un gigantesco castillo demoniaco con nada más que uno de los Reyes del Infierno... por nada.

Aun así, esa parte estúpida de mi mente que no podía dejar de preocuparse por los demás, se sintió aliviada por esa posibilidad. De que ellos estuvieran a salvo.

—Tendrías que definir peligro —expresó por lo bajo.

Aquello me sacó de balance y me atreví a volver a mirarlo. Él entrecerró la vista, y de repente sentí cómo los vellos de la nuca se me erizaban. De un segundo a otro, mi respiración se aceleró.

PenumbraWhere stories live. Discover now