39. Arrepentimiento

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—Me hubieras llevado volando —musité, aunque era perfectamente consciente de que él podía oírme—. Habría sido más rápido.

Sabía que podía sacarlo de quicio en cualquier instante, pero consideraba que lo que le había hecho a Paul era tan injusto que, aunque mi vida estuviera en peligro, no podía quedarme tranquila. Si bien me aterraba, de cierta forma, el hecho de verlo enojado me ayudaba a aliviar, aunque fuera ligeramente, toda la tensión que estaba experimentando en esos momentos.

—Te habría dejado caer desde lo más alto porque no dejas de hablar ni un maldito minuto —dijo con toda seguridad.

El cúmulo de emociones me estaba haciendo añicos. La ira, el miedo y la desesperación me estaban desgarrando con cada segundo que pasaba. Las ganas de echarme a llorar eran cada vez más persistentes, pero no quería hacerlo. No deseaba mostrarme así de débil frente a un ser tan maligno como él.

No tenía idea de hacia dónde nos estaba llevando. No sabía ni siquiera cuánto tardaríamos en llegar, o si es que acaso ellos estarían ahí, en el sitio al que nos dirigíamos. Hythro se mostraba muy reacio a darme cualquier información, y eso sólo me hacía arrepentirme más de la decisión que había tomado.

Lo único que sabía era que, a todas luces, estaba cometiendo un terrible error.

Pero ya no podía retractarme. No podía echarme para atrás porque ya me hallaba en medio de la carretera, en un auto robado, conducido por un demonio que había asesinado a sangre fría a mi compañero de trabajo.

El nudo que tenía en la garganta comenzaba a ser doloroso. La angustia que sentía era tan grande, que me era imposible empujarla fuera de mí para tratar de hacer el viaje más soportable. Resultaba casi estúpido el que yo quisiera hacerlo más llevadero, considerando que, posiblemente, me estaba encaminando hacia un destino espantoso.

Cerré los ojos con fuerza.

«Él dijo que eran dos horas. Sólo tienes que esperar. No lo provoques», me aconsejó la voz de mi cabeza en un susurro, como un reflejo de mi propio temor.

Al parecer, por el momento debía limitarme a hacer lo mismo que había hecho en toda la semana: esperar. Ya había decidido. Yo misma había trazado el camino hacia mi propia perdición. No había vuelta atrás.

El silencio dentro del vehículo me estaba volviendo loca. No era como si pudiera pedirle al demonio que encendiera la radio, pero la necesidad de llenarlo brotaba en mí con urgencia. Aunque no más que el deseo de mantenerme viva, por supuesto. Con mucho esfuerzo, me obligué a cerrar la boca por todo lo que duró el horrible viaje. No tenía otra opción. No podía llevarle la contraria a Hythro, no si quería permanecer con vida. Al menos, por ahora, hasta que llegara a aquel sitio.

Hasta que pudiera enfrentarme a Asmodeo.

No dejé de sentir el golpeteo violento y desbocado de mis latidos detrás de mis orejas. En ningún momento pude serenarme. El tiempo que pasé dentro de ese vehículo fue como probar una diminuta parte del Infierno. La inseguridad, sobre todo, por no saber en dónde mierda estaban Azazziel, Akhliss o Khaius, era inaguantable. No sabía por cuánto tiempo más podía seguir así.

Un jadeo escapó de mis labios de forma involuntaria cuando Hythro, en un movimiento tan veloz que me desconcertó, se desvió de la carretera para continuar nuestro camino por el bosque. Sólo ahí entendí por qué él había elegido un vehículo grande, muy similar al de Anthony, porque podría maniobrar mejor en un terreno tan irregular y traicionero como la tierra.

Giré la cabeza hacia la ventana, pendiente de la ruta que comenzábamos a tomar. Más que dirigirnos al refugio de un Rey Demonio, parecía que él quisiera que nos perdiéramos en medio de la nada. La perplejidad se asentó de forma pesada en mi estómago, en la medida en que nos íbamos adentrando con más brío en la gran extensión de árboles inmensos y arbustos espesos. En aquel incalculable espacio forestal, el vestigio de la luz del atardecer se perdía de forma total. Fue como penetrar de lleno en una zona lúgubre y atemorizante.

PenumbraWhere stories live. Discover now