Adiós alas.

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Dios tamborileaba sus dedos contra la mesa sobre la que se sentaba, intentando distraer su mente en otra cosa, fallando en el intento. Gabriel se acercó con esa especie de espada, cuchillo, sierra o algo así, tratando de no dejarla caer y cortarse un pie. La luz reflejo y el metal brillo frente a los ojos de Chuck, como una amenaza.

Respiro profundo y alargó sus alas hacia atrás lo más posible. Debía hacer esto. Nunca jamás hizo nada por sus hijo que lo comprometiera, nada en lo que el perdiera. Veía a los demás padres, hijos suyos, hacer tanto por sus dependencias. Con tan solo ver la forma sumamente dulce con la que Castiel trataba a Jack, se avergonzaba de sí mismo. ¿De dónde pudo aprender el ángel sobre paternidad? ¿A quien salió tan humano?

No estaba demasiado seguro de lo que pasaría después de esto, pero al menos podría dar lo mejor por el bien del ángel.

- ¿Estás seguro de esto? – Preguntó Gabe, poniendo más nervioso a su padre.

- Totalmente. – Mintió.

Gabriel no podría hacerlo, así que le cedió el honor a Dean. Cuando la afilada herramienta forjada por Dios hace minutos paso a los brazos del cazador y lo vio sonreír, el miedo le dio un escalofrío.

El arcángel tenía otra tarea, mantener las alas de su padre donde estaban, ya que era el único para quien eran visibles. Y Sam, solo procuraría que todo estuviese en orden.

Tuvieron que improvisar para llevar a cabo esto. Gabriel camino hasta el otro lado de la sala del bunker para poder sostener las enormes alas de Dios.

- Okey, Dean... se amable. – Pidió Chuck en un hilo de voz, cerrando los ojos.

- Me debes muchas como para que no me aproveche de esto. – Sonrió.

Chuck estuvo a punto de decir algo con respecto a eso, pero Dean ya había trazado una línea recta a través de ambas alas.

El grito de Dios hizo arrodillarse hasta al propio Gabriel sintiendo sus tímpanos doler. Los hermanos se alejaron lo más posible, tapando sus oídos y encogerse en el suelo, cerrando los ojos del brillo que Chuck emitía. La tierra tembló y los relámpagos se escucharon a kilómetros. Dios hizo retumbar el universo.

Gabriel fue el primero en atreverse a abrir los ojos y levantarse. Todo estaba revuelto y algunas cosas rotas. La sangre chorreaba sobre la mesa donde Chuck seguí sentado, aferrándose a ella para no caer. Sus alas poco a poco fueron haciéndose visibles para los humanos.

- ¿Todos bien? – Gritó Gabe, para verificar.

- Yep. – Resurgió Dean.

- Excelente. – Grito Sam al otro lado del lugar.



Jack había llevado a pasear a Cas, un parque le pareció lo ideal. La primavera se abría paso y era la época favorita de su padre. El nephilim hacia equilibrio por la orilla de los canteros bajo la supervisión, sin saber, del ángel que caminaba a su lado. Entre los niños, los perros y las parejas, había algún que otro padre jugando con su hijo que hizo doler el corazón del menor.

- ¿Qué haré cuando no estés aquí? – Pregunte, bajando de un salto de la pequeña muralla.

- Comer las verduras que Sam prepara y obedecer cuando Dean te dice que te duermas. – Sonrió, pero Jack no correspondió el tono de humor.

- Estaré tan perdido como al principio sin ti. – Se lamentó. – No será igual.

- Aun no lo sabes. – eligió un banco para sentarse y apreciar las vistas. – Puede que lo superes mejor de lo que crees.

Jack recostó su cabeza contra el hombro cubierto con la gabardina.

- No creo poder. 

Cas tomó la mano de su hijo para entrelazarla con la suya. 

- Eres un niño fuerte, Jack, solo que aun no lo ves.

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