38. Espera tortuosa

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De repente, una duda sugerente brotó en medio del caos de mi mente. Una que tenía que ver con la extraña y súbita promesa que el demonio me había pedido hacer, ese día en la playa. ¿Acaso era posible que Azazziel me hiciera prometer aquello porque en realidad él sabía que no iba a volver?

Una sensación fría y devastadora recorrió mi espina dorsal. Eso no podía ser cierto.

«Azazziel me lo hubiera dicho», me dije a mí misma, en un intento desesperado por animarme. «Él me habría contado que estaba en problemas».

Sin embargo, una punzada dolorosa me atravesó, porque en el fondo era consciente de que eso no era verdad. Azazziel no me lo decía todo. Sabía que todavía había ciertas cosas que me ocultaba, y que ese «No te preocupes, nosotros lo resolveremos» no era más que palabrería necia para que me olvidara de aquello.

Lo que él tal vez no entendía, era que por más que me embelesara con palabras dulces y viajes a lugares hermosos, yo no iba a poder empujar la ansiedad lejos de mí.

El cariño que les tenía a los tres era incomprensible incluso para mí, y no podía esperar que él lo entendiera. Y no deseaba quedarme de brazos cruzados. Pero, al parecer, no tenía otra opción. Entonces, ¿a eso debía limitarme? ¿A esperar que cualquiera de los tres llegara?

¿Y si no lo hacían? ¿Y si ninguno regresaba de allá?

—¿Crees que estén bien? —inquirió Nat, en un murmullo apenas audible—. ¿Crees que van a llegar y decirnos que todo se resolvió y que podemos por fin estar tranquilos?

No fui capaz de mirarla y mentirle sólo porque quería tratar de aminorar su semblante apesadumbrado. Ya no tenía el ánimo para ello, como en los primeros días.

—No lo sé —musité.

Nat se puso de pie soltando un largo suspiro y se dirigió al refrigerador. Oí cómo se destapaba una botella. Ella volvió un par de segundos después y extendió un brazo hacia mí con una cerveza en la mano. Torcí el gesto, con una ligera incomodidad. Por unos instantes, dudé en serio si tomar la bebida, únicamente porque era consciente de que trabajaba al día siguiente. No obstante, realmente necesitaba sentir una pisca de relajación.

Sin pensarlo demasiado, le arrebaté la botella fría, quizá con más entusiasmo del necesario.

—Invocarlos no funciona —dijo ella, tomando otra vez asiento delante de mí. Negó con la cabeza, todavía con aire abatido—. No puedo creer que sólo nos quede esperar a que alguno se digne a venir.

Una punzada aguda me surcó de la nada y cerré los ojos por un segundo. Respiré profundo y bebí un trago largo de la botella de cerveza. No esperé mucho para volver a ingerir otro sorbo, saboreando el líquido frío y un tanto amargo. En verdad tenía la esperanza de que la bebida me brindara al menos una mínima parte de ese alivio que buscaba.

Sin embargo, la inquietud dentro de mí no desapareció. Por el contrario, cuando llegué a la mitad de la botella comencé a sentir unos intensos deseos de ponerme a llorar ahí mismo.

—¿Y si no regresan? —No pude evitar hacer la pregunta. Mi voz se oyó estrangulada por el nudo que se había formado en mi garganta.

Nat se tomó un minuto antes de responder.

—No sabes cuánto me duele esto —susurró en un tono débil e inestable—, pero tendríamos que continuar con nuestras vidas.

La miré con los ojos abiertos de hito en hito, sin poder darle crédito a lo que escuché.

¿Qué?

—Aún es muy pronto para pensar en eso —dijo de forma atropellada, como queriendo retractarse—. Pero, viendo cómo están las cosas ahora, si llegase a ocurrirles algo... —Desvió la vista y tragó saliva—. No habría otra opción... Tendríamos que seguir.

PenumbraTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang