—¿En serio pensaste que te lo iba a hacer a la fuerza? —inquirió sin mirarme, y me pareció detectar en su voz un matiz resentido.

—E-es que estabas... —susurré, con una inflexión débil e inestable. No pude terminar. No pude decirle que su reacción me había atemorizado hasta la médula. La confusión se asentó tan rápido en mi mente como el pavor que sentí hacía poco. ¿Qué quería que pensara si se había lanzado sobre mí como un animal furioso?

—Aun así... —Negó lentamente, en un gesto que se notó contrito—. En serio lo pensaste.

Entonces, se aproximó y dejó caer el peso de su cuerpo en una esquina de la cama. Se inclinó hacia delante, apoyó los antebrazos sobre sus muslos en una posición que se me hacía derrotada, y clavó la vista en mi rostro con una fijeza intimidante.

—Nunca he obligado a nadie a estar conmigo —dijo por lo bajo—. Y esta no será la excepción.

—Azazziel...

—¿Por qué me hiciste esa pregunta, Amy, si es obvio que aún no estás lista?

—E-es que... —Tragué saliva, insegura de cómo continuar. Ahogada en mi propio mar de remordimiento e ideas inconexas.

—¿Es que qué? —insistió con arrebato, todavía destilando ira en su semblante y en su voz—. ¿Qué es lo que no entiendes? ¿Que en realidad yo sí esté interesado en ti? ¿Que en serio me importas? ¿Es eso?

Sin tener la fuerza ni la valentía para admitirlo en voz alta, asentí. Concebí una repentina punzada de pavor, puesto que fue como si él hubiera sabido exactamente lo que pasaba por mi mente, a pesar de que sabía que eso no era posible.

Azazziel apretó los labios en un gesto dolido y desvió la vista de mí.

—Sé que no soy el mejor tipo con el que pudiste haberte topado —dijo en un tono apagado, casi inaudible—. Sé que hay un montón de personas, de gente como tú, de humanos... que harían esto mucho mejor que yo. Que, posiblemente, no te harían dudar ni tener la inseguridad que sientes ahora. —Negó con la cabeza—. Te lo dije esa vez, ¿recuerdas? Ese día en que te conté de Zeross y Aeriele: no puedo darte lo que necesitas, porque no sé cómo hacerlo. Y tú mereces a alguien que sea capaz de quererte y de demostrártelo.

De pronto, sentí que mi estómago cayó en picada.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté en un susurro tembloroso.

Él observó mi rostro detenidamente por un par de segundos, antes de respirar profundo y agitar la cabeza en un movimiento pausado.

—Deberías descansar —contestó con voz pastosa, desviándose bruscamente—. No te preocupes por nada más que no sea recuperarte por completo.

—N-no, no —tartajeé, sin importarme el desespero que destiló mi tono—. No hagas lo mismo de siempre. No me cambies el tema.

—Debo irme, Amy —insistió, ahora con voz ronca—. Tengo que confirmar qué tanto sabe Asmodeo, o si es que siquiera está al tanto algo de verdad. Necesito saber si Mabrax en serio se atrevió a decirle sobre ti.

En un ademán impensado, me incorporé en la cama para acercarme a él.

—No te vayas —pedí. Sabía que estaba sonando como una niña, sabía lo patética que debía de escucharme en ese momento, pero traté de no enfocarme en ello. No, porque en verdad estaba asustada—. No vayas con él.

Era cierto que sabía muy poco del tal Asmodeo, pero no necesitaba calzar muchos puntos como para temerle sin siquiera conocerlo. Las expresiones cargadas de pavor que revelaron los demonios en el momento en que Mabrax soltó aquello, un minuto antes de morir, me bastaban para sentir el hielo estremecedor del miedo. Mabrax se había dado el gusto de advertir esas expresiones, antes de que sus ojos adoptaran un oscuro y sobrenatural tono. No necesitaba saber más para que el pánico ya se hubiera arraigado dentro de mí.

PenumbraWhere stories live. Discover now