Alas...

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La sangre manchaba sus cadenas en pies y manos. Dolía en todas partes. Su gracia era una vela en medio de fuertes vientos otoñales. El respirar era un anhelo y un suplicio. Manos rozando los barrotes de aquella prisión intentando desaparecerlos. Uñas dañadas por clavarse en el suelo cementado. Rostro de lágrimas secas y visión borrosa. La oscuridad, su única compañía. El silencio resaltaba su respiración rasposa y sus quejidos. Su cuerpo reposaba sobre una alfombra de líquido carmesí. Las horas eran milenios en su mente. Su piel desnuda comenzaba a sentir el frio, anunciando la humanidad acercándose. Rezaba al mismísimo Lucifer que aprovechase y lo matara. Su conciencia iba y venía. Una sola palabra daba vueltas en su mente. "Padre"

Pero no estaba, Padre no vendría. Él lo sabía bien, pero en lo más profundo de su corazón deseaba creer que el aún le amaba al menos un poco. Que le protegería de alguna forma y que no le había revivido una y mil veces por el bien de su humanidad. Anhelaba creer que algún día le abrazaría, perdonando todos sus pecados y amándolo como un padre debía.

Gracias a Dean y su misión de protegerlo desde antes de su nacimiento, había tenido el placer de conocer a John. El hombre era igual de duro que su hijo en temas de sentimientos y expresión, pero les amaba y se notaba en cada paso que daba. También conocía la vida de Jimmy, su padre era excelente y muy dulce con él, al igual que Jim lo era con su hija.

Fueron sus referentes para ser el padre de Jack. Sintió tanto miedo cuando Kelly confió su vida y la de su hijo en sus manos, pidiendo que cuidara a un ser tan puro. No sabía cómo hacer eso, porque nunca tuvo un verdadero padre. Tuvo que aprender y guiarse por las experiencias de otros, intentando por todos los medios ser el padre perfecto para Jack.

Pero él no tenía un padre así. El jamás conocía a un padre de verdad. Dios era su padre porque así se lo dijeron y le debía lealtad porque por el existía. Obedecía porque era su padre y aceptaba que ignorara sus rezos porque él no era importante. Tenía miles de millones de hermanos, ¿Por qué pensar que él era diferente? Solo había salvado a un par de personas y colaborado con los verdaderos héroes de la humanidad.

Además, a decir verdad, tampoco era un buen hijo. Era un ángel caído, un desertor, un rebelde, y mil de otras cosas de las que sus hermanos lo señalaban. Él no era bueno. No era puro y no merecía ser salvado.

Pero en su interior, aun pensaba que su padre era misericordioso y lo perdonaría. Luego entraría por esa puerta de madera vieja y lo sacaría de esa jaula. Curaría sus heridas y juraría que todo iría bien. Castiel era un iluso y sus hermanos se lo habían dicho demasiadas veces.

Su padre no llego. Ni esa semana, ni ese mes. Sus fuerzas se agotaban y deseaba morir. Ojala pudiese. Ojala su vida se extinguiera de una vez por todas y se acabara su agonía eterna.

La puerta se abrió, pero la esperanza ya se había marchado, y no en vano. El torturador volvió. La jaula se abrió, y entre mareos fue arrastrado del cabello hasta el centro de la sala. De rodillas fue empujado, y sus brazos soportaron su peso con mucho esfuerzo. Sus extremidades temblaban y sus ojos comenzaban a llorar sin razón. Las manos suaves acariciaron su espalda casi como un amante lo haría, y su piel se erizo ante el tacto, pero no de placer. Una pulsera especial brillaba en las muñecas del malvado ser. Se sorprendió cuando sus alas fueron atrapadas, separadas con una soga especial. No sabía que quería ese hombre de él.

- Shhh... Angelito, este es un día especial, ¿Sabes? – La sonrisa sádica apareció a plena vista del él. – De todas formas, ¿Para que ibas a necesitar un par de alas rotas? – Rio con descaro.

Sus sollozos se hicieron inevitables, tenía tanto miedo. Nunca había sentido tanto miedo en su vida. No podía pensar, tan solo llorar. Suplicar no le había servido las primeras diez veces, no le serviría ahora. Clavo sus uñas heridas en el áspero suelo, cerro sus ojos y rogo que el dolor lo llevara a la inconsciencia para siempre.

Fue sin previo aviso. Solo pudo gritar con todas sus fuerzas cuando su ala derecha fue cortada a ras de piel. La tierra vibro y los cristales se reventaron hacia afuera. El cielo se oscureció, pero nadie vino. La sangre corría a toda velocidad por su costado, y desde su posición, con la cabeza reposando sobre el suelo, podía verla derramarse y ensuciar sus codos. Entre sollozos intentaba respirar.

Sus piernas temblaban pero aun podía mantenerse arrodillado. Sabía bien que si no lo hacía, ese tipo iba a obligarlo a mantenerse. Cuando sintió el tacto sobre su ala aun sana, negó con la cabeza suplicando que eso fuera una pesadilla.

La segunda ala fue cortada, y grito con la misma fuerza. Pero el sonido salió rasposo y la garganta le ardía aunque no fuera consciente de ello, ya que su espalda era la fuente de un dolor inexplicable.

- ¡Listo! – Pronuncio la voz que sonaba lejana en su mente.

Su cuerpo no soporto mucho más y cayó tan largo como era sobre el frío suelo.

La puerta volvió a abrirse y destellos iluminaron la habitación. El sonido de disparos sonaba extraño en sus oídos, como apagado. El rostro de Jack apareció repentinamente en su imagen borrosa de la realidad, dijo algo que no logro entender y todo fue oscuro. 

Padre...Où les histoires vivent. Découvrez maintenant