La voz de mi conciencia me dijo —gritó— que debía prepararme para ir a trabajar, y una oleada de decepción me envolvió. Otra voz, una que era más reciente, una que había emergido hacía poco tiempo y que parecía ser su contraparte, me sugirió que podía llegar tarde, o que incluso podía faltar.

Por un segundo, la imagen que se formó en mi mente fue muy tentadora.

En otros tiempos me habría horrorizado de mí misma, de la persona que en esos momentos estaba considerando la idea de faltar al trabajo por quedarse a admirar el rostro del demonio que dormía a mi lado. Y, de hecho, una punzada de un sentimiento que no comprendí me atravesó el pecho. Desilusión, tal vez, porque en el fondo sabía que no era una buena decisión. No podía quedarme en casa sólo porque quería seguir viendo cómo Azazziel descansaba.

«No es sólo el hecho de que esté durmiendo. Es que está durmiendo CONTIGO». Las palabras resonaron en mi mente y dieron vueltas, asentándose para que pudiera comprender el trasfondo de lo que eso significaba.

Y de pronto, una sensación cálida y desconcertante se adueñó de mi pecho. Hacía apenas un par de días él me había dicho que no se atrevía a dormir con nadie, porque no confiaba en ninguna como para poder descuidar su seguridad de ese modo. Pero ahora estaba ahí, conmigo, en una posición tan vulnerable que, de haber querido y podido, habría podido hacer cualquier cosa para dañarlo, por mínimo que fuera.

Una sonrisa idiota se dibujó en mi rostro. No pude evitar que la emoción recorriera mi sistema como si fuera una niña que descubre algo maravilloso por primera vez.

Un murmullo ininteligible escapó de sus labios, pero me fue imposible saber qué trató de decir. El brazo que rodeaba mi cintura me apretó más contra él, y entonces un escalofrío de pánico me surcó cuando sentí todo su cuerpo excesivamente cerca del mío. Traté de alejarme un poco, con sumo cuidado, pero su brazo se puso más rígido que antes. En ese momento, frunció el ceño y profirió un ligero gruñido que reverberó en su pecho.

Una clavada de pavor me atenazó el estómago, tanto por la sospecha de haberlo despertado como por el remordimiento de mi conciencia, que no paraba de recordarme que tenía que ir al trabajo. Que no podía quedarme en casa sólo por él.

Reprimí un suspiro de desencanto. Era cierto, no estaba bien llegar tarde al trabajo ni mucho menos faltar sólo porque quería quedarme en cama a seguir admirándolo.

«Las responsabilidades primero», repetí para mí misma con amargura.

Me removí con todo el cuidado del que fui capaz, y, con mucha más cautela, me esforcé por quitarme su brazo de encima. Cuando por fin lo conseguí, me deslicé con la lentitud de una tortuga fuera de la cama. Mi corazón se había desbocado, y no sabía si había sido por el esfuerzo o por el temor a despertarlo. No obstante, cuando por fin estuve de pie, vi que mi huida no había conseguido alterar su descanso. Al parecer Azazziel tenía el sueño pesado.

«O tal vez no ha dormido en mucho tiempo», sugirió la voz de mi cabeza. Esa insinuación me provocó una punzada de lástima hacia él.

El ápice de sentido común que todavía conservaba me indicó que lo más sensato sería vestirme en el baño, por lo que tomé mi uniforme y caminé de puntillas hasta salir de la habitación.

El silencio de la casa era tal, que cuando salí del cuarto de baño —con uniforme puesto y el pelo húmedo—, fui capaz de escuchar cómo el motor del jeep de Anthony se encendía. El alivio de que no me haya visto despertar con Azazziel recorrió mi sistema y me reconfortó más la misma agua caliente de la ducha.

Regresé a la habitación y abrí la puerta con extrema lentitud, pero entonces sentí una punzada de pavor cuando vi a Azazziel, despierto y sentado tranquilamente en mi cama.

PenumbraWhere stories live. Discover now