Creo que debería tomarme una foto con esta grama. Me gustaría que mis cinco seguidores en Instagram vean dónde me encuentro y que quede un recuerdo en caso de que cometa un error.

Respiro hondo, mantengo el aire en mis pulmones y lo saco lentamente por la boca. Entonces vuelvo a tararear el coro de la canción y doy el primer paso. Y de repente siento que mis pasos van en cámara lenta, como la escena de una chica que cruza la calle dispuesta a robar todo para cumplir su venganza. Esa soy yo... la chica que viene a destruir un imperio de mentiras con sus propias mentiras.

Ya no soy esa Hope de cabello castaño y ojos achocolatados que casi gritan inocencia, ahora soy la hija de Clare Stone alias la bruja de Blair, Tiffany Valentine-Ray o Anabella. Y me lo repito cada minuto, cada segundo.

Subo los tortuosos escalones blancos y, cuando llego a la puerta, mi dedo índice toca el timbre, no menos estridente, que resuena en todo el corredor y el interior de la casa. La puerta está pintada de un blanco que grita ser parte de una casa elegante y, como adorno, un diseño con pequeños cristales coloridos formando un óvalo en el centro.

Veo que alguien se mueve al otro lado y una mujer abre. Ella me queda viendo con expresión confusa, esperando que hable para poder cerrar y volver a sus quehaceres.

— Hola, soy Hope Brown Stone — digo —. La... — respiro hondo — La hija de Clare. He venido a petición de ella y...

La mujer, con mala cara, comienza a mover su mano para que omita la presentación que he preparado por venir sin anunciarlo y abre la puerta de una sola vez. Prácticamente empuja mi cuerpo hasta entrar, me detiene en el centro del salón y vuelve a cerrar la puerta con la puntita de su pequeño.

Es un salón enorme, quizás el doble de mi habitación. No. El triple. Está empapelado con orquídeas gigantes en color blanco y como fondo un hermoso azul marino. Hay una mesita de mármol sobre la que se encuentra un esplendoroso centro de rosas rojas, sillones blancos y, por si fuera poco, una chimenea totalmente innecesaria, pero, por detrás de todo eso, dos grandes ventanales con cortinas blancas. Cuadros aquí, cuadros allá. Alfombras que parecieran hechas con el mejor material del mundo, piezas importantes y un piano clásico con un candelabro que aparenta ser de plata con cristales preciosos.

Si veo a la derecha, aparece el umbral del comedor para unas dieciséis personas y un pasillo que seguramente va a la cocina. También, una puerta de cristal que da vista al patio trasero. Pero, si veo a la izquierda, hay dos puertas corredizas de madera que van a habitaciones desconocidas y un par de inmensas escaleras que se dividen en dos alas y conducen al segundo piso.

Cuando intento conocer un poco más del lugar, dando un paso hacia adelante, la mujer corre en pasitos pequeños hasta colocarse sostenerme la cintura y detenerme con su manito en mi abdomen. Me mira de pie a cabeza y yo no dudo en hacer lo mismo, con la misma curiosidad en mis ojos. Es baja, bastante baja, y regordeta. Tiene un uniforme típico de doméstica, de esos blancos con negros, y el cabello, oscuro como la noche, atado en una moña que parece un churrito lleno de gel para cabello. Aparenta tener unos cincuenta años, de un muy mal carácter y con tez morena; algo así como un Umpa Lumpa.

Seguramente se lleva bien con Clare.

— Me llamo Lauren. Soy una de las amas de llave. — dice con un tono de voz seco, serio.

— Mucho gusto, Laur...

— Su madre se encuentra en el patio. Esta es la hora de su maldito té y por lo que tengo entendido no iba a recibir visitas.

— Pero yo soy su...

— Sí, sí, sí, su hija — vuelve a interrumpir, poniendo los ojos en blanco —. Yo solo digo lo que la señora siempre grita cuando alguien viene sin notificarlo y, si me cortan la cabeza, espero que a usted también.

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