Capítulo 39

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El aire chocaba contra mi cara y mi cabello volaba por todos lados; eso sumado al hecho de que mis ojos apenas comenzaban a abrirse tenía como consecuencia que no pudiera ver nada. Alcé mis manos para apartar el cabello pero no pude debido a que estaban atadas con un fuerte nudo que solo me permitía levantarlas sin separarlas. Cuando los efectos del desmayo pasaron tuve una vista clara y gire la cabeza, mi cabello revoloteó y me permitió ver. ¡Santo cielo!

Amelia iba al volante.

―¿Amelia? ¿Pero cómo? ―Dije asfixiada por la impresión.

―Veo que despertaste. Maldición pensé que durarías desmayada un poco más ―El coche se movió aún más rápido ―Ahora tengo que alcanzar a salir de la ciudad antes de que alguien te reconozca.

―¿Qué dices? ¡Déjame bajar, por favor! ―Mire mis manos ―¿Por qué me has atado?

―Cállate y quédate quieta, no intentes nada o pagaras las consecuencias ―Me miró intensamente.

―¿A dónde vamos? ―Estaba tratando de mantener la calma ―Tengo derecho a saberlo.

―En este momento no tienes derecho a nada, poca cosa ―Sonrió ―Te explicaré la mecánica en unos cincuenta minutos.

Miré por la ventanilla y me di cuenta de que los edificios y rascacielos habían quedado atrás, ahora solo se veían unas pequeñas casas y poca gente caminando sobre las aceras.

No sabía qué era lo que Amelia tenía en mente, sin embargo lo mejor sería permanecer callada y memorizar el camino que recorríamos. Los minutos pasaban y mis ojos no aguantaban el ser golpeado por tanto aire.

―Amelia, por favor sube mi ventanilla ―La mire.

―No ―Dijo sin apartar la vista del frente y cambiando la velocidad.

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas debido al impacto del viento helado y decidí que lo mejor era cerrarlos. Arriesgándome a no saber en dónde me encontraría en algunos minutos. Apreté mis ojos fuertemente y respire hondo en más de una ocasión.

Mucho tiempo después sentí como el coche se detenía y abrí los ojos.

¡Vaya casita la que estaba ante mí! Seguramente valía unos buenos millones de dólares.

―¡James! ―Gritó Amelia al tiempo que bajaba del automóvil ―¡Ayúdame!

Puse especial atención en la puerta de la casa que se estaba abriendo de par en par. Un hombre alto, de cabello rubio ojos azules y tez clara salió con paso acelerado y fijo la vista en Amelia.

―¿Ahora en que te has metido, querida? ―Preguntó aquel hombre poniendo los ojos en blanco.

―Baja a nuestra huésped y llévala a la sala de estar, ¡ahora! ―Amelia comenzó a caminar hacia la entrada y yo entre en pánico mientras estudiaba las facciones de... James.

Él se dirigió hacia el coche y abrió mi puerta. Su mirada se fijó en la mía y no hizo gesto alguno, solo se inclinó y me quito el cinturón de seguridad. Me tomo en sus brazos y con un empujón cerró la puerta.

―Por favor déjame ir ―Dije con un leve temblor en mi voz.

Él ni me miro, solo siguió caminando hacia la entrada. Maldición, mil veces maldición desearía que Amelia no hubiese atado mis manos, así podría al menos intentar defenderme y huir.

―Quiero que le hagas un chequeo rápido ―Dijo Amelia cuando entramos en la sala ―Se ha desmayado.
―¿En el camino? ―Preguntó el mientras me ponía de pie junto al sillón.
―No, ha sido en la tienda de ropa. Yo estaba cerca cuando la asistente se alarmo porque esta estaba perdiendo el equilibrio.

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