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La mañana después de tal mágica noche había llegado. Viktor abrió sus ojos pesadamente, y se encontró siendo aplastado por dos chicos, quienes dormían más que plácidamente sobre él.

Uno de ellos era castaño, sus cabellos realmente eran casi tan marrones que parecían ser negros, mientras que, a diferencia de él, el otro poseía finos mechones rubios aunque el color predominante era un marrón muy, pero muy claro. También podría llamársele rubio oscuro, dependía de la perspectiva.

Viktor parpadeó un par de veces y miró a su alrededor. No sabía qué hora era, solo podía apreciar el sol invernal filtrarse con gracia y belleza por sus blancas cortinas lisas. El ruso respiró hondo con dificultad, su pareja aplastaba su pecho con el peso de su cuerpo, y su hijo estaba totalmente encima de él.

Estaba atrapado por una jaula de amor.

Shura dormía sobre su padre como si este fuera el mismo colchón, mientras que Yuuri tenía su cadera sostenida con la ayuda de su pierna, y su cabeza reposaba pesadamente en el pectoral de Viktor.

El brazo izquierdo del ruso estaba acalambrado, se sentía cansado, no durmió muy bien al parecer.

Un cansado suspiro salió de sus labios, luego el recuerdo de los besos, caricias, promesas y mucho amor llegaron a su mente. Una sonrisa se propagó por aquella piel tan besada horas atrás. Bajó su mirada, observando al chico que lo abrazaba como si su vida dependiese de ello.

Su mano, hecha un puño, estaba siendo adornada por una brillante sortija dorada.

El corazón de Viktor se llenó de felices sensaciones, su pulso se aceleró al recordar su respuesta ante la pregunta que prometía cambiar su vida. El padre, llevado por todo lo que ocurría en su interior, apretó a los chicos con sus brazos, sonriendo genuinamente con sus ojos cerrados. No podía desear más.

Yuuri se removió en su pectoral, dejando este con un poco de baba, Shura en cambio gruñó y se volteó boca arriba buscando estar más cómodo en su colchón.

El azabache cerró su boca conforme despertaba, y lentamente abrió sus ojos entre pequeños gruñidos y el sonido del corazón de Viktor en su oído.

El peliplata sonrió y acarició su cabeza con su pobre brazo mutilado. Peinó su desordenado cabello hacia atrás y estiró su cuello con dificultad para dejar un beso en su frente. Su otra mano acarició la panza de Shura para que este se despertara.

Yuuri subió su mirada, encontrándose con enormes ojos de pupilas dilatadas, desenmascarando un amor que podría recorrer kilómetros y kilómetros de pradera sin cansancio. El nipón sonrió dulcemente y se acurrucó más en Viktor.

— Buenos días, prometido... — murmuró con un leve color en sus mejillas. El ruso sonrió.

— Buenos días, futuro esposo...

Yuuri sintió como si una escena de flores se abría en su estómago, esa frase sonaba mucho mejor en la realidad que en sus sueños.

El chico rió cómplice de tal alago y dejó un beso sobre los labios de Viktor, el susodicho los aceptó más que contento, sintiendo la dicha de su vida, sintiendo la recompensa de todos sus esfuerzos sobre su cama.

El pequeño que dormía sobre él gruñó y rodó de su tronco, cayendo al colchón como un saco de papas. Yuuri y Viktor rieron suavemente, acaramelados.

— No quiero ir a la escuela... Es muy temprano — masculló el niño entre los sueños y la realidad. Viktor lo giró con ayuda de sus brazos, abrazándolo a él también.

— No estás yendo a la escuela cariño, además hoy es domingo.

Shura suspiró y sonrió.

— Que bueno porque no me quería levantar — soltó y se abrazó a su padre, haciendo lo mismo que Yuuri, es decir, pasar su pierna por encima de la cadera del ruso.

You Found Me, YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora