—¿Entonces así es ahora, Dee?

Agh, por favor, no me digas Dee —masculló con un desprecio innegable en su expresión—. ¿Por qué no mejor le inventas otro apodo a tu amiguita? Uno más bonito que simplemente Nat.

Cerré los ojos por un segundo y respiré hondo. Cuando los abrí, no me sentí más fuerte, pero gané algo más de valor.

—¿Toda esta mierda es porque hice por fin, en mi jodida vida, una nueva amiga? ¿Es en serio?

—¡No es sólo eso! —exclamó, apretando los puños y dándole una patada al piso—. Es... ¡todo tú! ¿Dónde está la chica tranquila que me agradaba tanto? ¿La que sólo sabía escuchar y me prestaba su hombro?

—Todavía puedo hacer eso último, Diana. —Mis cejas se juntaron, y la punzada de melancolía que me atenazó fue más impetuosa—. Pero... ya no quiero ser como antes. No quiero seguir siendo una chica insegura, a la que todo le aterra. Me han sucedido... cosas, muchas cosas en este último mes y...

Ella bufó al tiempo que rodaba los ojos.

—Oh, por favor, niña. ¿Has tenido unas cuantas pesadillas y crees que eso es mucho? No tienes idea de nada, Amy. —Sus ojos se movieron por mi rostro, como inspeccionándome—. Mírate, si ni siquiera tienes idea de lo que es estar con un hombre, ¿cómo podrías tener tú problemas en la vida?

La ira detonó en mi interior. Mis uñas se enterraron tanto en mis palmas que sentí un eminente ardor. Me mordí la parte interna de mi mejilla, centrando la rabia en mí misma para no hacerle daño a ella.

Y estaba segura de que, en cualquier momento, podía desahogarme estrellando mi puño en su rostro.

—Creo que no soy la única que cambió —dije con amargura, y no pude evitar sonar más dolida de lo que pretendí. Su gesto se torció, pero no dio más señales de molestia—. ¿Sabes, Diana? En realidad, tú y yo no tenemos absolutamente nada en común.

—Tienes razón —masculló con el cariz teñido de arrebato—. No sé cómo no lo notamos antes.

—Pienso que lo único que te agradaba de mí, era que siempre estaba a tu disposición.

Su mueca se volvió una expresión llena de malicia.

—Me da igual —murmuró—. De todos modos, a tu hermano todavía le alegra verme. Quién sabe, a lo mejor y termino convirtiéndome en tu cuñada.

Al no saber qué responder a eso, ella me quitó de su camino con el brazo. De todas formas, su actitud fría y cínica, completamente diferente a la persona que yo conocía, me dejaron turbada y no puse resistencia. En más de alguna ocasión la vi comportarse así antes, pero jamás conmigo. Debí de haber sabido que yo no era intocable para ella.

La chica, a quien alguna vez consideré mi mejor amiga, pasó por mi lado sin mirarme.

Me quedé en el baño por otro rato, con una mano puesta sobre mi estómago. Sentí un frío agudo y doloroso instalarse en el centro de mi torso, y expandirse hacia el resto de mí. Mi vista se empañó con las lágrimas que amenazaban con salir, pero parpadeé varias veces y fijé la mirada en el techo para impedirlo. Traté de evocar, quizá con algo de masoquismo, los ataques físicos que había sufrido durante este último tiempo. Ni siquiera podía recordar que la mordida de Mabrax en mi brazo haya dolido más que el sentimiento que me estaba carcomiendo ahora. Entendí entonces, que los dolores del alma lastimaban más que los del cuerpo.

En ese momento, comprendí que algunos humanos podían ser peores que los mismos demonios.

Pasé el resto de la tarde con un insoportable malestar en el pecho, aguantando las ganas de hacerme un ovillo en un rincón. Los ojos me picaban por el intenso deseo de ponerme a llorar. Tenía que atender a los clientes, controlando mis sentimientos frente a ellos; personas a las que, en realidad, poco les importaba cómo se sintiera alguien como yo.

PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora