—¿Qué se supone que eres tú? —preguntó tranquila, arrugando el entrecejo y haciendo otra mueca, como si lo que tenía en frente de ella no era algo agradable de ver.

Tensé la mandíbula, y entonces el profundo miedo se mezcló con la rabia y el dolor.

—¡¿Y cómo diablos voy a saberlo?! —grité exasperada—. ¿Por qué no me dejan en paz de una maldita vez?

Un silencio sepulcral les siguió a mis palabras, hasta que una media sonrisa estiró las comisuras de sus labios.

—¿Quién te crees que eres para hablarme en ese tono, mocosa? —Avanzó dos pasos lentos—. ¿Acaso piensas que eres muy especial?

—Me golpeaste en la cabeza, lunática —siseé, animada exclusivamente por la ira que se detonó en mi interior.

En menos de lo que dura un parpadeo, su rostro enfurecido se encontró frente al mío. No me dio ni tiempo de procesar lo cerca que estaba de mí. De inmediato su brazo se elevó y, por un instante, creí que me golpearía en la cara, pero su puño se estrelló en la pared, haciéndola crujir por la fuerza del impacto, a tan solo a unos pocos centímetros al lado de mi cabeza.

Automáticamente, me congelé.

—¿A quién le dices lunática? —masculló. El pavor corrió por mis venas como hielo al notar el brusco cambio en su expresión, ahora por completo irascible. Comencé a hiperventilar—. No creas que Azazziel va a protegerte de mí sólo porque hiciste un pacto con él —dijo con los dientes apretados por la rabia—. Puedes apostar lo que quieras a que, entre tú y yo, él me escogerá a mí.

Mis ojos se abrieron grandes ante la sorpresa de esa afirmación. Enseguida, casi de forma inmediata, los entrecerré.

Pude sentir una oleada de adrenalina y furia que se expandió por mi ser y, bajo el impulso de esa precipitada fusión, me incliné hacia delante, obligándola a retroceder levemente.

—¿Entonces por qué no se van los dos a la mierda? —repliqué en un susurro ronco. Le hubiera escupido en la cara, de no ser porque sentía la boca demasiado seca.

Su expresión apenas se alteró ante mi imprudencia. Únicamente, profundizó su ceño, que ya estaba contraído por la cólera. No calculé las consecuencias que mi arranque de ira pudo provocar.

Pero, de cualquier forma, jamás hubiera esperado la reacción que tuvo.

Vi su dentadura completa cuando dejó escapar una carcajada escandalosa. Pegué un salto y me volví a echar para atrás lo más que pude, aturdida y aterrada de pies a cabeza. Ella se apartó de mí y retrocedió unos cuantos pasos, al tiempo que no dejaba de reírse como loca, agarrándose el estómago con ambas manos.

Jadeé, incapaz de asimilar la escena frente a mí.

—P-pero ¿qué...?

Ay... —murmuró sin aire, cuando por fin se relajó y disminuyó la risa. Después de enderezarse, procedió a peinarse el largo cabello con los dedos, como si no quisiera desordenarse ni un poco. Rápidamente volvió a mirarme, con una enorme sonrisa pintada en el rostro—. Me caes bien, niña. Eres extraña. He visto a otros humanos mearse encima cuando los asusto de esa forma.

Parpadeé varias veces con la boca abierta, y luego agité la cabeza.

—¿Qué...? ¿Qué pasa contigo? —inquirí en un susurro inestable—. ¿Esto es un jodido juego para ti?

—En parte sí —confesó al tiempo que se miraba las uñas con toda serenidad—. Quería ver qué tanto conseguía asustarte. Aunque, pensándolo bien, ya deberías estar algo amortiguada, considerando por todo lo que ya has pasado. —Se alejó otro poco, mientras alzaba la vista hacia el techo en otro ademán distraído—. Oh, y siento haberte aturdido antes. Hubiera sido más fácil si pudiera dormirte, pero como no puedo meterme en tu cabeza...

PenumbraWhere stories live. Discover now