21. No eres opción, eres privilegio

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—Sí —Ya estoy en el hotel, pero no puedo entrar si aún estoy al teléfono con Rodwell. 

—Y en cada reunión anota nombres, direcciones y números de teléfono. Cuento contigo, Luca.

—Pues tengo el nombre del novio de...

—No me interesa ese tema —repite, tajante, y trato de no reír—. Otra cosa...

—Le escucho, señor.

—Sé que has estado limitado de dinero —Escuchar eso me vuelve a poner en jaque—. Pídele permiso a Ivanna para ausentarte un rato por la tarde y ven a Doble R por un cheque. Te daré un adelanto.

—No es necesario, señor —Me pone nervioso.

—Sí que lo es —Y cuando trato de decir algo más agrega—: Hazlo por tu familia. 

«Mi familia» ¿Qué más puedo contestar?

—Busca a Mago Perman —indica.

—Bien... Gracias, señor. 

—Seguimos en contacto, Luca —se despide y cuelga.

Un adelanto.

¿Realmente le preocupa mi situación o lo utiliza como incentivo? 




Como ya mencioné, la primera reunión del día es en el restaurante del hotel Galería; Ivanna entregará un informe. No obstante, de última hora, hace unos minutos mientras hablaba con el señor Rodwell, me envió un mensaje pidiendo que nos encontremos en el estacionamiento. Nunca me había pedido algo así. 

Rodeo el estacionamiento buscando el Maserati, son tres filas de coches de lujo y, por lo mismo, no lo encuentro hasta que Ivanna hace sonar la bocina.

Hago mi camino hasta el coche.

Entro por el lado del copiloto, y espero algún tipo de indicación, pero mi boca cae abierta antes de que, si quiera, pueda decir «Buenos días». Ivanna está sentada en el asiento del piloto con ambas manos y apenas un pedazo de tela gris cubriendo su pecho. Anonadado, al intentar entender qué sucede, advierto que el pedazo de tela es una blusa que se sujeta por la espalda.

—Se me desató esto —dice en un tono de voz apenas audible, un susurro, y, sin prestarme demasiada atención, se gira de modo que solo pueda ver su espalda—, ayúdame a arreglarlo —indica.

Después, enrolla su cabellera en una mano para también sujetarla. Ahora, con una mano detiene la blusa y con la otra su cabello. 

Actúa natural, como si no fuera la primera vez que me pide algo así, ajena al hecho de que mi corazón está a punto de saltar hasta mi boca. Me siento estupefacto, y como no reacciono, ella mueve su cabeza a manera de preguntar qué sucede.

—Sí. Claro —digo, encontrando por fin mi voz y lentamente acerco mis manos a las tiras de la blusa, las cojo y, nervioso como nunca antes, trato de entender cómo volver a atarlas.

—Un nudo sencillo —pide Ivanna y asiento sin realmente estar seguro de lo que hago. Esta mujer me tiene de rodillas. Su espalda, una curva entintada por una constelación de lunares, es tan perfecta que parece esculpida por el mismo Miguel Ángel Buonarroti; y, sumando a lo febril de la situación, la blusa desatada está acomodada de tal forma que me permite ver parte de sus senos. Si por accidente se cayera un poco, solo un poco, permitiéndome ver su pecho por completo, podría morir de un ataque al corazón aquí mismo.

Coloco una tira sobre otra y las entrelazo de la misma manera que hago nudo a mis zapatos. Es inevitable que durante el proceso no roce su piel con los nudillos de mis dedos. Mis pantalones están a punto de explotar. De cualquiera manera, como si esto fuese una tortura, cuando estoy por terminar, Ivanna deja caer su bolso y rápido se inclina para recogerlo, volviendo a desatar las tiras que aún se encuentran en mis manos y, en consecuencia, igualmente dejando caer la blusa. «¡Mayday, mayday, mayday!» Pudiera verla a través del cristal de la ventana, pero no me atrevo; ella debe estar pendiente y advertiría que husmeo.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora